Dylan Thomas: enamorado de las palabras y el alcohol

Dylan Thomas: enamorado de las palabras y el alcohol

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Dylan Thomas: in love with words and alcohol

Luis Darío Salamone1
(Buenos Aires, Argentina)

Resumen: De la experiencia de un juego, en el que se “quedan pegados” a la precipitada vida, entre alcohol y palabras, del poeta Dylan Thomas. Se pone en evidencia el carácter adictivo del Goce. La pluma del poeta Dylan Thomas, se pone en evidencia el carácter adictivo del Goce. La pluma del poeta ya lo advertía: “El cuerpo te pide una carga de energía y, una vez que se la das, te pide más. Es una sed que se alimenta en lugar de aplacarse”
Palabras claves: goce, amor, significante, alcohol
Abstract: From the experience of a game, in which one “stays glued”, until the precipitated life, between alcohol and words, of the poet Dylan Thomas, we put in evidence the addictive character of jouissance. The pen of the poet already advised him: “The body asks you for a charge of energy and, once you give it, it asks for more. It’s a thirst that feeds itself in place of appeasing itself.
Keywords: jouissance, love, significant, alcohol

Una curiosa experiencia de goce

En mi última visita a México tuve la oportunidad de participar de lo que llamaría una curiosa experiencia de goce. Después de conocer la gastronomía, las bebidas y la música de México, alguien sacó una máquina para dar lugar a un juego que se hizo popular en los años 70; se forma una ronda en la que los participantes se dan la mano y el que maneja la máquina opera para que se produzca una descarga eléctrica. Todos, o casi todos, en especial los hombres no tardaron en formar una cadena dándole la mano al que tenían al lado al grito de “Vamos a darnos un toque”. El toque de cuestión era una descarga eléctrica que, si bien me aseguraron, resultaba inofensiva, ponía a los participantes en una situación de “quedarse pegado”.

Puede ocurrir que alguien entre a algún bar de DF con un arnés y el aparato en cuestión para ofrecer “toques” por cierta cantidad de dinero; un grupo de amigos que están  bebiendo negocian con esa persona y hacen una ronda tomándose las manos y en la cual dos de ellos toman los cables de la máquina de toques. El toquero baja una perilla y, tras un zumbido, la descarga eléctrica se hace sentir; la electricidad aumenta, algunos logran soltar un grito nervioso para aplacar la tensión. Se supone que el que no soporta más se suelta y pierde. Pero en mi caso personal, la rigidez que ocasionaba la prueba tornaba imposible que soltara la mano de mis compañeros de tortura voluntaria.

Por un lado, circula el mito de que si uno ha bebido, la electricidad pasa más rápido a través del cuerpo. Algunos aseguran que las borracheras cesan tras los golpes eléctricos, quedando el sujeto despejado para la ingesta de más alcohol, como sucede con algunas sustancias que se consumen para seguir tomando.

El goce provoca un cortocircuito en el campo del significante, pero genera una corriente a la cual uno se queda peligrosamente “pegado”. Se tratará de que algo produzca un cortocircuito en ese goce para que el sujeto pueda soltarse.

Historias de amor y alcohol

Elizabeth Arcona Cranwell, quien se ocupó de Dylan Thomas y sus poesías, asegura que  “la dificultad consiste en descubrir tras los gestos de lo cotidiano, las máscaras de sus ceremonias ignoradas; tras los miedos, el goce, la mirada, el fracaso o el exceso, reconocer su rasgo esencial, su palabra primaria, la caligrafía íntima de su propia contemplación”.

Dylan Thomas fue un singular escritor galés que nació en 1914 y vivió 39 años. A los cuatro años ya era capaz de recitar de memoria Ricardo II de Shakespeare. A los dieciséis años era periodista y, luego del trabajo, se emborrachaba en la White Horse Tavern. Su legado está presente en cuentos, guiones de teatro, radio y cine, críticas de su trabajo como periodista, pero fundamentalmente en la poesía. En los pubs no sólo bebía, sino que también recogía las historias que utilizaba para su escritura. No podía escribir si estaba fuera de Gales; de hecho estuvo durante meses en Florencia y apenas escribió un poema. Hay un significante en galés que es más fuerte que nostalgia: es “hiraeth”, que lo hacía regresar a su tierra. Fue su padre quien le transmitió el amor a la poesía y al alcohol, pues era profesor y un bebedor empedernido.

