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The toxicomane orphanhood
Irene Domínguez (Barcelona, España)
Psicoanalista, Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Coordinadora del TyA Barcelona
Psychoanalyst, Member of ELP and WAP, Coordinator of TyA Barcelona
Resumen: En el presente trabajo hacemos una distinción epistémica entre psicosis y toxicomanía a partir de la cual proponemos tres ideas para tener en cuenta en el abordaje clínico de las toxicomanías.
Palabras clave: forclusión, Nombre del Padre, sueño americano.
Abstract: In the present work we make an epistemic distinction between psicosis and drug addiction from which we propose three ideas to have in mind in the clinical approach of drug addictions.
Keywords: foreclosure, Name of the Father, American dream.
Robert de Niro, a través de un sueño inducido por el opio, protagoniza en Erase una vez en América, esta fabulosa historia que emula el surgimiento de un mito. Así, a lo largo de casi 4 horas, el film de Sergio Leone, despliega una hermosa metáfora del nacimiento del “sueño americano” contando cómo, una pandilla de niños huérfanos, en plena depresión de los años 20, llegaron a convertirse en un clan de temibles gánsteres. Orfandad y droga se reúnen para contar la quintaesencia de la historia de los Estados Unidos, que es también la cuna de nuestra contemporaneidad.
Toxicomanía y psicosis, en el seno del psicoanálisis lacaniano, no nadan en las mismas aguas. Si la psicosis es una estructura clínica, un concepto del diagnóstico estructural, distinto al del campo psiquiátrico, la toxicomanía, por su lado, no es un concepto psicoanalítico, sino un término tomado del campo del Otro, de la psiquiatría e incluso de la sociología. El psicoanálisis se interesa en ella, en tanto está inscrita en la cultura: es un síntoma social del malestar en la cultura, que aun no habiendo sido nunca un interés central de Freud o Lacan, mereció, por parte de ambos maestros, algunas consideraciones. Actualmente, y desde hace 25 años, la toxicomanía forma parte de los intereses de la clínica psicoanalítica de orientación lacaniana.
Tanto la psicosis como la toxicomanía presentan una casuística que abarca un amplio y gradual espectro, desde casos de una exquisita discreción, con presencia o no de alucinaciones, voces, delirios, experiencias corporales… hasta aquéllos que requieren de una internación.
NP y Toxicomanía
- Laurent, en su texto Tres observaciones sobre la toxicomanía plantea que la tesis de Lacan respecto a la droga es una tesis de ruptura (Laurent, 1988 p.19). Así, la toxicomanía no es un síntoma, porque no es una formación de compromiso frente a lo sexual, sino, más bien una formación de ruptura con el goce fálico.
Efectivamente, cierta dificultad de la relación del sujeto con el falo y la castración, también lo encontramos a nivel de la estructura psicótica, puesto que, según la tesis estructuralista, en la psicosis, la forclusión del NP conlleva la del falo: a P0 le corresponde Φ0. J-A. Miller, puntualiza que hay que detenerse hacer la distinción entre toxicomanía y psicosis, puesto que podemos encontrar a Φ0, también por efecto del uso de la droga y no solamente como consecuencia de la forclusión del NP (Miller, 1989 p.18). Laurent dice que, en la toxicomanía, puede haber ruptura con el NP por fuera de la psicosis (Laurent, 1988 p. 19) La forclusión, entonces, es un efecto articulado a la estructura, pero no es exclusivo de ésta.
En este sentido J-A. Miller nos da una indicación muy valiosa: “la toxicomanía es menos una solución al problema sexual que la huída ante el hecho de plantearse ese problema” (Miller 1989, p.16). Una huída ante un problema no es una solución. Plantea más bien una postergación, una suerte de paréntesis, un dejar en pausa, mientras que en la psicosis, la manifestación de Φ0, da cuenta de una solución ante el problema de la sexualidad.
La última enseñanza de Lacan puso el énfasis en el uso del NP, más que en su tenencia, pudiendo el sujeto llegar a prescindir del padre, a condición de servirse de él. Ese uso es singular: cada cual va a tomar algunos elementos del NP al servicio de la construcción de su síntoma. En la toxicomanía, en cambio, el sujeto rehúsa hacer uso del NP para inventar un síntoma, y de este rechazo se derivan efectos forclusivos.
De igual modo que el neurótico, el sujeto psicótico, también usa el NP, aunque se trate de usar su ausencia. O, la invención de una suplencia ¿no podría pensarse como una producción de un uso de la ausencia del NP? Así, psicóticos y neuróticos, van a poner en marcha un working-progress, un saber-hacer ahí con el síntoma, vinculado a su referente estructural, se lo tenga o no.
En términos generales, la toxicomanía en tanto huída del problema de la sexuación, pone en standby el enfrentamiento con la problemática sexual, y eso produce un efecto de somnolencia de la subjetividad. Optar por la intoxicación frente al asunto sexual, instalará al sujeto en una “cotidianidad toxicómana”, una suerte de práctica rutinaria al servicio de un goce uno, en sustitución de la búsqueda de una solución de compromiso con la castración. El pensamiento queda anulado por una actividad para garantizar la presencia del tóxico y esquivar el vacío. Este “hacer”, claramente, imposibilita el acto. El coraje toxicómano no tiene ningún valor, porque no es un acto; por eso la dimensión de la mentira o la falta de autenticidad, forman parte del tiempo del feliz encuentro del sujeto con su droga.
Sin embargo, sabemos que los matrimonios felices fallan, también los de la droga. La toxicomanía es una práctica que tiene su frecuencia: sus momentos álgidos y sus resacas, y esa discontinuidad permitirá que, en un momento determinado, un sujeto se dirija a un analista. Si bien es posible, que, en un principio, el sujeto no plantee ninguna pregunta, no perdamos de vista que está allí corriendo el riesgo de que surja alguna. Empezar hablar, afectará su experiencia de goce de la droga: el fallo de su eficacia no tardará en hacerse sentir.
Tres ideas
Primera: un sujeto sumergido en la toxicomanía, es decir, alguien que cree tener la necesidad de consumir una sustancia, sólo se dirige a un analista, cuando esa relación ha empezado a fallar. Por tanto, si un sujeto viene hablarnos, hay que suponer el inicio del fracaso de su toxicomanía.
Segunda: en tanto los efectos de la droga producen también efectos de forclusión, habrá que afinar, en el discurso del sujeto, a qué apunta su enunciación. Un sujeto solo habla de su experiencia con la droga, en tanto se encuentra a cierta distancia de ésta. En las coordenadas de su iniciación al consumo, en el relato de sus condiciones de uso o abuso, podremos entrever y distinguir si dicha práctica constituía un tratamiento, o por el contrario, una huida en estampida.
Tercera: En un encuentro*, Antoni Vicens señalaba que si bien es cierto que la naturaleza misma del goce es pedir siempre más, que no existe un menos de goce, sin embargo, la idea de siempre “querer más” puede sugerir que hay una falta –falta inexistente en términos reales-, y quizás eso podría ser interrogado.
Sólo una vez despejada la neblina toxicómana sobre el ser, en la hystorización de ese fracaso, podremos entrever la estructura en juego, y prestarnos al servicio del sujeto para construir una solución que implique su verdad, lejos de los eslóganes que vende nuestro actual “mundo feliz”, producto de la extensión epidémica del “sueño americano”, fundado en esa renuncia a hacer uso del siempre desfalleciente Nombre del Padre.