La relación entre la formación de perversión y el desarrollo del sentido de realidad1

La relación entre la formación de perversión y el desarrollo del sentido de realidad1

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The relation of perversion-formation to the development of reality-sense

Edward Glover2 – Londres, Inglaterra

Resumen: La investigación de Glover tiene como objeto principal algunos términos frecuentemente usados en la literatura analítica, pero raramente definidos, notablemente el concepto de juicio de realidad en la formación perversa. Un estudio minucioso de la obra de Ferenczi,  Abraham, Klein, Federn, Ella Sharpe y otros es realizado, en un intento incesante de precisar, al máximo, una definición conceptual y su aplicabilidad clínica.
Palabras clave: realidad, juicio de realidad, prueba de realidad, toxicomanía, formación perversa.
Abstract: Glover’s investigation has, as a main object, some terms frequently used in analytical literature, but rarely defined, such as the concept of reality judgment in the perverse formation. A meticulous study is done in the work of Ferenczi, Abraham, Klein, Federn, Ella Sharpe and others, in the continuous attempt of precising, as much as possible, a conceptual definition and its clinical application.
Keywords: reality, reality judgment, reality proof, drug addiction, perverse formation.

 

Los términos “realidad”, “sentido de realidad” y “examen de realidad” son utilizados frecuentemente en la literatura psicoanalítica pero rara vez definidos. Como regla general no hay objeción seria contra esta práctica, pero cuando los términos son ellos mismos el objeto a investigar se torna inevitable alguna definición preliminar. Por supuesto, mediante una afirmación demasiado rígida existe el riesgo de evadir la pregunta. Sin embargo, en esta ocasión me propongo adoptar el procedimiento menos usual de definir provisionalmente estos términos antes de someterlos a investigación.
Así (1) el sentido de realidad es una facultad cuya existencia inferimos mediante el análisis de los procesos del examen de realidad.
(2) Un examen de realidad eficiente, para cualquier sujeto que ha pasado la edad de la pubertad, es la capacidad de retener el contacto psíquico con los objetos que promueven la gratificación del instinto, incluyendo aquí impulsos infantiles tanto modificados como residuales.
(3) Objetividad es la capacidad de evaluar correctamente la relación entre impulso instintivo y objeto instintivo, en términos de si la meta del impulso es, puede ser o será gratificada.

La naturaleza del sentido de realidad ha sido investigada, hasta el momento, desde tres diferentes puntos de vista. El primero de ellos puede ser estudiado en el trabajo clásico de Ferenczi sobre el tema (1). Este se basaba en inferencias tomadas de (a) un estudio comportamental de niños, y (b) el conocimiento de los mecanismos mentales observados durante el análisis de adultos. Las conclusiones a las que arribó son demasiado conocidas como para que requieran una recapitulación, pero es preciso notar que, desde el punto de vista sistemático, su presentación era incompleta en los siguientes aspectos. Con excepción del ‘estadio de omnipotencia incondicionada’, que él relacionó con la fase ‘oral’ del desarrollo, no dio ninguna indicación precisa de la naturaleza o complejidad de los sistemas de deseos involucrados. Nuevamente, describió una serie de relaciones con (mayormente reacciones a) el mundo de los objetos, pero no dio una descripción correspondiente de la naturaleza de los objetos instintivos involucrados. Más tarde esta omisión fue parcialmente rectificada por Abraham, quien describió una serie de desarrollo de objetos libidinales incluyendo un cierto número de objetos parciales. Desde ese entonces no se intentó ninguna correlación sistemática.

Desde el punto de vista de la presente investigación es interesante notar que Ferenczi se empeñó en correlacionar sus estadios del sentido de realidad con fenómenos psicopatológicos en el adulto. En particular, asoció ciertas manifestaciones obsesivas con ‘fases mágicas’ del desarrollo del yo. La importancia teórica de esta correlación era bastante considerable. Implicaba una marcada disparidad entre la regresión del yo y la regresión libidinal en las neurosis obsesivas. En otras palabras, el yo del neurótico obsesivo reaccionaba como en los primerísimos estadios del desarrollo yoico mientras que, según las opiniones aceptadas en ese entonces, la fijación libidinal del neurótico obsesivo era de un tipo mucho más posterior (anal-sádico). Más aún, se consideraba en ese entonces que las neurosis obsesivas eran de inicio comparativamente tardío. Si el ordenamiento de los estadios de realidad propuesto por Ferenczi era correcto, entonces, hablando con rigor, se debería haber encontrado neurosis obsesivas durante la temprana infancia. Recientemente, las experiencias de Melanie Klein respecto de la aparición de caracteres obsesivos y algunas veces de neurosis obsesivas típicas durante la temprana infancia –experiencias que yo he podido confirmar no sólo en muchos casos adultos sino también durante la anamnesis diagnóstica de muchos niños– son suficientemente contundentes como para confirmar las conclusiones de Ferenczi respecto a la profundidad de la regresión yoica. En efecto, si hubiéramos prestado más atención a su temprana correlación quizás habríamos podido anticipar en varios años estos descubrimientos. Aún así, la dificultad no es en absoluto superada ya que la fase de la reacción mágica, que Ferenczi describe como correlato de la técnica obsesiva, debe también existir en los estadios oral y anal primario, mientras que, en lo que a mí respecta, las reacciones obsesivas son observadas muy poco frecuentemente. Ferenczi mismo estaba evidentemente al tanto de la discrepancia pues sugirió que el caso del obsesivo realiza una regresión parcial a esta fase temprana del yo. No considero que esta postura sea muy plausible. Nunca pude observar caso alguno de marcada regresión yoica que no haya activado inconscientemente el sistema libidinal correspondiente a la fase del desarrollo del yo.3

La segunda línea de investigación es la asociada al nombre de Federn (3). Por medio de un cuidadoso análisis de introspección subjetiva así como informada, en particular varios grados de despersonalización, alienación, etc., se empeñó en delimitar las fronteras del yo narcisista. A partir de esto podemos, hasta cierto grado, deducir el plano del reconocimiento y la evaluación del objeto. Por ejemplo, considera la variación del sentimiento yoico corporal como un síntoma verificable de regresión yoica, e intenta alguna correlación de los límites del yo en neurosis de transferencia, psicosis y sueños. Estudios más detallados de estos límites y regresiones del yo ayudarían ciertamente a arribar a alguna idea de los sistemas de realidad en boga en diferentes fases del desarrollo. La principal dificultad parece ser el hasta cierto punto rígido concepto de narcisismo aceptado generalmente en psicoanálisis. Este término, realmente, evade la pregunta por los límites yo-objeto.

