Abstinencias y delirios

Abstinencias y delirios

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Benjamín Silva, Sabina Serniotti, Matías Meichtri Quintans (Argentina)[1]

En la enseñanza de Lacan, fenómeno elemental y delirio comparten ambos la misma estructura de lenguaje, lo que permite afirmar – siguiendo a J.-A. Miller – que el S1 es siempre elemental, ya que no se sabe qué significa[2]. Sólo a partir del S2 puede surgir la significación de S1, lo que pone a todo sujeto en la situación de tener que descifrar un significante, de lo que deducimos una coherencia entre saber y delirio. Ahora bien, si “todo saber es un delirio y el delirio es un saber”[3], nos preguntamos a qué lugar viene el tóxico en el sujeto de la palabra, y si esta opción le ahorra la construcción del S2, es decir, del delirio.

Presentaremos dos viñetas que muestran al inicio del tratamiento, cómo acontece la abstinencia de la sustancia cuando se desarma una solución y cómo – bajo transferencia – es posible ubicar el punto en el que todo sujeto se ve enfrentado a tener que descifrar un significante.

R. consulta a partir de una discusión con su esposa. Habían bebido demasiado. Sus “cagadas” suelen estar atravesadas por excesos en el consumo. Con respecto a ese significante, despliega su novela familiar articulada a los orígenes “sucios” de su madre, que carga como un estigma. En efecto, su madre nació de una relación incestuosa de su abuelo con una sobrina. Recuerda con desagrado una escena donde ve a la abuela excedida de alcohol. Advierte que estas coordenadas participan de las tensiones permanentes con su pareja. Al trabajar sobre este hallazgo, menciona: “por eso también quiero limitar el alcohol”. Dice que consumir alcohol lo deja más predispuesto a que aparezca “el pariente pobre de la duda”.[4] De este modo, comienza a desplegarse un sentido alrededor del acto de consumir.

L. es alojado en un hogar para personas en situación de calle. Manifiesta fenómenos de dolor en el cuerpo y agresiones de los otros. A partir de estos síntomas la institución le impone la abstinencia de su consumo de cocaína como condición para continuar siendo alojado. Así es derivado al centro de asistencia en adicciones. Plantea que se está tornando insoportable la abstinencia, ya que cuando consume cocaína estos dolores “no existen”. También dice sentirse víctima de la hostilidad del Otro. Comienza a tener sueños que no tiene cuando consume, figurando, por ejemplo, un cuchillo que el otro atraviesa en su cuerpo. Interrogado por las razones de su consumo, confiesa: “A mí me pasó esto por un trabajo que una mujer hizo con unas brujas, empezaron haciéndoselo a mi abuelo por una mujer a la que le debía plata por sexo, pero después me lo empezaron a hacer a mí. En la otra provincia donde vivía sentía las voces de las brujas y por eso me vine a Córdoba, para que las energías de esas brujas no lleguen hasta acá”. L. le supone al consumo de cocaína la capacidad para “no sentir ni escuchar a estas brujas”.

 

De la abstinencia al delirio o retorno

R. comienza a desplegar en transferencia el delirio edípico que vehiculiza una trama simbólica “en sintonía con los discursos heredados”[5]. Así el sujeto puede poner en serie su borrachera con la de su abuela donde, gracias al desplazamiento, para él es posible preguntarse por el “sucio” origen y los efectos en relación al partenaire que derivan en las “cagadas”. Su abstinencia se inserta en una trama simbólica y forma parte de un saber hacer con el consumo.

En L. la abstinencia se impone – así como el consumo mismo -, y hace presente el vacío de significación, movilizando en transferencia la prosecución de un trabajo con el significante. La emergencia de fenómenos elementales confrontan al sujeto a un estado de perplejidad como índice de un goce indecible que opera pulsando la construcción de un Otro malo, en un intento precario por amortiguar la intensidad de las perturbaciones en el cuerpo. De allí, el necesario esfuerzo por construir un sentido, una elaboración que venga al lugar del S2 en un intento de atemperar la invasión de goce en el cuerpo y en el Otro.

