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Pierre Sidon (Paris, Francia)*
La toxicomanía es más a menudo un síntoma social que individual.[1] El adicto se trata más frecuentemente en instituciones que se ocupan de él antes que recurrir a un analista. ¿Qué es entonces lo que demanda a estas instituciones? Alojamiento y cuidados… cuando este se encuentra en un estado de ruina tal que le permite consentir a la abstinencia. Es así que en general, del cuerpo, viene la primera interpretación. Esta es real, como el desecho que el adicto está conminado a devenir. El profesional debe, en primer lugar, consentir a esta interpretación. No es seguro que este último pueda hacerse el autor de otra interpretación y mucho menos, de que el paciente pueda oírla. A diferencia de una cura analítica, no es el paciente quien debe creer en el síntoma sino el analista. Sin embargo, el tratamiento institucional, si este está orientado por la singularidad del caso, puede elevarse a la altura de la instancia de este real y lograrlo. Los efectos analíticos, ¿encuentran allí no obstante y al mismo tiempo un lugar?
Es así que C., alcohólico desde hace diez años, se encontraba en tratamiento desde hace dos años sin ningún tipo de efecto. Este prosigue así hasta que desencadena una diabetes al acercarse a la edad que tenía su hermano cuando se suicidó. A partir de aquí se decide a poner en marcha varios dispositivos elaborados desde hace algunos meses en las entrevistas: un trabajo personal con la música, un taller institucional, una formación y un nuevo trabajo que lo salvarán. Asimismo, T., joven alcohólico, sufre un ataque al corazón que introduce un límite. Se da cuenta de que su tío fallecido también consumía y es esto lo que le permite tomar una distancia decisiva con respecto a un amor paterno que evidenciaba una identificación a este lugar mortal.
Frecuentemente todo transcurre bien, es decir, nada ocurre, hasta la salida de un sujeto del dispositivo de alojamiento. Nada había podido abordarse en torno a D. Sin embargo, al momento de responder a la propuesta de alojamiento social y luego de solicitar una prolongación de su estancia, encadena una serie de lapsus y actos fallidos. Considera volver a vivir nuevamente en su vehículo. Interpreta: “jamás he vivido solo, en verdad nunca he vivido totalmente solo; tengo miedo: siempre he sido dependiente, de mi madre, de mis partenaires. A los veinte años vivía con la cabeza metida en la botella…para desaparecer. Desde pequeño tenía la idea de que no viviría más allá de la edad en la que mi padre había muerto, tenía la idea de que no sería un adulto.” Es porque su estancia tiene un final real que el inconsciente se manifiesta. Por ende, este puede ser subrayado por los intervinientes y es entonces que la interpretación del sujeto pudo tener lugar. Si bien ya no continuará por esta vía, ha logrado acceder a una formación en un área que le apasiona. Por nuestra parte, hemos extendido su estadía ya que consideramos que un futuro es posible.
Sucede también que un sujeto puede no aceptar ninguna intervención terapéutica. A. vive de robos y situaciones violentas como su padre, en una atmósfera paranoide invadida de miradas que intenta descifrar para evitar una amenaza omnipresente. Rechaza todo tratamiento a pesar de la angustia y continúa consumiendo cannabis. Este último favorece el sentimiento paranoide. Lo advertimos con la posibilidad de expulsarlo. Posteriormente, él dirá sentirse revivificado y encuentra una inserción profesional en el mundo de los desechos: trabajará manejando una maquinaria en la perforación de terrenos duros y luego estará a cargo de otra máquina en una usina de reciclaje. Él también se recicla. Dejará de consumir y se producirá una metamorfosis. Llorando dirá lo siguiente: “si yo era violento, es porque no he conocido otra cosa”.
En el caso en el cual un sujeto puede escuchar una intervención que resuena en el cuerpo, este puede entonces tener acceso a la vida allí donde el destino indicaba un impasse. B. rechazaba el tratamiento de una enfermedad crónica a pesar de una primera maniobra vivificante que había consistido en alojar y leer escritos que la paciente había archivado hasta aquel momento. Cuando ella comentaba por primera vez que su tía había muerto a causa de la misma enfermedad de la cual ella rechazaba ser tratada, el analista lanza: “¡tu celiaquía no es la de tu tía!”, cortando posteriormente la sesión. La intervención apuntaba a conmover esta posición de rechazo radical a dejarse ayudar. La apertura al tratamiento médico y la recepción de sus escritos abrirá la vía para que ella pueda hacer saber que esto intentaba ordenar sus alucinaciones verbales. La aceptación de un tratamiento farmacológico se sustituyó a un consumo de alcohol problemático.
Sin embargo, cuando un sujeto no puede escuchar, a veces, son los cauces alternativos de un dispositivo institucional que pueden ayudar. M. en general habla más de lo que escucha. Habla más de lo que suele escucharse. Durante un taller de expresión, un participante relata lo siguiente: “cuando yo bebía, me miraba en el espejo y me decía: tú no eres tan feo. Esto me permitía continuar bebiendo”. M. sube la apuesta e hilarante dice: “yo me miraba en el espejo y ¡oh, sorpresa!: era un árabe.” Subrayamos allí la significación injuriosa que él no escuchaba. Consecuentemente, él mismo notará su propio racismo y durante una presentación de enfermos referirá el desencadenamiento de auto-acusación jamás antes relatado. Esto constituye el inicio de su descenso a los infiernos.
A pesar del rechazo del inconsciente[2], un toque de este no es siempre imposible. Un sujeto puede extraer y tomar de allí una decisión de vivir que no necesariamente hubiera podido esperar del Discurso del amo.
Traducido por Tomás Verger
*Participan: Camille Burais, Coralie Haslé, Jacqueline Janiaux, Éric Colas, Tomás Verger