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The responsibility of the drug addict
Francisco Paes Barreto2
(Belo Horizonte, Brasil)
Resumen : La cuestión de la responsabilidad del toxicómano es abordada en diversas concepciones : (1) cuando se considera que la droga es el problema, o (2) la toxicomanía como una enfermedad, o (3) la toxicomanía como un crimen o transgresión moral, o (4) la toxicomanía como un modo de goce.
Palabras claves: concepciones de la toxicomanía, responsabilidad del toxicómano.
Abstract : The question of the responsibility of the drug addict is addressed in various approaches: (1) when it highlights the drug itself as a problem or (2) drug addiction as a disease or (3) drug addiction as a crime or moral transgression or (4) drug addiction as a jouissance mode.
Keywords : approaches of drug addiction. Responsibility of the drug addict
INTRODUCCIÓN
Desde la Grecia Clásica hay dos cuestiones fundamentales que giran en torno al uso de las drogas y aumentan las discusiones sobre el tema.
La primera concierne a la naturaleza de la sustancia consumida. ¿Se trata de un remedio o de un veneno?
La palabra griega pharmakon significa tanto una cosa como la otra, lo mismo sucede con la palabra droga en la lengua portuguesa [y también en la española]. Cuestión intrincada, que en el siglo XVI es resuelta por la fórmula de Paracelso que puede ser considerada un principio fundamental de la farmacología: “El veneno es la dosis”3.
Hay otro dilema que incita a los griegos: ¿el problema es el vino o quien lo consume?
Penteo, rey de Tebas, prohíbe severamente el uso del vino, quiere encarcelar a todas las mujeres que caen bajo su efecto e intenta capturar al dios Baco. Tiresias aconseja a Penteo no oponerse a un dios; si un dios trae vino, es preciso creer en él.
La posición de Platón es más elaborada. En el diálogo “Las Leyes” propone que se prohíba a los jóvenes probar el vino hasta la edad de 18 años. Llegados a los 30 años la ley prescribe que el hombre pruebe el vino con moderación. Y después de los 40, la ley permitirá en los banquetes invocar a todos los dioses, como remedio para el rigor de la vejez4.
Con un giro de más de 2000 años la pregunta se reformula, ¿El problema es la droga o quien la consume? Basta considerar, aunque de forma sucinta, algunas respuestas que la cultura actual oferta.
EL PROBLEMA ES LA DROGA
Una primera respuesta: el problema es la droga. Perspectiva que representa, en el mundo entero, un prodigioso aparato de represión, con altísimo costo en términos de dinero, actores, vidas, instituciones. El combate al narcotráfico, con todo el gasto que implica, demuestra los resultados que son de conocimiento por todos y que tal vez puedan ser resumidos con una anécdota de Freud que tanto gusta.
Un agente de seguros ateo está por morirse. La familia convoca a un padre para una última tentativa. Los dos se encierran en el cuarto y mantienen una larga conversación. Al salir, la familia interpela el padre. Él nada consiguió, pero fue convencido de comprar una póliza de seguros5.
En efecto, el narcotráfico es revelado como una Hidra de Lerna: dragón mitológico con siete cabezas de serpiente y aliento mortal que cuando se corta una cabeza, dos nacen en su lugar. El fracaso del combate al tráfico no se debe a la ineficacia del aparato represivo, sino a la falsa premisa que lo sostiene.
Un perito de la Unidad de Inteligencia Criminal de Scotland Yard presenta 10 razones para la legalización de las drogas que deben ser atentamente examinadas:
Enfrentar los problemas reales. La prohibición es cortina de humo para enmascarar factores sociales y económicos que llevan a las personas a consumir drogas. La mayor parte del uso ilegal es recreacional, siendo que la pobreza y la desesperación están en la raíz del uso problemático de las drogas.
Eliminar el mercado del tráfico. El mercado de drogas, actualmente, representa la demanda de millones de personas con ingresos de muchos miles de millones de dólares. La prohibición crea un vacío llenado por el crimen organizado y por el comercio desregulado.