La tercera y más reciente aproximación es la que se realiza bajo el estímulo del trabajo de Melanie Klein (4) en análisis de niños. Aquí también debemos lidiar con inferencias, pero con inferencias tomadas del análisis efectivo de niños recién emergiendo de la infancia. En consecuencia, tenemos el primer intento detallado de describir en términos concretos los estadios por los cuales se alcanza una relación estable con la realidad, los contenidos mentales característicos de estos estadios y la relación de estos estadios con formaciones psicóticas y neuróticas. Ella enfatiza (a) la importancia de mecanismos tempranos de introyección y proyección, (b) la importancia de la angustia como inductora de la defensa, (c) la importancia de los impulsos sádicos como inductores de la angustia, y (d) la expansión gradual del sentido de realidad y de la capacidad para la objetividad como resultado del conflicto entre un ello arbitrario y un superyó casi en la misma medida insensato.

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Tomando en consideración este y otros trabajos recientes (5) se torna manifiesto que los estadios en el desarrollo del sentido de realidad no deben ser considerados meramente en términos de impulso u objeto sino que deben ser relacionados con estadios en el dominio de la angustia, en los que el rol de los impulsos libidinal y destructivo es alternante. Por supuesto, a la larga la definición del examen de realidad debe ser en los términos más simples de instintos y sus objetos. Yo ya formulé una tal definición. Pero la demarcación de estadios no puede ser formulada sin un entendimiento adecuado de los sistemas de fantasía más tempranos y de los mecanismos para lidiar con la angustia que estos sistemas despiertan. Desde el punto de vista del adulto, los sistemas de ‘realidad’ de los infantes y los niños son claramente fantásticos, y esto a su vez es una consecuencia necesaria del tipo de mecanismo mental predominante durante estos estadios infantiles, por ejemplo, introyección, proyección, etc.

En segundo lugar, sea lo que sea que el análisis de niños pueda establecer respecto de los contenidos mentales de los cuales podemos inferir estadios en el desarrollo del sentido de realidad, esto debe guardar una relación inteligible con el orden de la experiencia perceptiva del mundo externo. Y esto involucra no sólo un número mayor de análisis infantiles sino un estudio comportamental completamente nuevo de la infancia. En particular, se precisa una investigación más detallada de la naturaleza, el orden y la ‘dispersión’ de las formaciones tempranas de angustia. Con este término no me refiero a las ‘fobias infantiles primarias’ comúnmente descritas (por ejemplo, temor a la obscuridad, a los desconocidos, a estar solo), a las cuales, sin dejar de lado nuestra preocupación por los antecedentes de la angustia de castración, hemos dirigido hasta ahora exclusivamente nuestra atención. Las fobias menores, sobre todo, requieren sistematización. Estas son señalizadas no tanto por deslumbrantes reacciones de angustia sino por maniobras menos notorias, por ejemplo inmovilización transitoria, desviación de la atención, sopor súbito, actividad lúdica disminuida, o por otra parte por concentración de la atención con una ligera inquietud, juego incrementado y así sucesivamente. Tal como sugerí, los desplazamientos más tempranos del interés desde los objetos instintivos inmediatos son estimulados por angustias de cualquier tipo. Más aún, estos desplazamientos son gobernados por el simbolismo, un proceso que es en parte responsable de su orden aparentemente ilógico. Sin embargo, tenemos todas las razones para creer que la frecuencia y el orden de presentación de las percepciones externas juega un rol en la focalización de las angustias infantiles, tal como lo hace en la formación de las fobias de los adultos. Cuanto más adherida está una fobia adulta a un objeto o situación ‘inusual’, más exitosa es: por ejemplo, es más ventajoso sufrir de una fobia a los tigres en Londres que en una jungla hindú. Lo que ya sabemos sobre el instinto infantil nos llevaría a suponer que, dejando de lado los factores simbólicos, el interés del niño debería irradiar desde su propio cuerpo (en particular zonas oral, glotal, gástrica y respiratoria, en otras palabras, cosas internas) hacia la comida, los órganos de la alimentación y sucedáneos; desde la piel (y en particular zonas prominentes e invaginaciones) a sus propias ropas y las ropas de objetos externos; desde zonas, órganos y contenidos excretorios (nuevamente, casi exclusivamente cosas internas) a todo lo relacionado con lo excretorio propio y de los objetos externos, ulteriormente a contactos, olores, colores, ruidos y gustos no excretorios; desde el cuerpo y la ropa en general a la cuna, la cama, la pieza, los muebles, las cortinas, los objetos colgantes, las sombras; desde la presencia o ausencia de objetos ‘instintivos’ a la ausencia intermitente, las desapariciones o la posibilidad de desprenderse de ciertos ‘objetos concretos’. Así, la experiencia de la presencia o la ausencia del pezón (pecho, cuerpo, madre) establece un criterio de interés hacia todos los objetos móviles o movibles al alcance de los sentidos del niño en su cuna (ropas, juguetes, moscas, etc.). Y no sólo objetos concretos sino también el movimiento de las sombras en la pared, rayos de sol, ruidos y olores recurrentes. En este sentido, las experiencias perceptivas son clasificadas por experiencias instintivas, pero el factor de recurrencia (familiaridad) no puede ser ignorado. Los estímulos esporádicos pueden ser –sin duda lo son– ignorados a menos que su intensidad sea tal como para provocar angustia. Pero las impresiones recurrentes proveen las sendas más tempranas de desplazamiento. En otras palabras, podemos inferir que los estadios en el sentido de realidad se combinarán con un orden instintivo, un orden simbólico aparentemente ilógico pero eficaz, y un orden perceptivo natural. El orden aparentemente ilógico del interés infantil, sin embargo, no se debe meramente al hecho de que la represión ha convertido un interés primario, o un desplazamiento del interés, en un simbolismo. A pesar de toda la importancia que el simbolismo pueda ostentar, no debemos pasar por alto la ignorancia, la ceguera, la falta de Einfühlung y la angustia inconsciente del observador comportamental, como resultado de lo cual un orden adulto de interés perceptivo es impuesto sobre el orden natural del niño, y es incorrectamente considerado como normal por el niño.4

