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Maria Wilma Faria (Belo Horizonte, Brasil)*
Es con el psicoanálisis de orientación lacaniana que podemos situar las toxicomanías en el campo del más de goce, de acuerdo al modo con el que cada sujeto hará uso de la droga en su cuerpo. En esa dirección, la contemporaneidad nos invita, cada vez más, a tomar una posición ética que no deja de acompañar los desafíos que nos son impuestos en la clínica. Así, sostener el trabajo del inconsciente se muestra necesario en la medida en que, en el mundo en el que vivimos, prevalece una convocatoria constante a un goce que toca los cuerpos por diferentes vías en la vida social. En este campo, muchas personas se dejan bombardear por un imperativo de goce sin límites, desde el consumo de imágenes de cuerpos perfectos promovidos por las aplicaciones de ejercicios, hasta el uso de medicaciones y el desempeño del empresario exitoso de Instagram. Tales sujetos engendrados por el discurso capitalista se convierten ellos mismos en objetos de consumo. La brújula en nuestro tiempo fue ocupada por el más de goce en detrimento de la creencia en los ideales de la civilización.
La noción de toxicomanía generalizada o de adicciones contemporáneas se refiere a la lógica del mercado que ofrece todo tipo de productos de consumo. Éstos pueden llegar a hacer a las personas “dependientes” dando lugar a una relación excesiva y pasando así a tener el estatuto de drogas. Como podemos observar, tales objetos de consumo: internet, compras, teléfono móvil, pornografía, juegos, no son sustancias tóxicas introducidas en el cuerpo; sin embargo, dan forma a una lista interminable de productos que hacen serie y obedecen al imperativo ‘todos consumidores’, gozando todos, de los mismos objetos.
Ya el término toxicomanías en plural hace referencia a la singular relación que un sujeto establece con una sustancia al ser introducida en el cuerpo. Luego, consideramos que hay personas usando la misma droga, con frecuencias y cantidades iguales, pero que el modo y la función que tienen en la economía libidinal, serán diferentes. Es innegable la pertinencia y la importancia de eso para todos nosotros que, en el Campo Freudiano, nos dedicamos a esa investigación.
Un recorte clínico nos impulsa a pensar el lugar que el sujeto ocupa en lo que se conoce como la adicción al trabajo, el workaholic, común en nuestra época y que, de algún modo, se conjuga con la economía psíquica del sujeto que presenta actos toxicómanos. La adicción instaura una relación directa del ser hablante con el goce del cuerpo. Iteración de un real sin ley que se encuentra encarnado y por ende compromete al ser hablante. Si por un lado se nota una “fenomenología” de la adicción como una fixión[1] a través del trabajo, por otro, vemos signos de la toxicomanía en el uso de una sustancia para tratar algo de la inquietud del cuerpo.
Se trata de Y, profesional extremadamente dedicada, capaz de trabajar 36 horas sin descanso en el Servicio de Atención Médica de Urgencia. Trabajaba allí en un momento especialmente delicado como el de la pandemia cuando pasó a ser requerida aún más. Incapaz de decir que no, pasaba las noches en el trabajo hasta llegar a un punto de agotamiento. Todo parecía ir bien hasta que empezó a recurrir al uso inyectable de Mytedon[2]. Inicialmente lo utilizaba para dormir, en la imposibilidad de desligarse. Después, lo empleaba diariamente para anestesiarse y no encontrarse con el desgaste de la relación amorosa, con la irritación constante, con las peleas, con la tristeza. Su relación con el trabajo llegó a un punto tal que pasaba días en el Servicio. Es allí cuando ocurre el accidente. Bajo los efectos de la droga, Y sufre un accidente de tránsito que da lugar a un Traumatismo Craneal Encefálico. Tras meses en recuperación, el hecho de estar parada en casa, entregada a tratamientos de rehabilitación física, le resulta insoportable y esto hace que recurra al tratamiento analítico.
J.-M. Josson, comentador de este trabajo, destacó que “Y es una mujer cuya posición como objeto del Otro no se sostiene en una fantasía, sino que la realiza en lo real. En su trabajo, ella es el objeto indispensable para el Otro, es el objeto del que el Otro carece fundamentalmente, aquel del cual el Servicio Médico de Emergencia no puede prescindir, como indica su extrema dedicación y su incapacidad para decir no.”