Reducir drásticamente el crimen. La prohibición eleva considerablemente el precio de la droga, motivo por el cual usuarios dependientes recurren al robo para conseguir dinero. La mayor parte de la violencia relacionada con la droga es causada por su ilegalidad. La legalización bajaría los precios, regularía el comercio y responsabilizaría a la Justicia, al personal de las cárceles y a la policía.
Revertir el aumento de los usuarios. Aún con la prohibición, cada vez, y más tempranamente, hay más personas que consumen drogas, que es uno de los indicadores de que esa política no funciona.
Transmitir información precisa e invertir en educación. Hay mucha desinformación, mucho prejuicio y muchos mitos acerca del uso de drogas. La legalización podría ser introducida conjuntamente con información más precisa y orientaciones más abiertas, además de priorizar la educación y la prevención.
Hacer del uso de la droga algo más seguro. La prohibición conduce a la estigmatización y marginalización del usuario, con mayor aislamiento social, aumento de la delincuencia y contagio de infecciones graves. La legalización, por su parte, podría enfatizar las políticas de reducción de daños.
Restaurar derechos y responsabilidades. La prohibición criminaliza innecesariamente millones de personas que, si no fuera por eso, serían obedientes de las leyes. Además, responsabiliza la distribución de las drogas en manos de traficantes violentos. La legalización podría promover la distribución cuidadosa y regulada, con expedientes para proteger a los más vulnerables.
Reducir el prejuicio racial. Las personas de raza negra corren 10 veces más riesgo de ser encarceladas por el uso de drogas. La legalización removería prisiones discriminatorias.
Sanear el mercado global. El mercado de drogas representa el 8% de todo el comercio mundial, cerca de 600 mil millones de dólares al año. Países enteros caen bajo la influencia de la corrupción. La legalización generaría dinero en la economía formal, empleos e impuestos y reduciría la corrupción.
Implementar una política eficaz. La legalización debe llevarse a cabo con cuidado y si bien no es la solución para todo, es necesaria una política pragmática y eficaz, que permita encarar los problemas creados por el uso y la prohibición de las drogas6.
LA TOXICOMANÍA ES UNA ENFERMEDAD
El acento, entonces, se desplaza: el problema es quien consume la droga. Desplazamiento que comporta diferentes abordajes.
Un enfoque, que parece bastante evidente, consiste en afirmar que la toxicomanía es una enfermedad. Es decir, una problemática neurobiológica de origen genético. Esta proposición desconsidera, desvaloriza o desprecia todo lo relacionado con la subjetividad o la cultura. El objetivo de esa concepción es tratar la dependencia a la droga con otra droga.
¿Será la genética la astrología de los tiempos actuales? ¿Será el código genético el nuevo oráculo o la nueva versión del maktub?
La respuesta es no, para la ciencia. Pero, la respuesta es sí para el discurso científico, que no traspasa su ideología más allá de los términos de la ciencia.
La supervalorización de la influencia de la genética es parte de la estrategia de la industria farmacéutica, una de las más poderosas del mundo actual. Utiliza propaganda subliminar o recursos de marketing: el énfasis en la genética reduce la importancia de otros factores e induce al consumo de medicamentos.
La profesora e investigadora norteamericana Adriane Fugh-Berman, del Georgetown University Center, afirma que la industria farmacéutica es sagaz: los médicos contratados por ella no venden remedios, venden enfermedades y los principales blancos son los médicos, en especial los psiquiatras, cuyos diagnósticos son subjetivos.
