Adixiones ◊ Toxicomanías

Adixiones ◊ Toxicomanías

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Nicolas Bousoño y Gloria Aksman (Buenos Aires, Argentina)*

En un tratamiento por la palabra, cualquiera sea el sufrimiento que lo suscite, el rechazo o la elección del inconsciente parten inicialmente de su operador. Es quien recibe esa palabra el que decide qué respuesta ofrece a esa demanda que, en última instancia, es de satisfacción. Es su respuesta – una presencia que permite a quien consulta no decir siempre lo mismo – lo que distingue al psicoanálisis de otros tratamientos y lo que podría  producir un inconsciente.

Es en ese sentido que haber designado al consumo de drogas como toxicomanías – tomando un significante del “Otro para decir lo que el Otro no quiere escuchar”[1] – ha sido una respuesta al “discurso universal”, una interpretación que ha colaborado con la presencia del psicoanálisis en la época de la generalización del consumo de drogas.

En esa misma orientación, el neologismo adiXiones[2] aspira a incluir en nuestro campo las distintas prácticas de consumo que se extienden en la cultura; introduciendo un enigma que señale la fijación del goce singular – banalizado detrás de la atribución de la causa a los objetos del mundo – y permita interrogarlo.

Así adiXiones y toxicomanías pueden articularse en una relación de conjunción y disyunción. Entre los distintos gadgets que pueden funcionar como anti-amor[3], que hacen primar al objeto por sobre el Ideal en el funcionamiento del discurso capitalista, las sustancias embriagadoras pueden contar como uno más y, al mismo tiempo, siguen teniendo su tipicidad; al instilar en el cuerpo tóxicos que producen fenómenos clínicos particulares.

Es esa X que la presencia del analista aloja en la transferencia, que permite que se ubique la interrogación del paciente si la hay, que se despliegue su singularidad si es posible, y quizás también su inconsciente si se produce; apuestas de nuestra práctica, que no es como las otras.

Los recortes clínicos señalan cómo se ha tornado operativa la transferencia y nos permiten bordear los interrogantes que nos propone el argumento del coloquio.

 

Una demanda silenciosa

Un joven consulta en un centro público de atención ambulatoria de toxicómanos a instancias de su madre. Drogas, robos… tres intervenciones destacan tres tiempos del caso.

1) El analista decide, a partir de la escucha, dejar de lado los protocolos de la institución. La posición del analista, ubicada en la hiancia del discurso de “los protocolos para todos”, aloja una demanda silenciosa. En ese momento el sujeto declara que viene para dejar tranquilo al otro materno. Al tiempo deja de concurrir. Sin embargo, esos movimientos demostraron su efectividad en el tiempo dos.

2) Al cabo de un tiempo demanda atención en fuera de la institución.  Esta vez quiere dejar de consumir, algo no funciona y el pensamiento no para, “hacer las cosas bien o recaer”. Dice: “Le cuento cómo anduve con lo mío”. El analista interroga: “¿Qué es lo tuyo?”, busca implicar al sujeto lejos del objeto droga.  Sabemos que ha sido padre, y de la problemática que esto le plantea, nada quiere saber. Deja de concurrir; sin embargo, la apuesta a ubicar la X de lo singular de su goce abre a un tercer tiempo.

3) Frente a la amenaza de una separación que lo alejaría de su mujer y de su hijo, vuelve a demandar. Esta vez el sujeto se divide, haciéndose responsable de su historia, suelta la identificación al “abuelo barrabrava” en la que se sostenía. Empieza en la universidad, lo que se le transforma rápidamente en una enorme exigencia. Dice: “No sé si me banco que me vaya bien….” “Quiero hacer todo y no me para la cabeza, no paro de pensar…”

El silencio como interpretación

La demanda de un hombre por dejar las drogas se precipita después de la separación de su mujer.

Las agresiones constantes entre ellos lo alteran profundamente: “si yo me callara más la boca las cosas me irían mejor”, dice.

No es una frase cualquiera, tiene un modo de hablar sin filtro ni pudor, a veces excesivamente elocuente, que lo lleva a estados de agitación donde levanta la voz o se inquieta visiblemente.

Ha logrado insertarse laboralmente gracias a su habilidad con la electrónica. Este recurso lo mantiene a distancia del otro, evitando así el malentendido, el equívoco, la intensión de significación que se precipita en cualquier comunicación.

Consume en solitario y motivado tanto porque las cosas le han ido bien, o porque le fueron mal. El mismo dice que se trata de una “muleta”, es decir un apoyo que permite homenajear sus triunfos así como castigar sus desaciertos. En efecto, una ortopedia sobre el cuerpo que a la vez que denota la falla de la significación fálica, la suple en lo real.

El silencio de la analista con respecto al consumo se instala enseguida de iniciadas las sesiones, al poco tiempo el sujeto anuncia que trajo un regalo. Al ver asomar una botella, con un gesto firme, la analista rechaza en silencio su propósito.

En lo sucesivo, el acento que el sujeto pone en la queja respecto de sus consumos es desplazado por la analista a los desencuentros que se desatan entre él y su entorno y que lo precipitan en la ira y la intoxicación. Esta maniobra lo lleva a nombrarse como “codependiente”. Significante que denota su dependencia no del semejante, sino de la fragilidad que le impone su relación a la castración.

Con el tiempo, surgirá un recuerdo infantil que se instala bajo la modalidad del trauma,  marcando en la vivencia del sujeto el lugar de otro abusador que lo empuja a decir sin que él pueda traducir el efecto en su cuerpo de la invasión del goce del Otro.

El tóxico probablemente acentúe en su cuerpo, el afecto de turno por fuera del circuito simbólico, creando la ilusión de una regulación propia, es decir: la ficción de que un control de sí mismo es posible.

Al año de trabajo anuncia que trajo un regalo. Saca de su mochila una herramienta con una escala que mide su apertura. La analista sorprendida la recibe moviendo el regulador hasta que el sujeto dice “es lo más parecido que encontré a lo que hacemos acá…”.

Se advierte en las viñetas como el uso singular de las palabras, uso marcado por el lugar que el silencio cobra en ellas, en ese espacio transferencial da lugar – de un modo distinto en cada uno – a una relación donde se pone de relieve lo que empujó al sujeto al tratamiento por la droga, posibilitando otro tratamiento, donde la pulsión de muerte es acotada abriendo un horizonte diferente para cada uno.

 

*Participan: Liliana Aguilar, Gloria Casado, Jorge Castillo, Ana De Andrea, Ángeles De Paoli, Melina Di Francisco, Andrea Fato, Diana Goycochea, María Pía Marchese, Matías Meichtri Quintans, Laura Mercadal, Walter Naimogin, Silvina Rago, Juan Manuael Ramírez, Gabriela Ratti, María  Virginia Rebecchini, Sabina Serniotti, Valeria Vinocour.

 


[1]  Orientación de J.-A. Miller, citada por M. Tarrab en “Un aporte para acción lacaniana”, The Wannabe, revista virtual de la NEL, nro. 11, sept. 2014, disponible en http://thewannabe.nel-amp.org/Ediciones/011/template.php?file=Nuestras-convicciones/Un-aporte-para-accion-lacaniana.html
[2]  Sinatra, E. Adixiones, Buenos Aires, Grama, 2020.
[3]  Miller, J.-A. La teoría del partenaire, texto publicado en este número de Pharmakon digital. Cf. p.47.

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