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Pero a la espera de investigaciones comportamentales y analíticas más precisas sobre el niño, podríamos con provecho revisar las posibilidades del estudio de adultos. Debemos admitir que nuestro interés en la psicopatología adulta ha sido muy especializado y circunscrito. Nos hemos involucrado tan excluyentemente con la etiología de la neurosis y la psicosis individuales que la relación de éstas con otras anormalidades sociales o sexuales ha sido en comparación desatendida. No es difícil imaginar que los datos patológicos podrían ser ordenados de tal manera de dar un reflejo distorsionado del desarrollo normal. Pero esto implica una clasificación más detallada y sistemática que lo que se ha intentado hasta ahora. Hace algún tiempo yo me dediqué a delinear una tal clasificación (7). Al incluir un cierto número de anormalidades caracterológicas era posible ordenar series de desarrollo paralelas de acuerdo con la predominancia respectiva de los mecanismos de introyección y de proyección primitivos. También era posible estrechar la brecha entre las psicosis y las neurosis por la interpolación, no de ‘psicosis borderline’, sino de ‘estados transicionales’ como la drogadicción5 . En este sentido, yo colocaba la drogadicción regular como transicional entre las paranoias y las formaciones de carácter obsesivas, siendo la razón que en las drogadicciones los mecanismos de proyección están más localizados y disfrazados que en las paranoias, pero aún así son más fuertes que en los desórdenes obsesivos. En las drogadicciones los mecanismos de proyección están focalizados (localizados) en las drogas nocivas 6: en los estados obsesivos la necesidad de proyección disminuye por la existencia de formaciones de reacción restitutoria.
Pero a pesar de que estas correlaciones tenían la naturaleza más bien de un esbozo, emergía un punto del estudio de formaciones transicionales tales como la drogadicción. Era claro que al localizar sus sistemas paranoides en la droga nociva, el drogadicto7 podía preservar su sentido de realidad de graves perturbaciones psicóticas. Debido al hecho de que aún no tenemos una terminología adecuada para describir estadios de realidad, es difícil expresar esto más precisamente. Tomando prestada empero la terminología simplísima y unilateral de la primacía libidinal, podemos enunciar la posición de esta forma: mientras que el paranoico regresa a un sistema de realidad oral-anal, el drogadicto regresa al punto donde el infante está emergiendo de este sistema de realidad oral-anal. En otras palabras, hasta este punto el mundo externo ha representado una combinación de carnicería, baño público bajo bombardeo y sala de autopsias. Y el drogadicto convierte esto en una farmacia más reconfortante y fascinante en la cual, sin embargo, el armario de los venenos8 ha quedado sin llave. Habiendo reducido hasta este nivel los peligros paranoicos del mundo inmediato, el niño (o el adicto) ganan un espacio para respirar y poder mirar a través de la ventana (evaluación de la realidad objetiva).
Fue esta observación la que dirigió primeramente mi atención a la posibilidad de reconstruir el desarrollo del sentido de realidad a partir solamente de datos psicopatológicos del adulto.
En primer lugar era obvio que incluso entre las drogadicciones había un orden aparente de complejidad que, junto con diferencias pronósticas, sugería un orden definido de regresión. Entonces, si había un orden definido de regresión dentro del grupo de la adicción, presumiblemente los estadios en el desarrollo del sentido de realidad correspondientes a las adicciones eran igualmente complicados. No puede haber dudas sobre las diferencias estructurales en los hábitos en torno a las drogas. No sólo hay adicciones de un tipo melancólico y de un tipo paranoide, sino que también es evidente a partir del examen del material de la fantasía que los diferentes instintos constitutivos son responsables de algunas de las variaciones clínicas. Aquí había un curioso obstáculo que superar: pues estábamos acostumbrados a considerar los instintos constitutivos infantiles como tendencias innatas sin un orden particular de prioridad y que llevan una existencia autónoma dentro de las fronteras del narcisismo primitivo. Parecía no haber alternativa más que considerar la posibilidad de un orden natural entre los instintos constitutivos similar al –posiblemente ligado con– el orden de primacía de las zonas erógenas.
El estudio de las drogadicciones conllevó otro problema clasificatorio que establece una orientación en el desarrollo del sentido de realidad, a saber: la significación de las formaciones de perversión y de fenómenos fetichistas que tan comúnmente acompañan a los hábitos de la droga. Prejuiciado sin duda por el pronunciamiento de Freud sobre el tema, en particular su opinión de que la neurosis es el negativo de la perversión, yo ya había tenido problemas en ‘colocar’ la perversión en una clasificación sistemática de estados psicopatológicos. Me había inclinado al principio en ordenar las psicosis y las neurosis en una única serie de desarrollo, y luego a interpolar las perversiones en diferentes puntos de la secuencia principal. Así, comenzando con las psicosis, tomé las drogadicciones como un tipo transicional, introduje luego las perversiones polimorfas más primitivas, continué con las neurosis obsesivas, introduje aquí el fetichismo y las perversiones homosexuales, y terminé con las histerias, las inhibiciones sexuales, las inhibiciones sociales y las angustias sociales. Pero había muchas razones por las que este orden no pudo ser mantenido. En particular, la experiencia del análisis de perversiones homosexuales, neurosis obsesivas y estados psicóticos mostró evidencia tanto directa como indirecta de un orden de regresión o de desarrollo mucho más complicado. Frecuentemente puede observarse que durante crisis psicóticas en el trascurso de algunos análisis, los pacientes desarrollan formaciones de perversión transitorias de tipo regular. Durante el análisis de un estado esquizoide a cuyos estratos superficiales había acoplada una perversión homosexual activa, uno de mis pacientes fue sometido a un severo trauma amoroso heterosexual. El resultado inmediato fue no sólo un refuerzo de las características esquizofrénicas sino una regresión de la formación homosexual activa ante todo a una fase pasiva y luego a un ceremonial excretorio polimorfo con componentes tanto activos como pasivos, pero sin experiencia táctil. La característica más obvia de esta regresión fue el debilitamiento de relaciones de objeto verdaderas en favor de relaciones de objeto parciales. En el ceremonial excretorio el ‘objeto completo’ nunca fue visto, mucho menos tocado. Menos obvio al principio fue el hecho de que estos ceremoniales actuaban como protección contra angustias propensas a inducir sistemas esquizofrénicos. En otras palabras, servían de auxilio al mantener hasta cierto grado el sentido de realidad del paciente. Los ceremoniales perversos no eran constantes: alternaban con fases de depresión esquizofrénica. Entre ceremoniales él se tornó marcadamente esquizofrénico: su sentido de realidad sufrió una extrema disminución.
Algunos detalles adicionales ilustran este punto más claramente. Los avances heterosexuales del paciente incluían algunos gestos lúdicos de estrangulamiento: su forma habitual de interés sexual se concentraba principalmente en el área de las nalgas e incluía un alto grado de idealización, particularmente del ano.9 La regresión súbita consistía en visitar un baño público (especialmente luego de almorzar solitariamente) y realizar allí, con sentimientos entremezclados de angustia y culpa, pero aún así con fascinación y gran reafirmación 10 temporarias, una complicada serie de exposición anal activa y pasiva a través de un agujero en el tabique. El contacto se limitaba estrictamente a pasar notas de invitación sugerentes a través de la mirilla; la persona en cuestión nunca era reconocida. Más aún, la más ligera sospecha de agresión rompía el hechizo. Por ejemplo, pasar pedazos de papel higiénico manchado o mojado a través del agujero o sobre el tabique producía una inmediata y aterrorizada reacción de huida. Este ceremonial en el cubículo siguió a una breve fase en la cual practicaba exposiciones urinarias. El ritual urinario fue abandonado dado el grado de contacto con objetos reconocibles y con la presencia de un cierto número de otros espectadores neutrales (potencialmente sospechosos) en los lavabos públicos.

