De la función del tóxico a las adixiones

De la función del tóxico a las adixiones

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Darío Galante y Luís Darío Salamone (Buenos Aires, Argentina)*

En Argentina, a comienzo de los años 90, paralelamente a lo que fue el Movimiento hacia la Escuela, un grupo de psicoanalistas lacanianos que trabajaban en diferentes espacios se reunieron para finalmente dar vida, en 1992, junto a la formación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, al TyA. En el calor de aquel movimiento hacia la EOL, fue Jacques-Alain Miller quien solicitó una reunión con los interesados en la temática.

El término, más difundido, de adicciones resultaba desgastado por las prácticas del yo que imperaban para el abordaje de sujetos para los cuales el consumo resultaba problemático. Se decidió entonces desempolvar un viejo término en desuso que tenía su raíz en la psiquiatría y que no era asociado a las prácticas que se realizan en comunidades terapéuticas. Se eligió el significante “Toxicomanías”. Tenía la característica de reunir la sustancia que nos interesaba estudiar con una referencia al goce maníaco que solía ponerse en juego. Por otra parte, notamos que los casos de sujetos que consumían solo alcohol manifestaban una relación al goce muy distinta. Así quedaron conformadas las siglas TyA.

Hoy el TyA cumple 30 años desde su creación y nos gustaría compartir con ustedes al menos algunos de los conceptos que estos años nos han permitido arrojar alguna luz sobre nuestra clínica.

El síntoma analítico excede a cualquier nosografía, si algo lo caracteriza, desde los planteos freudianos, es que se dirige al Otro, es un mensaje.  En la demanda de análisis está contenido el Otro. Tenemos en el síntoma la dimensión pulsional o el núcleo de goce y la envoltura formal que es significante, incluye la materialidad significante y por la tanto al Otro, la verdad y el significado que posibilitan tratar al síntoma mediante la interpretación.

Las toxicomanías nos plantean siempre la dificultad de no ser una formación sintomática en el sentido descripto. Ya que la relación del sujeto con el tóxico puede implicar, en el caso de las neurosis, ruptura o desenganche del Otro.

Una de las primeras operaciones fue plantear ese goce propio de lo que en verdad llamaríamos toxicomanías. Se trata de un goce que implicaba una ruptura con el falo, no pasando por el Otro, denominándolo por eso goce cínico[1]. Este goce implica un rechazo del inconsciente lo cual lleva a que, el goce en sí, se torne en algo tóxico[2].

El toxicómano se sirve de cualquier objeto/droga que pueda suturar el vacío que moldea los agujeros del cuerpo; ese goce cínico que rechaza al Otro y solo apunta al Uno, ofreciendo un paisaje vasto a lo mortífero de la pulsión.

Así como Diógenes proponía a los hombres un camino que los condujera a la felicidad evitando las cristalizaciones sociales, el cinismo propio del toxicómano, en relación a su goce y al discurso capitalista que hoy le favorece, consagra de manera vulgar el rumbo solitario a la felicidad de la pulsión, sin pasar por el Otro. Lacan decía que el Ser es Uno siempre, pero paradojalmente, no sabe ser como Ser; solo ex-siste en tanto gire en torno a la voluntad del goce Uno que se vuelve su propio sostén instantáneo. De ahí que siempre requiera volverse hábito.

Desde el comienzo de nuestro trabajo Ernesto Sinatra habló de lo que denominó la “función del tóxico”[3]. Su potencia radica en la capacidad que tiene de articular lo universal con lo singular en cada caso. En pocas palabras, la función traduce una relación entre dos variables. Por un lado, una variable dependiente, a saber, las posibilidades universales que determinado objeto de consumo puede brindar (los efectos de una droga). Por otro, como variable independiente, las singulares condiciones de satisfacción, previamente constituidas, de un ser hablante. Entonces, la función del tóxico nombra el modo en que un objeto se inserta en la economía de goce singular de un sujeto.

