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Giovanna Quaglia (Brasília, Brasil)
“Vivo drogada pero no consumo, soy así, no puedo parar nunca…”[1]. Es con esa frase que Sinatra nos introduce su libro Adixiones[2], con x. Esa x que parece un lapsus nos anticipa la dimensión del enigma, consustancial a la experiencia analítica desde sus orígenes. Esto indica que en la contemporaneidad es posible vivir drogado, incluso sin drogas. “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”[3] es la invitación de Adixiones.
En álgebra, la letra x es utilizada para representar incógnitas, cantidades desconocidas o una variable. En Adixiones, Sinatra hace de esta x las variaciones del “no puedo parar”. La x constituye la dimensión instigante y original del término adixiones, “la versión posmoderna de la toxicomanía generalizada”[4]. Nos convoca a reflexionar sobre el hecho de que no existe una única forma en la que un sujeto se intoxica. Esta x cifra el principio de la toxicidad del goce como tal, más allá del objeto elegido.
Como nos indicó Miller, “si nos interesamos hoy por la toxicomanía […] es porque traduce maravillosamente la soledad de cada uno con su partenaire plus de gozar”[5]. Se pesquisa entonces que el ser hablante nunca puede estar sin un partenaire. A partir de la clínica de las toxicomanias, la Red TyA[6] viene investigando el lazo más allá del principio de placer que une sujeto – objeto. El paradigma al que las toxicomanías nos lanzan está en ese más allá de las drogas que se impone en la contemporaneidad, esa incansable búsqueda por ese más de placer que “empieza con las cosquillas y se acaba en la parrilla”[7].
Es a partir de la investigación de la toxicomanía, de la banalización del uso del término adicciones, de la tesis de la toxicomanía generalizada, que constatamos que en la pos-modernidad todo o cualquier cosa puede volverse tóxico. Asistimos a una implosión de toxicidad impulsada por el imperativo del mercado y de los objetos de consumo: medicamentos, celular, juegos, series, ropa, comida, sexo, fotos… ¡hasta personas! Todo puede ser tóxico.
Para analizar esta propuesta de toxicidad contemporánea, Sinatra interroga la creación del término “personas tóxicas”. Nos indica que la referencia a “la toxicidad de alguien induce a una práctica segregativa fundada en una concepción paranoica del mundo”[8]. Pues al identificar a una persona con una droga, no solo se la segrega por la nominación al considerarla tóxica como la droga sino además, “la condición del rechazo implica situarla como causa del mal: el Otro es malo”[9]. He allí que tenemos que apartarlo. “Si él es tóxico, yo soy inocente”[10] y confirmo mi posición de víctima de ese Otro malo.
Al contrario de la perspectiva de ser una víctima del Otro malo, el psicoanálisis ofrece la posibilidad de interrogar la alienación de cada uno a los objetos con los cuales se intoxicó. La x que concierne a la clínica analítica permite notar que lo tóxico es el goce. Hacemos hincapié entonces en las adixiones, en el fundamento ético de la responsabilidad de cada sujeto sobre sus actos. Esa x de adixiones “muestra la marca singular del goce oscuro sinthomático de cada uno”[11]. Todo puede adixionarse al goce.
Además de las clasificaciones de los manuales de psiquiatría, de las variaciones pos-modernas del malestar y de la banalización del capitalismo con la oferta de objetos, en las adixiones el goce singular resiste, insiste y se repite. Situamos al sujeto en la búsqueda de placeres junto a su cara sin límites, una manera incansable de estar (in)satisfecho. Aquello que tenemos es un tonel de las Danaides[12], “en el que el Nombre-del-Padre pone el goce en un tonel y éste sale por los agujeros del tonel”[13], nunca se agota. “No puedo parar […] no quiero parar…”[14].
Valiéndose del operador clínico “función del tóxico”[15], es posible localizar el uso singular que determina la elección de un objeto. La función del tóxico reside en la capacidad de articular lo universal con lo singular. En términos generales, la función traduce una relación entre una variable dependiente – posibilidades universales que un determinado objeto de consumo puede ofrecer – y otra variable independiente – el modo singular de satisfacción de cada ser hablante. Por lo tanto, esta función intoxicante designa la forma en que un objeto está inserto en la economía singular de goce de cada sujeto.
La invitación que nos hace Sinatra consiste en analizar cómo se fabrica un objeto tóxico, que en una lógica perversa, busca mantener el sin límite de la (in)satisfacción que mantiene viva la propia toxicidad del goce de las adixiones. Se trata de un modo de goce que hace que este objeto venga al lugar de lo imposible del goce de la relación sexual.
Si hoy se presentan las quejas propias de los desbrujulados, desorientados por el exceso de imágenes, informaciones, objetos… perdidos en lo múltiple; un análisis apunta a que, ante lo generalizado, algo singular sea localizado. Esta x de adixiones destaca el aspecto singular de lo que se repite del lado del exceso.
Pasando por la clínica, la política y la episteme, mediante uma escritura que propone interrogantes, Sinatra posibilita que con cada página podamos reflexionar sobre cómo las adixiones son un modo de nombrar la modalidad de goce, maníaco y solidario con la característica paradigmática de la contemporaneidad: la velocidad, la fugacidad y la ausencia de sentido. Nos encontramos em un mundo en el cual la respuesta instantánea a la sociedad especular es el acting out o el pasaje al acto. Se sustrae el tiempo de comprender arrastrándose el tiempo de ver al de concluir.
De este modo, el libro “Adixiones” nos convoca a reflexionar sobre problemas cruciales del psicoanálisis, tanto a partir de la elucidación clínica de los sujetos tomados uno por uno, como en términos de la sociedad globalizada, anclada en un modelo capitalista y su reflejo en el malestar contemporáneo. Con esto, Sinatra nos estimula en Adixiones a mantener vivo el campo de investigación en la Red TyA. Proponiendo una reflexión sobre el acto analítico en la contemporaneidad, sobre esa x que marca lo desconocido de la singularidad del goce de cada uno y del principio de que nada es sin goce.