¿Sobredosis o delirio ordinario?

¿Sobredosis o delirio ordinario?

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Vic Everaert (Bruselas)

 

Recorrido

Hace 6 años, Eddy, de 40 años en ese entonces, fue derivado por un servicio psiquiátrico donde permaneció un año debido a quejas de índole depresiva. Él me explicó que, ahora que llevaba 4 años sobrio, “lo social se había vuelto aún más difícil”.

Desde la adolescencia, la pregunta “¿qué hacemos aquí?” lo persigue. Es hospitalizado después de ingerir medicamentos. No fue “un verdadero intento de suicidio”, dice. “Me imaginaba un hermoso funeral, pero temía que una fallida sobredosis me dejara discapacitado. En ese momento llamé a mi madre”. Este episodio marcó un primer viraje en su vida: un cambio de escuela y de su círculo de amigos. Tal vez la idea de una discapacidad visible le salvó la vida… En efecto, Eddy se destaca por su gusto por la ropa de marca y los cuidados que le da a su imagen.

Antes de cumplir los treinta, consumía anfetaminas y alcohol. En aquella época regenteaba una cafetería: “Soportaba el contacto con los clientes gracias al alcohol”. Tras la quiebra, estudió enfermería psiquiátrica. A los 36 años interrumpe el consumo, y a los 37, conoce a Charles, su actual marido.

A sus 39 años, la hospitalización que precedió a nuestro encuentro fue consecuencia de un conflicto en su lugar de trabajo. Eddy había presentado una queja contra la dirección en respuesta a la decisión de reemplazarlo en un congreso. Un colega de edad avanzada no quería compartir habitación con él debido a su homosexualidad. El hospital propuso que otro colega fuera en su lugar. Eddy nunca volvió a ese trabajo. Cabe señalar que su madre también le había reprochado su homosexualidad de la manera más cruda. Añade que, en el trabajo, “siempre tenía miedo de cometer un error”. Esta observación contrasta con su estilo irónico y provocador, así como también con los momentos en los que tiene una alta estima de sí mismo.

Luego de su hospitalización, atraviesa un periodo marcado por un gran vacío. “Sobreexcitado”, se aburre, se enfada, es sarcástico y necesita lo que él llama “un nuevo sistema”.

Toma dos decisiones: abandonar su región natal e instalarse en el departamento de Charles para luego casarse con él. Estas decisiones, puramente pragmáticas, le ofrecen un nuevo marco para su vida.

 

Fluctuaciones y pendientes

El recorrido de Eddy está signado por grandes cambios. Fluctuaciones constantes entre “desesperado” y “excitado”, problemas con el lazo social y dificultad para construir un cierto saber sobre sí mismo. También diversos consumos sobre el fondo de una omnipresente atracción por la muerte. Él cree que es bipolar.

La pendiente suicida siempre ha estado presente como solución última. Investigó sobre la posibilidad de la eutanasia por sufrimiento psíquico.

Por otro lado, se cree inmortal y reconoce haber encontrado escritos en los que se imagina llegando a los 126 años: “Sabía que eso era una fantasía, pero me ayudaba”.

Desde hace dos años, atraviesa episodios de crisis en los que está convencido de ser objeto de fuerzas exteriores. Él será víctima de complots. Piensa que los demás fingen ignorar lo que ocurre y que sus teléfonos han sido manipulados. Escribe al Rey para advertirle, etc.

 

Tentativas de estabilización

¿Qué es lo que le da un punto de apoyo en su caótico camino?

Las cifras encuadran a Eddy. Le gusta pasear al aire libre, cuenta las distancias y la duración de sus trayectos. Controla su ritmo cardíaco. Se levanta 2 horas antes de salir para el trabajo. Tener un puesto de venta al aire libre implica todo un cálculo. Por ejemplo, intenta recuperar los gastos de combustible con las ventas. Sus operaciones de conteo inician y enmarcan cada una de sus actividades.

Tras 5 años de sobriedad, vuelve a beber. Intenta controlar su consumo mediante una aplicación, instala un alcoholímetro en su coche y mide el tiempo que tarda el alcohol en absorberse.

Como solución a las dificultades que experimenta en las relaciones sociales, recurre al uso de lo que denomina su “máscara”.  Se dedica a denunciar irónicamente la hipocresía y la injusticia social. Beber le ayuda a soportar a los demás y a atemperar su sensibilidad ante su malicia. También le permitía pensar menos en cuestiones existenciales, aunque a veces lo hacía descarriarse. Por ejemplo, se le ocurrió organizar una fiesta para 500 personas en su antiguo bar el día de su boda: “Tengo la impresión de que el alcohol provoca en mí una especie de psicosis”.

 

Una solución por el tratamiento

En los dos últimos años, la situación ha empeorado. A pesar del sostén de una red ambulatoria, las crisis se multiplicaron y condujeron a hospitalizaciones de urgencia. Ante sus pensamientos suicidas, su médico le recetó un “psicoestimulante potente” (considerado como un estupefaciente en algunos países). Ha recuperado la vitalidad, como cuando me habló del efecto de sus largos paseos por la naturaleza.

Sin embargo, poco a poco empezó a aumentar las dosis de su tratamiento. Aparecieron ideas y proyectos volátiles de una tonalidad maníaca: reinvertir en su fe, acoger a un refugiado que conoció en la calle, limpiar la tumba de un viejo conocido en el cementerio, alquilar una casa en mi calle, etc. Las convicciones interpretativas parecían reforzarse con las sobredosis de su tratamiento.

 

Hacia un delirio ordinario

Generalmente, cuando tiene tendencia a perderse en sus excesos, mis intervenciones apuntan a poner límites a un goce que desborda. Cuando la muerte se convierte en la última salida, escucho sin dar consistencia a lo que dice y, sobre todo, fijo una cita para verlo nuevamente. A veces, le doy consejos y lo animo a realizar determinadas gestiones administrativas o deportivas. Acuso recibo de sus mensajes escritos y a veces respondo a ellos.

Recientemente, mientras retomaba con dificultad su trabajo en una residencia de ancianos, aludió a sus “competencias técnicas”, muy apreciadas por sus colegas (toma de muestras de sangre, diálisis, etc.). En esta perspectiva, le sugerí que buscara un trabajo más técnico e individual, como en la Cruz Roja.

¿Podría Eddy encontrar de este modo una nueva protección o barrera? ¿Podría su ideal de ayudar a los demás, su identificación imaginaria al “buen técnico”, su uso de la máscara, funcionar como un delirio ordinario? ¿Se trataría de un delirio que aplazaría un poco la necesidad de buscar el efecto de revitalización y apaciguamiento en el consumo ilimitado de su tratamiento?

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