En sí mismas, éstas no son formas inusuales de ritual: su interés especial radica en el hecho de que el ceremonial funcionaba como una regresión a una técnica previamente extraña o desconocida. En otros casos la forma más primitiva del ritual es ya patente o practicada en una forma modificada en el marco de una relación homosexual más avanzada con objetos completos, pero que es acentuada por la regresión. Un paciente dividía sus relaciones homosexuales en un grupo amigable con o sin conexión genito-anal y un grupo extremadamente erótico caracterizado por un sentimiento violentamente hostil y acciones violentamente eróticas hacia el objeto pensado sencillamente como uno o más órganos amalgamados por una masa indiferente de tejido conectivo –el cuerpo–. Cuando se producía la regresión, las relaciones homosexuales más avanzadas desaparecían momentáneamente y dejaban sitio a un ceremonial completo en el baño público. También en este caso el sistema de la mirilla reducía el cuerpo del objeto a las dimensiones de un objeto parcial. Si acaso se veía el sombrero u otra parte de la vestimenta externa ordinaria, el hechizo se rompía inmediatamente. Esto estaba obviamente determinado por el simbolismo de las ropas, pero la racionalización del paciente era interesante, a saber: que eso era ‘demasiado parecido a una personal real’. Estos sistemas del cubículo guardaban alguna semejanza con ciertos tipos de masturbación, por ejemplo, cuando el sujeto visita un museo arqueológico y tiene un orgasmo sin erección al contemplar fragmentos de una estatua, el torso, la cabeza o las manos. En otros casos melancólicos y esquizoides noté con frecuencia que el relevo de la depresión con el incremento correspondiente del sentido de realidad era precedido por el surgimiento súbito de una fantasía sadomasoquista primitiva. Frecuentemente tales pacientes hacen el intento de desviar sus fantasías hacia relaciones adultas genito-sexuales. Pero por regla general los intentos fallan o son insatisfactorios, en cuyo caso hay un impulso notable hacia la formación de perversión. Esto puede tomar una forma aloerótica o autoerótica. Como ejemplo de la última puedo citar un caso de depresión que pasó por una fase transitoria de ir a un baño público donde se desnudaba, defecaba y orinaba en el lavabo y jugaba con esas substancias con un sentimiento mezcla de angustia y adoración. Durante esta fase la depresión presente desaparecía. En síntesis, a pesar de que sostuve durante mucho tiempo que las relaciones homosexuales sistematizadas y ordinarias constituyen un sistema defensivo y restitutorio protector contra angustias tempranas así como contra angustias tardías puramente genito-sexuales, creo que en la mayoría de los casos el vínculo no es directo, que hay un sistema más profundo de perversión (reprimida y por tanto no constituyendo directamente una perversión), lo que corresponde más adecuadamente con el sistema original de angustia. Y esto, según creo, debe ser develado antes de que un contacto adecuado con el sistema de angustia reprimido pueda ser realizado. Desde el punto de vista terapéutico creo sin embargo que esta tendencia a la regresión mediante formación de perversión no debería excederse de una formación transitoria y, de ser posible, debería ser cortocircuitada por la interpretación de fantasías reprimidas de perversión.

Más curiosa aún es la estabilización de las relaciones de realidad que efectuadas por un interés fetichista transitorio. He informado previamente sobre un caso (8) en el que un neurótico obsesivo pasó por una fase de drogadicción cuyo final fue signado por una regresión paranoide transitoria. Durante la recuperación de la fase paranoide se observó una formación de fetiche temporaria. Esto, evidentemente, funcionó como substituto de la reacción paranoide hacia la realidad. Habiendo localizado la angustia en un conjunto de órganos corporales neutros mas simbólicos (piernas), y habiéndolo contrarrestado por un proceso de libidinización (formación de fetiche), el paciente pudo recuperar sus relaciones con la realidad.

Tomando estos hechos en consideración, el problema de vincular perversiones con psicosis, neurosis y otras anormalidades sociales y sexuales se simplifica de algún modo. Parece verosímil que las perversiones no sólo muestran series organizadas de diferenciaciones en relación tanto con la meta como la completud del objeto, sino que este orden de desarrollo corre paralelo al orden de desarrollo de las psicosis, de los estados transicionales, de las neurosis y de las inhibiciones sociales. Esto vuelve innecesaria la interpolación de perversiones en cualquier serie clasificatoria de psicosis y neurosis. Tan solo es necesario reconocer o descubrir los elementos de una serie paralela. Llevando estas ideas más lejos parecería plausible que las ondas de libidinización y las formaciones verdaderas de síntoma sean ambas exageraciones de modos normales de superar la angustia, teniendo más bien interconexión o alternancia compensatorias o protectoras. El problema central, entonces, puede ser formulado de este modo: ¿forman las perversiones una serie de desarrollo que refleja el estado de superación de la angustia del cuerpo del propio individuo o de objetos externos por libidinización excesiva? Y como corolario: ¿ayudan ellas no sólo a preservar el sentido de realidad en otros ámbitos de la psique sino que también indican el orden en el cual el sentido de realidad se desarrolla?