¿Cómo es la estrategia? Fugh-Berman da un ejemplo ficticio: Considere lo que los médicos llaman: “borborigmo”, o sea, los ruidos o sonidos de un estómago vacío. Imagine que una empresa pretende desarrollar una droga para combatir tal disconformidad. El primer paso es hacer que las personas crean en su estado de enfermedad. Con la droga aún en prueba, son lanzados mensajes de marketing: “no hay motivo de preocupación mientras los ruidos del estómago se escuchen ocasionalmente, pero episodios regulares pueden indicar la condición de ruidos repetidos del estómago (BARE)”. Enseguida: “Quienes sufran de BARE pueden tener que limitar viajes, actividades profesionales y de ocio, con cierta estigmatización social”. O aún: “El BARE puede llevar a la obesidad, pues la persona tiende a comer para evitar el ruido del estómago”. A partir de ahí, los médicos contratados son portavoces de mensajes en cursos de educación médica continua, en los cuales es destacado que el BARE no debe ser motivo de risa, pero, sí, condición común, subdiagnosticada y con consecuencias potencialmente graves7.
Es posible dar, ahora, un ejemplo más llamativo y nada ficticio: el DSM y, más particularmente, el DSM-5, es la clasificación de una psiquiatría que se dice científica y que postula, para los trastornos mentales y del comportamiento, un substrato neurobiológico y una etiología, en último análisis, genética. El número de trastornos aumenta ampliamente y, por medio del artificio nombrado comorbilidad, cabe para cada uno, ahora, varios diagnósticos. Con derecho, es claro, a un coctel de medicamentos. Lo más importante de todo esto es que tal biologicismo está apoyado en una clasificación sin base neurobiológica, sino apoyada en un criterio exclusivamente sociocultural. La tentativa de establecer una base neurobiológica es precaria y posterior a la definición del trastorno. Se trata de una petición de principio que revela el objetivo no manifiesto del DSM: una clínica de la medicación.
LA TOXICOMANÍA ES UN CRIMEN, UNA TRANSGRESIÓN
Cuando la cultura sitúa la toxicomanía como enfermedad, coloca el problema del lado de quien consume la droga, pero desresponsabiliza al sujeto. La responsabilidad es atribuida a la disfunción orgánica.
La cultura actual trae otra concepción de la toxicomanía, incompatible con la anterior, pero que, no obstante, coexiste con ella. Según esta otra concepción, la toxicomanía es un crimen, en el sentido jurídico y un error, en el sentido moral. Es decir, el problema está del lado de quien consume la droga y al sujeto se lo responsabiliza como autor de un crimen y de una transgresión de las costumbres. Esta perspectiva trae, obligatoriamente, el encuadramiento en un contexto que envuelve culpa y punición.
El enfoque jurídico-moral del toxicómano, por lo tanto, considera al sujeto y lo responsabiliza en el mismo procedimiento que lo incluye en el rol del crimen, del error o del pecado. Puerta abierta para la exclusión y para la influencia religiosa.
El gran problema de la exclusión (cárceles, hospitales psiquiátricos, comunidades terapéuticas) es que no garantizan, por sí solas, un cambio subjetivo. Es posible quedar largo tiempo excluido y salir tal como se entró.
El problema de la influencia religiosa es que ella trae, por un lado, el apoyo de Dios al pecador angustiado, pero también trae inexorablemente, por otro lado, el espectro tentador de Satanás.
LA TOXICOMAÍIA UN MODO DE GOCE
P – ¿Y para el psicoanálisis, el problema es la droga o quien la consume?
R – Para el psicoanálisis, el problema está en la relación del sujeto con la droga. La droga tiene importancia, como así también el medicamento, pero el énfasis está del lado del sujeto. Es algo imposible de ser generalizado. La relación de diferentes sujetos con una misma droga es totalmente diversa. El alcohol puede ser placentero para una persona y mortífero para otra. Los casos deben ser evaluados uno por uno, pero el acento es sobre el sujeto.
P- ¿La relación mortífera con la droga es una enfermedad?
