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Pablo Sauce (Salvador)[1]
El título del 4º Coloquio Internacional de la red TyA del Campo Freudiano[2], Delirio o tóxico, articula dos recursos heterogéneos ante la ventana que se abre al “infinito real del impulso de muerte”[3] que impera entre nosotros[4]. El primer recurso, por la vía de la palabra, implica un “todos delirantes”; ya el segundo, por la vía de la intoxicación, implica un “todos adictos”. Para afrontar esta ventana solo contamos con la construcción de un saber. En la práctica institucional con adictos, ¿cuál es la relación entre el saber y el hacer en juego?
El modo de conjunción disyuntiva o alternativa del título: delirio o tóxico, implica una función de exclusión entre ambos. Esta función es instituida sistemáticamente por las prácticas terapéuticas que responden por la llamada Salud Mental; cuyas intervenciones implican algún tipo de amputación de lo que no encaja en la norma; es decir, de lo que surge en la escena como excesivo o disfuncional a los fines del vínculo social. Para poner en cuestión este modo privilegiado de conjunción, entre el recurso al tóxico o a la palabra, o su amputación en el tratamiento de las adicciones, buscaremos localizar en un fragmento clínico las funciones del tóxico, del delirio y del analista. Se trata de una viñeta en la que el analista se enfrenta con la reivindicación de S. por el derecho a intoxicarse para recuperar la voz que lo inspira a componer música: me intoxico, luego deliro; dando lugar a un modo de conjunción concluyente que implica una función de inclusión y, a su vez, de relación causa-efecto entre el sujeto y su objeto. Una ilustración de la lucha por el derecho a la composición de un delirio, que resuena con el título “Delirio y tóxico”, y que se trata de una forma creativa de lograr un anudamiento bajo transferencia.
La respuesta terapéutica ante el cuadro presentado por S. fue la amputación del delirio y del tóxico: cuestión provocativa, ya que remite a cortar, quitar, sacar parte / pedazo. En medicina amputar sería una forma de eliminar algo para controlar el dolor, una enfermedad. Pero ¿de qué se trata cuando hablamos de la amputación del delirio y del tóxico?
Delirio y Tóxico
El joven S. pasaba el tiempo aislado, componiendo canciones, jugando videojuegos y fumando marihuana. Al final de la adolescencia, ya bajo el consumo regular de marihuana, a partir del uso de ayahuasca[5] en el contexto de un ritual de origen indígena, se rompe el marco de su realidad psíquica y comienza a escuchar voces. Localizamos en este encuentro con el alucinógeno la intrusión de un goce inédito, no significantizado. En la perspectiva de la invención, ante el rompimiento de este marco subjetivo, la construcción de una solución que permitiera la reconstrucción de su realidad psíquica se apoyó en un rasgo identificatorio al padre, en lugar del Ideal, que funcionó como soporte: del gusto por la música deriva el compositor. Desde el encuentro con el alucinógeno, en la adolescencia, y ante la irrupción de un modo de goce absolutamente nuevo, sin el apoyo de un discurso constituido ante el llamado del significante en lo real, surge la respuesta de S. a través de la reencarnación de una figura mítica: la del Salvador de los espíritus puros que aún no han sido bautizados por las cruzadas hechas en el Nombre del Padre. Esa será su misión, la cual consiste en la transcripción de melodías dictadas por una deidad no afectada por la intervención del bautismo. A través de las composiciones musicales S. instaura una secuencia con intervalos, suspensiones, escansiones y variaciones características de la estructura del cálculo correlativo a lo simbólico[6]. Esto produce un significativo apaciguamiento, aunque sea temporal. Cabe destacar que presenta absoluta falta de interés por el encuentro con el otro sexo.
Tiempo después es internado bajo el argumento de abuso de marihuana, al que se atribuye su posición de rechazo de los dichos del Otro social y su aislamiento de la familia. Se prohíbe el acceso a la droga y se aplica TEC: cesan las voces, S. dice sentir un vacío insoportable y amenaza con el suicidio. Desde los efectos de amputación de la voz, tanto por la prohibición de la droga como por la aplicación de la TEC, localizamos otra intrusión de goce que deja al sujeto privado de ese “más-de-vida” que encontró en la droga y que no deja de reclamar tras su pérdida. Nos preguntamos: ¿el nombramiento de Salvador, en una perspectiva mística, sería lo que lo mantiene a distancia del encuentro con el problema sexual? Pero, ¿sería esto posible sin la función del tóxico que le permite conectarse particularmente a la voz de esa deidad que inspira en él la composición significante? El hecho de que la pérdida del vínculo entre tóxico y delirio haya sido concomitante a la privación de la droga induce a inferir una relación causal entre ambas; así, es a partir de esta privación que pasa a defender su derecho a intoxicarse. Aquí, surge la hipótesis de que el efecto del encuentro con la ayahuasca puede haber creado las condiciones para la asociación causal entre la marihuana y la voz.
El encuentro con el analista fue consecuencia del desajuste entre su realidad psíquica reconstituida por la invención delirante y la otra realidad, a vincular e imponer por el Otro social. Desajuste producido a partir de la amputación del plus-de-gozar obtenido con la droga. Desde ese momento, el analista pasará a cumplir la función del secretario de S. y a mediar la resolución de los impasses producidos con el Otro social; al tiempo que se instala un intercambio de ideas sobre las estrategias utilizadas por S. en los videojuegos y sobre sus gustos musicales. Después de un período de intercambio, en el que el analista pregunta sobre la composición musical, S. recupera la inspiración y retoma sus composiciones. Deja de reclamar el derecho a intoxicarse y no hace referencia a la voz inspiradora.
¿Qué pasó entonces con la solución consonante entre el tóxico y el delirio? Consideramos que después de la amputación del goce de la droga, se impone al sujeto un reajuste de su posición subjetiva que lo lleva a buscar nuevas soluciones. En función de la entrada en escena del analista, no sin la voz como objeto de uso; a medida que S. incorpora el recurso a la palabra, el tóxico puede haber dado lugar a otros arreglos, menos extraordinarios, no tan vivos; pero más compatibles con el Otro, especialmente en su dimensión social.
Consideramos que en este tratamiento dado a la voz como objeto libidinal, la persona del compositor proporciona semblantes de la cultura y propicia identificaciones que sirven de atadura transitoria, enmiendas que funcionan como vínculos con el Otro social.