Un concepto que debemos destacar, en el marco de las nuevas investigaciones del TyA, es el de Adixiones[4]. Se trata entonces de la versión posmoderna de la toxicomanía generalizada, ya que el mismo destaca el carácter adictivo del goce, desplazando así el eje de la producción masiva de las nuevas drogas ofrecidas por el mercado.

En este punto, el concepto de Adixiones – al recuperar la lógica planteada en la noción freudiana de fijación (fixierung)- nos brinda una reescritura efectiva – al momento de orientarnos en nuestra práctica – de las adicciones, al situar la raíz del goce – tóxico en sí mismo –  que liga al sujeto a un ciclo de repeticiones cuyas instancias no se suman y cuyas experiencias no le enseñan nada[5].

Cualquier acción humana puede ser tóxica por la satisfacción que transporta. La letra x señala la singularidad de goce de cada individuo y la oscuridad que transporta para sí mismo. Esta “X”, es una función a despejar, ahí donde algo en el cuerpo se le presenta como Otro para el sujeto mismo. Poner en valor la función de la “X” en tanto fixierung a despejar, resalta la responsabilidad de cada parlêtre en su relación con el goce que lo habita.

La dirección de la cura, desde la orientacion lacaniana apunta a que  el sujeto interrogue esa X, que concierne a lo más íntimo del parlêtre y que suele quedar soslayada bajo la pantalla de las acciones. Será lo que permita poner a punto el discurso del sujeto para que entonces el discurso analítico lo lleve a ese límite en el cual pueda jugar su partida frente al goce que le concierne.

Pese a la prevalencia de goce que puede presentar el síntoma de un toxicómano,  Miller dice que la pulsión si bien tiene sus raíces en el cuerpo propio, “solo cumple su bucle de goce pasando por el Otro (…) Para que el recorrido de la  pulsión se cumpla, es necesario que intervenga un objeto que está en el campo del Otro”[6]. Existe entonces una intersección entre el Uno y el Otro.  Allí se ubica al deseo como  función clínica.

Así pues, apostamos a despejar esa X. Sin descifrar aquello que lo lleva al sujeto a la fijación de determinada droga estaríamos, como en otras prácticas, en el terreno de la psicoterapia. Decidimos, en cambio, apostar por lo real y propiciar un metabolismo de ese goce para que, logrando escapar de esa repetición tóxica, algo se pierda, y lo que no, que quede a disposición del sujeto para que decida cómo emplearlo.

 

*Participan: Agustín Barandiaran, María Juliana Bottaini, Gisela Calderón, Martín  Fuster,
Ginesa González, Miguel López, Gustavo Mastroiacovo, Patricia Meyer, Lautaro Ranieri, Yasmina Romano,
Christian Ríos, Adrián  Secondo e Benjamín Silva.

[1]  Miller, J.-A.. Para una investigación del goce autoerótico. Sujeto, goce y Modernidad. Fundamentos de la clínica. Atuel-TyA. Buenos Aires, 1993.
[2]  Tarrab, M. La substancia, el cuerpo y el goce toxicómano. Más allá de las drogas. Sillitti, D/ Sinatra, E/ Tarrab, Mauricio. Plural. La Paz, 2000.
[3]  Sinatra, E. ¿Todo sobre las drogas?  Buenos Aires: Grama, 2010.
[4]  Sinatra, E. Adixiones. Buenos Aires: Grama, 2010. A partir de la orientación de Jacques-Alain Miller, Ernesto Sinatra propone la una versión moderna de la toxicomanias generalizada donde cada acción humana puede cobrar un carácter adictivo.
[5]  Miller, J.-A. Leer un síntoma. Revista Lacaniana de psicoanálisis n. 12. Año VIII. Buenos Aires, Grama, Abril de 2012
[6]  Miller, J.-A., El Uno Solo Curso de la Orientación Lacaniana, sesión IX del 30 de marzo de 2011 (inédito)

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