 

Abstinencia posible – Abstinencia impuesta

Si el recurso al tóxico se hace prescindible en un caso, haciendo posible una abstinencia, en el otro, la abstinencia impuesta hace emerger un delirio precario, hecho de piezas sueltas, que no alcanza a tratar el goce invasivo. Podríamos pensar que la intoxicación inhibe la construcción de sentido, ahorrándole al sujeto el trabajo de significación o como decía Freud, de “reconstrucción”[6]. En este punto, conviene distinguir las modalidades de la ficción delirante según la eficacia con que cada uno logra emplazar una defensa contra lo real.

De manera que prescindir de la articulación con el S2 impide la emergencia del efecto sujeto y con ello, las vacilaciones derivadas de su falta en ser, pero no por ello se impide el surgimiento del sujeto en lo real, es decir, de aquellos fenómenos que lo confrontan a ese “curioso efecto de interrogación sobre el sentido”[7]. De allí que la operación toxicómana permite obturar ese efecto de interrogación que vincula el significante al sentido. Será por ello que Freud denominó a este recurso como “el más brutal pero el más eficaz”[8]: con poco trabajo y sin tantos rodeos, el sujeto se inmoviliza en un fenómeno de sentido cero, amordazando la ficción por venir.

 

Aclaraciones

En el primer caso, “el pariente pobre de la duda” fue una nominación ingeniosa, un Witz que R. produjo inadvertidamente en una sesión, al interrogar las relaciones entre exceso de alcohol, inseguridades y escenas de discusión con su pareja. Fue recortado en su análisis como un modo privilegiado de nombrar el fantasma de indignidad que lo acecha, en articulación con el síntoma de la duda y las inseguridades. No es el amor, sino su reputación lo que lo conduce a buscar la abstinencia y la regulación. La elaboración de un saber, vía la transferencia, le permite realizar maniobras y acotar el goce en juego, así como advertir con más frecuencia los signos de la escena, antes de realizarla.

En el segundo caso, L. llega escapando de ciertos fenómenos particularmente persecutorios. En su errancia llega a la ciudad de Córdoba donde es alojado en un hogar, institución de orientación católica. Pasados los primeros días de alojamiento empieza a padecer algunos fenómenos de cuerpo, dolores sin causa, que ya sintió en momentos de abstinencia. Dicha institución le impone la abstinencia y le sugiere comenzar un tratamiento en una institución en la que no se impone la abstinencia como condición para el tratamiento, donde es recibido por un practicante del psicoanálisis. El trabajo va decantando en situar la eficacia que la cocaína tiene para  alejarlo del goce invasivo en su cuerpo y de la certeza de la malignidad del Otro.

A modo de confesión, comienza un trabajo de elaboración delirante cuya significación lo estabiliza. Los fenómenos de cuerpo y la certeza de malignidad del Otro, desencadenado por la abstinencia, se apaciguan. Su vida transcurre entre el tóxico, la abstinencia y la ficción delirante.

 


[1]  Participaron: Ignacio Degano Ábalos, Andrea Fato, Santiago Kler, Miguel López, Laura Mercadal, Federico Quintín, Lucila Ruiz Imhoff, Georgina Vorano, Luis Darío Salamone, Darío Galante y Guillermo Drikier.
[2]  Miller, J.-A. El saber delirante. Buenos Aires: Paidós, 2021, p. 94.
[3]Ibid.
[4]  Alusión a un fragmento de la canción Corre, dijo la tortuga de Joaquín Sabina.
[5]  Cf. Editorial de Pharmakon Digital 5.
[6]  Freud, S. La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis. Buenos Aires: Ed. Amorrortu, Vol. XIX, 1990, p. 195.
[7]  Miller, J.-A. El saber delirante, op. cit., p. 93.
[8]  Freud, S. El malestar en la cultura. Buenos Aires: Ed. Amorrortu, Vol. XXI, 1999, p. 77.
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