Solamente en el tratamiento por la palabra, algún contorno permitió que una ficción pudiera aparecer: la codeína era la droga de elección de un compañero con quien vivió situándose en una posición de objeto desecho y devastación. Rápidamente surge una prisa, una agitación y una insistencia de Y en retomar su vida profesional. La apuesta ha sido por hacer una escansión en el tiempo.
En relación a esa apuesta, J.-M. Josson apuntó lo siguiente: “hacer una escansión en el tiempo para atemperar su prisa por recuperar su posición de objeto indispensable para el Otro, que es también lo que le da un lugar en el mundo”. Nos pidió que relatáramos cómo se hizo esta escansión, cuáles fueron los efectos recogidos y se preguntó si el accidente con su vehículo, bajo el efecto de mytedon, podría ser interpretado como un pasaje al acto.
De acuerdo con las indagaciones de J.-M. Josson sobre el manejo clínico de la escansión del tiempo y de si el accidente de auto bajo efecto de la droga habría sido un pasaje al acto, entendemos que la analista provoca algún apaciguamiento al señalar su intento de volver a un punto imposible, antes de la caída. No hay forma de volver a cero y seguir como si nada hubiera ocurrido. ¡Hay un cambio, un antes y un después! El trabajo va en la dirección de acompañar al sujeto a construir una pequeña invención que pueda tratar tanto el cuerpo, como posibilitar un nuevo lugar en la vida profesional en tanto presenta secuelas motoras. Desde el accidente, ella no hizo más uso de la medicación, nombre que se refiere al mytedon. El cuerpo, antes inserto en el movimiento frenético y maníaco, es parado. El consumo de la sustancia y el pasaje al acto parecen ser respuestas a la angustia.
Miller subraya que el pasaje al acto traduce la inscripción temporal del acto inevitable, bajo la forma de la urgencia[3]. Sinatra nos indica que “el correlato esencial del momento del pasaje al acto es el dejar caer, es el sujeto que queda reducido al objeto y degradado en la función de desecho, de resto – el sujeto cae identificado con el objeto a – capturado en una escena embarazosa, de máxima angustia, perturbado por la emoción que pone en marcha la agitación del cuerpo, poseído por un empuje que lo pone en movimiento y lo precipita fuera de la escena”.[4]
Con Miller[5], podemos decir a su vez que “el acto es, como tal, indiferente a su futuro, él es fuera de sentido, indiferente a lo que vendrá después. En el fondo, un acto es sin después, él es en sí. Para que haya acto, es necesario que el sujeto en él sea modificado por un franqueamiento significante”. El encuentro con la analista permitió al sujeto una escalera, un tiempo, al hablar fue posible hacer un contorno simbólico, crear una distancia mínima con respecto al acto.
El accidente con el vehículo posibilitó ese efecto de apertura solo porque había allí una analista para recoger e intentar instaurar un tiempo de comprender. Fue preciso señalar que no tenía cómo volver a la vida anterior.
Ese cuerpo entregado a un exceso indecible parece traer consigo la desaparición del sujeto. En efecto, el acto toxicómano está vacío del sujeto del inconsciente y de significación. Así, la ausencia de articulación simbólica nos permite situar la intoxicación por la sustancia o por la adrenalina del trabajo como operaciones de suplencia, un exceso de cuerpo a través del cual el sujeto fija lo intolerable y produce una nueva envoltura corporal. En ese anudamiento no sintomático, “el exceso busca un cuerpo… y una parada”[6].
Con ese recorte, retomamos la cuestión del encuentro de la red TyA, entre el rechazo y la elección inconsciente. Circunscribimos que el modus operandi de ese sujeto, del goce con el trabajo sin intervalos ni límite, va en la dirección del rechazo del inconsciente. Por otro lado, ¿dónde situaríamos la elección? Esta sería posible en la medida en que la caída produjo un lapso, instaurando para ese hablar una apertura al tiempo de comprender: ¿Por qué no busqué una analista antes?
Traducido por Tomás Verger
*Participan: Aléssia Fontenelle, Cláudia Reis, Marcelo Quintão, Pablo Sauce, Rodrigo Abecassis,
Tiago Barbosa