R- En términos psicoanalíticos, el uso de drogas es un modo de goce. El goce es un concepto lacaniano, aunque puede ser claramente encontrado en Freud. Puede ser definido como la satisfacción de la pulsión, tanto de la pulsión sexual como de la pulsión de muerte. Se trata de una satisfacción que incluye por lo tanto una paradoja: el placer está en continuidad con el displacer. La amalgama de ambas pulsiones, crea un bien para el sujeto que no coincide con su bienestar, un bien que se puede traducir por malestar o asimismo confundirse con el dolor. El goce como dice Lacan, “comienza con cosquillas y termina en la parrilla”8. La existencia de un más allá del principio del placer se puede deducir de ciertos casos de adicción como por ejemplo lo que sucede con la cocaína o la heroína. El bienestar puede existir al comienzo pero con el aumento de la dependencia surge la necesidad imperiosa y repetitiva de satisfacción que no brinda placer y que frecuentemente termina con la muerte.
P- ¿A qué se debe la existencia de relaciones tan diferentes con las drogas?
R- La diferencia se debe a varios factores. El uso de la cocaína en un grupo con una finalidad recreacional es totalmente diverso de aquel que se verifica en una “cracolândia9 “. En el primer caso, se mantiene el lazo social. El segundo caso señala una ruptura con el Otro social y la destitución de cualquier tipo de regulación. Los factores reguladores están relacionados con las influencias culturales y con la estructura del sujeto. La función paterna es moderadora del goce y puede evitar el uso masivo de drogas. Por otro lado, ante una función paterna frágil, el uso de las drogas puede desmoronar la precaria estabilización aún existente.
P- Entonces ¿la cultura puede contribuir al surgimiento de las toxicomanías?
R – Por supuesto. Lacan puso el énfasis en eso. “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época10” Se puede hablar del Otro materno, del Otro paterno, del Otro del sexo, del Otro social…la cultura es uno de los nombres del Otro. En la actualidad, la influencia puede acontecer de dos maneras principales: el debilitamiento de la función paterna, por la caída del padre o por el aumento del goce consumista que es garantía del discurso capitalista.
El modo de goce de las adicciones suele presentarse en casi todas las situaciones. Por ejemplo, en relación a la comida: se come primero por hambre o placer, y se continúa comiendo por compulsión sin ninguna necesidad de alimentarse, sin ningún placer o hasta con sufrimiento. La lista puede ser ampliamente extendida: adicción a las compras, a Internet, a los remedios, al trabajo, al juego, al sexo, a los robos, a los smartphones…Un modo general de la vida cotidiana de la época contemporánea es la adicción. ¿Existe hoy una sociedad de adictos? ¿Hay una toxicomanía generalizada? Ninguna sorpresa para constatar, se trata de una consecuencia lógica del imperativo de goce consumista
P – ¿Donde está la responsabilidad del sujeto?
R – ¿Cómo es que Lacan trata el tema? De la siguiente manera: “Por nuestra posición de sujeto, siempre somos responsables. Que llamen a eso como quisieran, terrorismo”11. ¿Por qué llamar a eso terrorismo? Porque es algo provocador y radical. Es decir, ya sea con la genética, con la cultura, con los poderes sobrenaturales, ¡el sujeto es responsable!
P – Para el Derecho también el sujeto es responsable. ¿El psicoanálisis pretende colocar al toxicómano en la cárcel?
R – La responsabilidad del sujeto se verifica tanto en la perspectiva jurídico-moralista como en la perspectiva psicoanalítica. Pero eso no quiere decir que el psicoanálisis introduzca al sujeto en un contexto de culpa y punición. Por el contrario, busca retirarlo de ese ámbito. La ética jurídico-moralista es la misma del crimen y el castigo. No es la ética del psicoanálisis que responsabiliza al sujeto para castigarlo, sino para mostrarle que él no es la víctima sino que es autor de su destino. ¡No existe el oráculo! ¡Nada en definitiva ya estaba escrito! La ética del psicoanálisis puede ser definida como la ética de las consecuencias. Es decir todo acto tiene consecuencias y cada uno debe hacerse cargo de aquellas que corresponden a sus actos.