Los argumentos a favor del ensayo de reafirmación mediante libidinización excesiva no son objeto de una seria discusión (ver, por ejemplo, las indicaciones de Freud (9) sobre la relación etiológica del odio con la homosexualidad). Los argumentos contra la serie de desarrollo son principalmente (a) la concepción ‘polimorfa’ de la sexualidad infantil, (b) la generalización de que la neurosis es el negativo de la perversión. Con respecto al primer punto, ya indiqué que el término ‘polimorfa’, aunque suficientemente adecuada en un sentido descriptivo general y por comparación con el impulso genital, es muy vaga para los propósitos de hoy en día. Ya estamos más plenamente informados respecto al desarrollo organizativo del impulso infantil durante los primeros años, y a medida de que la investigación sobre los niños se vuelve más precisa el término resultará superfluo. En cuanto al segundo punto: esta generalización, a saber, que la neurosis es el negativo de la perversión, es aún profundamente verdadera pero en un sentido estrictamente limitado. Es completamente acertada para esas perversiones y fetiches que corren en paralelo con sus correspondientes neurosis, por ejemplo un fetiche del guante y una manía antiséptica de lavarse las manos. Pero ahora debemos añadir que ciertas perversiones son el negativo de ciertas formaciones psicóticas y ciertas otras el negativo de psicosis transicionales. En efecto, siguiendo a Ferenczi (10) y considerando el cuadro clínico mixto de psicosis, perversión y neurosis que uno frecuentemente observa, vale la pena indagar si una perversión no es en muchos casos una formación sintomática en anverso o la secuela o antecedente de un síntoma, según sea el caso –¿un dispositivo profiláctico o curativo?–.

Otra dificultad radica en el pronunciamiento temprano de Freud (11) de que las perversiones no se forman directamente de impulsos constitutivos, sino que los componentes en cuestión deben haber sido primero refractados a través de una fase edípica. En la medida de que este pronunciamiento se refirió a una fase edípica estereotipada que tenía lugar entre los tres a los cincos años de edad, prácticamente paralizó la diferenciación etiológica, como testimonia el manual de Fenichel (12), en el cual la etiología de las perversiones es de algún modo descrita monótonamente en términos de angustia de castración. Pero dado que Freud (13) ha sancionado un uso más amplio del término ‘Edipo’, gozamos de mayor libertad para considerar un elemento cronológico en la formación de perversión. Aún así, la idea de estratificaciones en la formación de perversión siempre fue señalada. Sachs (14) avanzó esta postura bajo el fundamento de que la represión era un proceso serial. Rank (15) también consideró que el grupo de las perversiones tenía diferentes estratos de evolución en correspondencia con sistemas o localidades psíquicos, pero estrechó su generalización afirmando que el perverso permanece fijado al estadio anterior al deseo de un niño11 , sugiriendo que la inhibición del perverso es dirigida específicamente contra la ‘libido generativa’. Ambos escritores consideran el factor determinante como libidinal y la angustia concomitante como angustia de castración. La única objeción seria contra la clasificación de las perversiones ha sido hecha por Fenichel. Él no cree que sea factible producir una clasificación correspondiente a aquella de las neurosis, es decir, de acuerdo con el grado de regresión y la naturaleza de las relaciones de objeto. Esto, dice, se debe a la ausencia, en las perversiones, del elemento de distorsión que caracteriza a las neurosis y las vuelve pasibles de clasificación. Otra razón para esta objeción ha sido ya señalada más arriba. Si uno estudia las secciones de su libro dedicado a la etiología, uno descubre que, sin importar la naturaleza de la perversión, la fórmula etiológica sugerida por el autor nunca varía. Vincula invariablemente formación de perversión con angustia de castración asociada con la situación edípica clásica. Hablando clínicamente, es éste un estado de cosas insatisfactorio. Yo sugeriría que las dificultades en la clasificación se deben más bien a la naturaleza incompleta de nuestras investigaciones. En todo caso, las diferencias clínicas de las perversiones son tan impactantes como las diferencias en la distorsión neurótica.

Ahora bien, me parece que Rank estuvo más cerca de la solución del problema cuando dijo que el sadismo, en la medida en que excluye la culpa, era el verdadero modelo de perversión. Yo sugeriría que en la historia del sadismo, o más bien de los impulsos agresivos y destructivos, tenemos una guía más sensata para la etiología y el orden de la formación de perversión. La historia libidinal, es cierto, da el contenido positivo y manifiesto de la formación. Pero aparte de esto la función principal de la contribución libidinal es de protección. Sachs mismo señaló la relación de las perversiones con las formaciones fóbicas, pero él no aplicó esta posición lógicamente a la totalidad de la historia infantil. Se restringió a sí mismo a las fobias de castración, pasando por alto con ese gesto las fobias infantiles más primitivas. La importancia del estudio de las perversiones en su relación con el sentido de realidad es que las perversiones representan intentos periódicos de protección contra angustias de introyección y proyección actuales mediante un proceso de libidinización excesiva. En algunos casos la libidinización es dirigida hacia aquellas partes del cuerpo (sea del sujeto o del objeto) que son amenazadas en el sistema de la fantasía inconsciente; en otros, el mecanismo de desplazamiento introduce un elemento adicional de defensa y disfraz. En otros, finalmente, es el modo de gratificación lo que es libidinizado antes que los objetos a los que se cree en peligro en la fantasía. En todos los casos, sin embargo, hay algún grado de interferencia con la función genito-sexual adulta. En otras palabras, las perversiones ayudan a preservar el monto de sentido de realidad ya alcanzado por algo que en el largo plazo representa un sacrificio de libertad en la función libidinal adulta, mientras que las neurosis a menudo permiten un grado de libertad en la función libidinal adulta al costo de alguna inhibición en las relaciones con la realidad, y las psicosis frecuentemente presentan una aparente libertad en la función libidinal adulta acompañada por graves perturbaciones del sentido de realidad.

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Para sintetizar: si aplicamos los hallazgos de Melanie Klein respecto de la historia temprana del sadismo infantil y tenemos en cuenta lo que el psicoanálisis en general ha enseñado concerniendo al dominio del sadismo por la introyección, la proyección y otros mecanismos inconscientes, estamos justificados para postular una serie de desarrollo constantemente cambiante de situaciones de angustia que, si llegan a ser sobrecargadas, dan lugar a una fase o bien de formación de síntoma o bien de formación de perversión. Esta generalización puede entonces beneficiar el estudio del sentido de realidad y su desarrollo. Tal como indicó Klein, no se puede instituir relaciones de realidad estables hasta tanto las angustias primitivas no hayan sido dominadas. Esto es aún más válido respecto de la facultad de la objetividad. En otras palabras, el sentido de realidad depende de la emancipación de los sistemas de percepción corporal y ambiental, mediante los mecanismos de proyección e introyección, respecto de una excesiva interferencia. Y esta emancipación se produce en un orden definido que propongo provisionalmente como siendo órganos o zonas corporales, comida, ropa y eyecciones, tanto pertenecientes al sí mismo como a los objetos instintivos.