Dylan Thomas hablaba de su amor al significante antes que al significado, dice: “quería escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que conocí fueron canciones infantiles, y antes de poder leerlas, me había enamorado de sus palabras, sólo de sus palabras. Lo que las palabras representaban, simbolizaban o querían decir tenía una importancia muy secundaria; lo que importaba era su sonido cuando las oía por primera vez en los labios de la remota e incomprensible gente grande que, por alguna razón, vivía en mi mundo”.

A los veinte años, por 1934, publicó su primer libro de poemas titulado Dieciocho poemas. Dos años después publicaría Veinticinco poemas y en 1939 Mapas de amor; con este libro y Retrato del artista cachorro su nombre cruzará el Atlántico. Trabajó en la BBC de Londres y emprendió giras por Estados Unidos en las cuales recitaba poesías. En 1946 publicó Muertes y entradas, en 1951 En el sueño campestre, y póstumamente se editó su obra Bajo el bosque lácteo.

Hubo al menos ocho mujeres en la vida del poeta: desde la poeta Pamela Hansford, su primer gran amor al llegar a Londres, hasta Elizabeth Reitell, quien estuvo a su lado antes de morir en Nueva York. Se dice que siempre amó a la madre de sus tres hijos en un triángulo en el cual entraba el alcohol. Ella dijo: “La nuestra no fue sólo una historia de amor, fue también una historia de alcohol”.

Con su libro Veinticinco poemas logró tener un reconocimiento en el círculo literario de Londres. El mapa del amor y Retrato del artista cachorro lo instalaron en el mundo literario europeo. Para ganarse la vida dictaba conferencias y trabajaba en la radio. Más que entre la espada y la pared, como relatan sus biógrafas, Dylan vivía entre la palabra y el alcohol. Los pubs eran su casa.

Por 1950 viajó a América y lo derrotó el “bourbon”. Lo acompañaban la fama y las mujeres. Lo consideraban “el mayor fenómeno literario de las Islas Británicas desde Charles Dickens”.

Se dice que las últimas palabras del hombre que empezó su carrera literaria con Dieciocho poemas fueron: “He tomado dieciocho whiskies seguidos, rompí mi propio récord”. Murió en el hospital de St. Vincent’s de Nueva York. Entre otros homenajes que ha recibido, el trovador Robert Allen Zimmerman decidió por él rebautizarse con el nombre de Bob Dylan.

El goce te deja pegado

Dylan, durante sus últimos años, procuraba mantener a raya su impulso a tomar para poder trabajar. Pero cuando empezaba a beber no podía dejar de hacerlo. “El cuerpo te pide una carga de energía y, una vez que se la das, te pide más. Es una sed que se alimenta en lugar de aplacarse”.

El poeta nos enseña sobre el carácter adictivo del goce, en el cual me hizo pensar esa máquina de dar toques eléctricos a la cual nos referimos antes. Un vez que se entra en el juego, el sujeto se queda pegado, no hay oportunidad de soltarse. Si se queda pegado es porque el sujeto desaparece, queda el cuerpo inundado de un goce que anula la relación, más que con la palabra, con el inconsciente. Algo tendrá que provocar un cortocircuito en el goce. Puede ser producto de los avatares del sujeto, de algunas fallas, de determinados encuentros que lo lleven a reposicionarse en su articulación a lo real, o bien a partir de las entrevistas preliminares en un análisis, en la cual el analista procurará perturbar la relación de ese sujeto con su goce para que no siga en ese tren, para que no bata ese récord que puede llevarlo a la muerte.


1 Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, AE (2007-2010) y Responsable por la Revista PHARMAKON DIGITAL de 2009 a 2013. Codirector del TyA desde 1996. Autor de: El amor es vacío. Cuando las drogas fallan. Alcohol, tabaco y otro vicios y El silencio de las drogas.
Luis Dario Salamone

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