P – ¿Eso es tan importante en el caso de las toxicomanías?
R – Muy importante. Es frecuente en estos casos la siguiente posición subjetiva: “Yo no soy responsable de mis actos, vos sos responsable de ellos”. Puede haber un encuentro con una posición subjetiva complementaria “vos no sos responsable por tus actos, yo soy responsable por ellos” Encuentro que no siempre es absurdo: es la relación de la crianza con la madre. El problema es cuando el cordón umbilical no se cortó y la dependencia se prolonga en una relación sobreprotectora. El lugar de la madre puede ser ocupado por el padre, el cónyuge y atención que también puede ser por el Estado o la institución asistencialista, razón por la cual la responsabilidad y la implicación subjetiva son pasos fundamentales en el tratamiento de estos casos. Alcohólicos anónimos saben de esto muy bien. En el comienzo del trabajo esta es una decisión primordial: “si vos querés parar de beber el problema es nuestro, pero si vos no querés, el problema es tuyo” Es decir, existe un mal entendido, pero es esencial la responsabilidad del sujeto. Si él viene, será recibido pero también puede no ir.
P- Si el adicto no viene, ¿no sería preferible una internación involuntaria?
R- Cuestión delicada. El primer aspecto a ser considerado es que en los casos graves de toxicomanías, el sujeto hace una ruptura con el Otro social y se entrega a un goce mortífero. En rigor, existe en primer lugar, la autosegregación. La internación puede ser pensada como una tentativa de barrar ese goce y abrir un espacio para una rectificación subjetiva. El problema es que los límites entre finalidad terapéutica y segregación son tenues.
Existe una autosegregación del toxicómano pero existe también una segregación social, una tendencia muy poderosa. ¿Por qué motivo? Haciendo una retrospectiva, en la Edad Media, periodo teocéntrico de la cultura humana, los segregados era los leprosos, portadores del estigma del pecado. En la Era de las Luces, del Racionalismo Iluminista, los segregados eran los locos, representantes de la insensatez. En el mundo globalizado, el imperativo es el goce consumista, los segregados tal vez sean los toxicómanos, que aumentan el consumo. La segregación puede ocurrir en lugares cerrados, con abstinencia forzada, pero también en lugares abiertos, como las “cracolândias”, o diversos lugares por el mundo, donde los adictos son aislados y se aíslan para satisfacerse a veces hasta la muerte.
P – ¿Frente al pesimismo del psicoanálisis no sería preferible el optimismo de la religión?
R – La religión crea el optimismo de la relación del hombre con Dios, pero también el pesimismo de la relación del hombre con Satanás. Uno no existe sin el otro. Dios hace el milagro de curar; Satanás, mientras tanto, continua con su trabajo furtivo, causando enfermedad. El precio que se paga por la protección divina es la eterna amenaza del demonio. El psicoanálisis por cierto no es optimista. ¿Cómo ser optimista cuando se tiene de entrada la pulsión de muerte y además el principio del placer? No es correcto hablar por lo tanto de pesimismo. Es más sensato afirmar el realismo psicoanalítico. El psicoanálisis apuesta al sujeto, a la civilización.
Pero como acabo de decir, no es cierto que el sujeto irá a abrazar la vida, no es cierto que abandonará el goce mortífero. De la misma manera, no es cierto que la humanidad abrazará a la civilización, que ella no se exterminará con una guerra nuclear o con una destrucción del medio ambiente. Hace algunos días, durante una sequía terrible, el estado de Minas Gerais se transformó en una enorme fogata, con la vegetación incendiada… ¿Será que la especie humana sobrevivirá a sí misma? El psicoanálisis no sabe la respuesta. Pero sabe que si el sujeto o la especie humana se salvan, habrá sido por el propio empeño y no por obra de Dios. Por otro lado, si el sujeto o la humanidad se destruye, habrá sido consecuencia de los propios actos y no por obra del demonio.