El curso de los acontecimientos puede ser descrito en cierta forma como sigue: como resultado de procesos alternantes de proyección e introyección ocasionados por la frustración del instinto la relación del niño con lo que el observador adulto podría llamar la realidad objetiva se torna distorsionada e irreal. Sin embargo, durante esta fase el niño tiene por su propia cuenta alguna primitiva realidad objetiva. En primer lugar, tiene contacto psíquico no sólo con objetos que abastecen a instintos crudos de auto-preservación, sino con objetos que amenazan realmente su auto-preservación (peligros, daños y agresión realmente externos); en segundo lugar, tiene contacto con esa parte de la realidad que sí gratifica algunas necesidades amorosas. Este pequeño enclave de realidad objetiva infantil está anegado por los productos distorsionados del miedo. Una de las curas primitivas de esta distorsión es el proceso de libidinización. La libidinización cancela o mantiene en suspenso algunos de los sistemas de miedo irreal y lo hace neutralizando el sadismo. Este proceso es prontamente reforzado por alguna forma de represión. El resultado es que el núcleo original de la realidad infantil puede ser desprendido de la masa de reacciones irreales. Este sistema de libidinización nunca es abandonado realmente, a pesar de que sus efectos más dramáticos puedan ser observados justo antes de que la represión se torne realmente masiva. La realidad objetiva adulta es un producto derivado de este proceso. Una vez rescatada, la realidad objetiva infantil se expande a través de los dispositivos auxiliares de desplazamiento y sublimación hasta los límites de la necesidad o el interés adulto. Sólo cuando el sadismo es neutralizado adecuadamente puede la sublimación avanzar y, siguiendo los rieles del simbolismo, contribuir a nuestros contactos con la realidad. La realidad objetiva adulta, dejando de lado la auto-preservación, no es tanto algo que llegamos a reconocer, sino una herencia de la infancia, algo sobre lo cual mantenemos posesión y que expandimos luego de que ha pasado a través de filtros de miedo, libidinización y sublimación. En algunos aspectos es en efecto un residuo, afirmación acorde con el hecho de que, de muchas maneras, los adultos son menos objetivos que los niños. Esta herencia expandida o residuo funciona en gran medida como garantía de la ausencia de miedo. Está manifiestamente limitada en concordancia con el rango del interés individual más el rango de interés de los individuos que amamos u odiamos.

Cuando alguna forma de angustia infantil es reanimada o exacerbada en la vida adulta, sea cual fuere la causa, una de las muchas maneras de lidiar con esta crisis es el refuerzo de los sistemas primitivos de libidinización. Esto da lugar a lo que llamamos una perversión. Concuerdo con la Señora Searl (5) en que la sublimación puede ser exitosa sólo cuando se cumple la condición de que la realidad no está demasiado libidinizada, lo que significa, a su vez, sólo cuando el problema del sadismo ha sido resuelto. Sin embargo, esto no contradice la posibilidad de que una excesiva libidinización localizada (es decir, una perversión) pueda, al sacrificar algunas relaciones con al realidad, algunas sublimaciones y alguna función genital adulta, preservar una relación con la realidad sobre un área más amplia. Las perversiones ayudan a emparchar las fallas en el desarrollo del sentido de realidad. Por esta razón las perversiones más primitivas son en algunos aspectos más compulsivas que las perversiones homosexuales avanzadas. Son curas más apropiadas para antiguas angustias. La desventaja de las perversiones primitivas es que están más cerca de la fuente de la angustia, es decir, son muy apropiadas. La homosexualidad regular asegura principalmente respecto a los objetos completos, no a los objetos parciales primitivos. El aparente incremento gradual en la capacidad de la libido para reafirmar es a mi entender más aparente que real. O quizás sería más adecuado decir una relación con objetos de amor reales, aunque indudablemente una gran fuente de reafirmación es una cura menos apropiada para angustias primitivas que lo que es el amor primitivo de objetos parciales. Aquí tenemos una justificación teórica para la posición que Melanie Klein (4) sostuvo de que bajo circunstancias favorables las experiencias sexuales infantiles pueden promover el desarrollo de la realidad. Pero también debemos aceptar la conclusión de que tales experiencias, sean de naturaleza activa o pasiva, accidentales o procuradas, promueven el desarrollo de la realidad sólo en la medida de que funcionan como perversiones infantiles.

* * *

He indicado las líneas a lo largo de las cuales el material psicopatológico adulto puede ser investigado para descubrir los estadios del desarrollo del sentido de realidad. Aparte de este interés particular, creo que el intento es válido aunque más no sea para reducir las confusiones existentes en torno a la clasificación de los desórdenes mentales. Resta indicar cuáles son las líneas más productivas de investigación y cuáles los obstáculos más serios para el progreso. En lo que hace a las líneas inmediatas de acercamiento, hasta cierto punto tengo una inclinación derivada de la circunstancia accidental de que mi propio material se halla dentro del grupo de estados transicionales, perversiones y neurosis obsesivas. Y a pesar de que estoy inclinado a acordar con que el estudio analítico de, por ejemplo, las estereotipias de la esquizofrenia, por no hablar de las así llamadas fobias histéricas, probaría ser invaluable en esta conexión, soy propenso a creer que se obtendría un mejor sentido de la perspectiva al comenzar en este punto donde las psicosis transicionales, las perversiones y las neurosis obsesivas se tocan. En efecto, tengo la impresión de que una de las aproximaciones más ventajosas para el estudio del sentido de realidad yace en el estudio del fetichismo, incluyendo aquí los fetiches narcisistas en el cual las partes del propio cuerpo del paciente o sus ropas proveen gratificación sexual. Hay en el fetichismo un grado de localización del interés y una estereotipia de desplazamiento que promete dar información más exacta de los sistemas de angustia tempranos que lo que hace la regular perversión ramificada. Freud (16) mismo señaló que la denegación de la angustia efectuada por el fetichismo es similar a la denegación psicótica de la realidad. Y Lorand (17) ha comentado sobre el desarrollo intelectual veloz exhibido en uno de sus casos.

He utilizado el término fetiche narcisista con reluctancia. Por un lado creo que lo que llamamos ‘narcisismo erótico’ es un compuesto de verdaderas actividades autoeróticas y relaciones ocultas aloeróticas con objetos parciales. Nuevamente, el término masturbación es notoriamente insatisfactorio. Y lo mismo se aplica a términos descriptivos como travestismo. Muchos de los fenómenos que he observado podrían ser considerados descriptivamente como a medio camino entre el travestismo y la masturbación. Mas yo sostengo que son fetichistas en principio, del mismo modo en que muchas otras de las actividades sexuales pretendidamente espontáneas de la niñez ya son –en principio– perversiones.

Compárese, por ejemplo, los siguientes dos sistemas observados en un caso. El individuo en cuestión tenía un sencillo fetiche con el piano, es decir, que el contacto con un piano de determinado tipo (a saber, de caja nueva y brillante) inducía la excitación sexual y el orgasmo, con o sin manipulación manual. Luego, el mismo piano perdió gradualmente su efecto estimulante. Una caja de piano rayada, deslucida o comida por los gusanos era tabú. Por otra parte, si el paciente se vestía con nueva indumentaria, en particular cuando compraba un nuevo traje, desarrollaba una erección que duraba doce horas como mínimo, y terminaba a veces en orgasmo. Durante este período se encontraba en un estado de extrema felicidad. Otro caso combinaba un fetiche con el automóvil –que perdió su efecto tan pronto como el auto fue salpicado con barro o el tapizado manchado con grasa– con excitación masturbatoria sobre sus propios zapatos mientras eran nuevos y el brillo original se preservaba intacto. En ambos casos la manifestación aparentemente autoerótica correspondía de cerca al sistema de objetos.

Los ejemplos que di pueden servir para ilustrar uno de los muchos obstáculos en la investigación de este tema, a saber: el hecho de que términos como ‘narcisismo’, ‘autoerotismo’, ‘impulso constitutivo’, ‘perverso polimorfo’, etc., han hasta cierto punto tenido mayor vida útil de lo que su finalidad preveía. En algún momento deberán ser substituidos por términos derivados del estudio de los fenómenos de introyección. Deberíamos poder decir exactamente qué estadio en la introyección de objetos parciales es encubierto por cualquier forma de autoerotismo.

Una segunda dificultad es ocasionada también por el estudio del fetichismo, a saber: el hecho de que las neurosis obsesivas son divididas o clasificadas inadecuadamente. Ya he descrito un caso de obsesión en el cual un interés fetichista transitorio ayudó a promover la convalecencia desde una fase paranoide. Y he observado frecuentemente que casos de drogadicción desarrollan (durante la abstinencia) síntomas obsesivos transitorios localizados más bien en la acción. Es hasta un tal grado que he descrito algunas de estas reacciones obsesivas como ‘fenómenos fetichistas negativos’. Muchas fobias de contaminación localizadas, con o sin manía de limpieza, son de este tipo, y pueden ser observadas alternando con interés erótico en las mismas partes del cuerpo.

Refiriéndome en un trabajo más antiguo a la etiología del fetichismo, escribí (8): ‘quizás se nos permita dos formulaciones en bruto: (1) que en la transición entre sistemas paranoides y una reacción normal con la realidad la drogadicción (y posteriormente el fetichismo) representa no sólo continuaciones del sistema de angustia dentro de un margen restringido sino los comienzos de un sistema de reafirmación en expansión. La reafirmación se debe a contribuciones de estadios libidinales posteriores de la infancia que contienen un monto decreciente de sadismo. (2) Que la vestimenta en general es, luego de la comida, la siguiente línea de defensa para superar las reacciones paranoides con la realidad. Parece razonable suponer que los primeros sistemas paranoides del niño se acoplan a la comida, que estas angustias son modificadas no solo por la aparición de impulsos menos sádicos sino también por un determinado esfuerzo en desplazar la angustia. En este desplazamiento la ropa cumple su rol. Cuando desplazamientos subsecuentes conducen a reacciones hacia las ropas de objetos externos, se establece el fundamento de un fetiche clásico. Así que cuando la angustia es excesiva el resultado es o bien un fetiche sexual típico o bien su forma negativa, a saber: una fobia de contaminación.’

Finalmente, el estudio de la etiología del fetichismo hace emerger lo que es quizás uno de los obstáculos inmediatos más importantes para comprender el desarrollo de la realidad, a saber: la falta de información sistematizada respecto de la naturaleza exacta de la fase oral del desarrollo. Las primeras formulaciones etiológicas concernientes al fetichismo resaltaron los factores fálicos, escoptofílicos y sádicos: luego la importancia del falo imaginado en la madre fue enfatizada crecientemente. Aún más recientemente la significación de otros elementos ha sido subrayada. Freud mismo remarcó que el fetiche escogido puede no necesariamente ser un símbolo peniano común, y ahora sabemos a partir del trabajo de Ella Sharpe (18) y otros que esto se debe a la contribución de elementos pregenitales, por ejemplo sadismo oral. Esta nueva orientación sigue de cerca y está a la par de la de Melanie Klein en la expansión del estadio oral para incluir un interés edípico genuinamente fálico. Pero cuanta más universalidad se encuentra en tales factores, menos útil se vuelven para la diferenciación etiológica. Sin realizar ni una sola observación analítica uno podría asumir con seguridad a partir de datos comportamentales que la primera fase del desarrollo infantil debe ser predominantemente oral. Incluso la existencia de un interés fálico durante la fase oral podría muy bien haber sido inferida sin análisis. Cuanto más el análisis confirma la importancia de estos intereses fálicos tempranos más urgente se vuelve subdividir los estadios orales y considerar el rol que juegan durante lo que ahora llamamos el primer estadio oral otras zonas erógenas importantes e impulsos constitutivos, en particular respiratorio, gástrico, muscular, erotismo anal y urinario. No es suficiente establecer las generalidades del desarrollo en términos de fases. Se requiere una diferenciación más detallada antes de que podamos establecer estas fórmulas etiológicas, cuestión exigida por la existencia de variaciones clínicas en los desórdenes mentales.

Traducción del inglés: Maximiliano Zenarola

REFERENCIAS 12
1. Ferenczi: ‘Stages in the Development of the Sense of Reality’. Contributions to Psycho-Analysis, 1916
2. Ferenczi: ‘The Problem of Acceptance of Unpleasant Ideas’. Further Contributions to the Theory and Technique of Psycho-Analysis, 1926.
3. Federn: ‘Some Variations in Ego-feeling’. ESTA PUBLICACIÓN, 1926, vol. vii, p. 434: ‘Narcissism in the Structure of the Ego’. Ibid. 1928, ix, 401: ‘Das Ich als Subjekt und Objekt im Narcissismus’. Internazionale Zeitschrift für Psychoanalyse, 1929, Bd. xv, S. 393: ‘Das Ichgefühl im Traume’. Ibid., 1932, Bd. xviii, S. 145.
4. Klein: The Psycho-Analysis of Children: Hogarth Press and Institute of Psycho-Analysis, 1932.
5. Schmideberg: ‘The Role of Psychotic Mechanisms in Cultural Development’. ESTA PUBLICACIÓN, 1930, vol. xi, p. 387: ‘The Psychology of Persecutory Ideas and Delusions’. Ibid., 1931, vol. xii, p. 331: ‘Zur Psychoanalyse asozialer Kinder und Jugendlicher’. Int. Zeitschrift f. Psychoanalyse, 1932, Bd. xviii, S. 474; también Searl: ‘The Flight to Reality’. ESTA PUBLICACIÓN, 1929, vol. x, p. 280: ‘Danger Situations of the Immature Ego’, Ibid., 1929, vol. x, p. 423: ‘The Roles of Ego and Libido in Development’. Ibid., 1930, vol. xi, p. 125: ‘A note on Depersonalisation’. Ibid., 1932, vol. xiii, p. 329.
6. Searl: ‘The Psychology of Screaming’. ESTA PUBLICACIÓN, 1933, vol. xiv, p. 193.
7. Glover: ‘A Psycho-Analytic approach to the Classification of Mental Disorders’. Journal of Mental Science, Octubre de 1932.
8. Glover: ‘On the Aetiology of Drug Addiction’. ESTA PUBLICACIÓN, 1932, vol. xiii.
9. Freud: ‘Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualdiad’. Obras completas, Amorrortu Editores, vol. xviii, 1990.
10. Ferenczi: ‘The Nosology of Male Homosexuality’. Contributions to Psycho-Analysis, 1916.
11. Freud: ‘Pegan a un niño’. Obras completas, Amorrortu Editores, vol. xvii., 1990. Ver también Lecciones de Introducción al Psicoanálisis.
12. Fenichel: Perversionen, Psychosen, Charakterstörungen. Internazionaler Psychoanalytischer Verlag, 1931.
13. Freud: ‘Sexualidad femenina’. Obras completas, Amorrortu Editores, vol. xxi, 1990.
14. Sachs: ‘Zur Genese der Perversionen’. InternazionalerZeitschrift für Psychoanalyse, 1923, Bd. ix, S. 173.
15. Rank: ‘Perversion und Neurose’. Internazionale Zeitschrift für Psychoanalyse, 1922, Bd. viii, S. 397.
16. Freud: ‘Fetichismo’. Obras completas, Amorrortu Editores, vol. xxi, 1990.
17. Lorand: ‘Fetichism in Statu Nascendi’. ESTA PUBLICACIÓN, 1930, vol. xi, p. 419.
18. Sharpe: Lecture on ‘Fetichism and Art’. British Psycho-Analytical Society, 18 de Noviembre de 1931.

1     Expansión de un trabajo producido para el Décimo Segundo Congreso Psicoanalítico Internacional, Wiesbaden, 7 de Septiembre de 1932.
2    «The relation of perversion-formation to the development of reality-sense», publicado enThe international Journal of Psycho-Analysis, vol. XIV, Octubre de 1933. [N. del T.]
3     Omití un trabajo posterior (2) de Ferenczi en el que enfatiza la importancia de la ambivalencia y de la defusión del instinto en el trabajo de promover la aceptación de ideas concretas. Sugiere asimismo la necesidad de una refusión del instinto para producir objetividad. Aparte de una referencia al estadio oral, no ofrece secuencia alguna de eventos de orden clínico.
4     Este interés en un nuevo estudio comportamental no se basa solamente en la necesidad de datos clínicos adicionales. Prepararía el terreno para una nueva discusión sobre la vieja controversia en torno a los factores endopsíquicos y externos en el desarrollo o en la enfermedad. Las tendencias modernas en psicoanálisis se han alejado de las teorías de experiencias ambientales traumáticas y parecería que las recientes contribuciones de los analistas de niños refuerzan estas conclusiones fuertemente. En un sentido ello es verdadero: ideas de experiencias genito-sexuales traumáticas en la infancia han sido convocadas nuevamente de modo que se consideran ahora como una ocasión generadora de influencia favorable para el desarrollo (Klein) (4). Pero su lugar fue ocupado por otras. La significación de la experiencia del enema como representante de un ataque violento de la madre real sobre el cuerpo real del niño ha sido ahora valorada más adecuadamente. Pero la investigación no puede detenerse aquí. Para un infante con reforzados erotismo y sadismo respiratorios la expulsión violenta de la respiración es un ataque sádico (6). De allí se sigue que cuando sus padres o nodrizas tosen o estornudan están atacando o seduciendo al niño. Cuando el niño envuelve a sus enemigos con obscuridad destructiva por el sencillo expediente de cerrar sus ojos, es así de natural que cuando la madre cierra las cortinas de la guardería esto sea considerado como un contrataque. No hay dificultad en observar que los infantes reaccionan con miedo ante estos eventos recurrentes. Y el mismo argumento puede aplicarse a la hipótesis sobre la escena primaria. Si puede pensarse que los padres copulan con su aliento, la conversación entre ellos puede bajo ciertas circunstancias ser la escena primaria. En síntesis, aún no hemos resuelto el problema de los estímulos endopísquicos y externos. Nos hemos meramente obligado a investigarlo en un nivel más temprano y en términos más primitivos.
5    Drug addiction en el original. [N. del T.]
6    Noxious drugs en el original. [N. del T.]
7    Drug addict en el original. [N. del T.]
8    Poison en el original. Cf. el trabajo de Nadine Page en este volumen. [N. del T.]
9    Me ha impresionado mucho la combinación entre la reafirmación y la función de pantalla de la idealización en este y otros mucho casos. Paréceme ser mucho menos de lo que habíamos pensado, una simple derivada de impulsos inhibidos en su meta exagerados en virtud de propósitos defensivos. Las formas más urgentes de idealización (mayormente en forma simbólica) ocurren en tipos psicóticos, esquizoides y ciclotímicos.
10   El término inglés reassurance, derivado del verbo to reassure, no tiene equivalente directo en español. To reassure implica que una persona alcanza nuevamente una cierta estabilidad luego de haberla perdido. Reaseguro sería el vocablo más directo –to assure y asegurar comparten en sendas lenguas la misma raíz etimológica en el securus latino– pero el diccionario de la Real Academia Española sólo registra para él un sentido bursátil. Cuando Glover habla de reassurance se refiere a dos facetas del mecanismo: la posibilidad que encuentra el sujeto de afirmarse nuevamente ante su mundo, y la disminución del monto de angustia. En tal sentido hemos decidido volcar reassurance y to reassure como reafirmación y reafirmar respectivamente, no sólo por el hecho de recuperar la firmeza en la existencia sino también porque la reassurance contiene asimismo el to assure, que significa asegurar pero también afirmar de modo tal de producir una certeza o seguridad en el interlocutor. [N. del T.]
11   The wish for a child = el deseo de (tener un) niño. [N. del T.]
12  Los obras contenidas en esta bibliografía en las cuales aparece la leyenda “esta publicación” refierenal volumen en el que se publicó originalmente el presente trabajo de Glover. [N. del T.]

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