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Social link and addictions
Pierre Sidon (París, Francia)
Psiquiatra, psicoanalista. Miembro de la Escuela de la Causa Freudiana (ECF) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Director del CSAPA UDSM Meltem en Champigny-sur-Marne.
Psychiatrist, psychoanalyst. Member of ECF and WAP, Director of CSAPA UDSM Meltem in Champigny-sur-Marne.
Resumen: Una clínica diferente entre el usuario ocasional y el adicto es una clínica continuista, del desamarre del lazo social, donde la adicción es la medida de cada quien en la era de la ciencia. Es al precio de restaurar el lazo social que se puede moderar, por añadidura, la adicción.
Palabras clave: adicción, lazo social, clínica continuista.
Abstract: A different clinic between the occasionnel user and the addict is a continuous clinic, unpluged from the social link, where addiction is the mesure of each one in the age of science. It’s restauring the social link that we can moderate, en plus, the addiction.
Key words: addiction, social link, continuous clinic
Si la adicción es el exceso en la saciedad («la bulimia cuantitativa» [Gauchet, 2008]), esta ausencia de saciedad puede tomarse por sus dos extremos: sea por el exceso de oferta que entrampa al deseo por el restyling del objeto al infinito –sociedad de consumo–, sea por el defecto de borde que caracteriza a la pulsión en la psicosis en tanto que estructura. En ambos casos el lazo social que se deduce de ellos se halla afectado por una suerte de cortocircuito que caracteriza los modos de gozar contemporáneos: en lazo directo con la Cosa, pasan del lazo al Otro. Se desprende de allí una soledad relacionada con «el individualismo democrático».
Tocqueville distinguía individualismo «reciente y de origen democrático» de egoísmo antiguo: «amor apasionado y exagerado de sí mismo». También para Durkheim el individualismo, llevado a su lógica extrema, no produce individuos seguros de sí mismos, sino más bien «amenazados por la vida, la insignificancia […] al punto de no saber quiénes son» (Gauchet, 2008), «anómicos». Según Lipovetsky, este período de paz y opulencia es «la era del vacío»: «El neo-narcisismo no se ha contentado con neutralizar el universo social vaciando las instituciones de sus investiduras emocionales, es también el Yo quien se encuentra en esta ocasión descabezado, vaciado de su identidad, paradójicamente por su hiperinvestidura» (Lipovetsky, 1983): «apatía new look». «Dios está muerto, las grandes finalidades desaparecen, pero a nadie le importa, he aquí la feliz novedad, he aquí el límite del diagnóstico de Nietzsche respecto del obscurecimiento europeo». Pero no se necesitaron más que algunos años para que el optimismo de Marcel Gauchet tuviera que ceder el paso ante el profeta de Weimar y su «depreciación mórbida de todos los valores superiores y faltos de sentido» (Gauchet): y asistimos al retorno furioso de lo religioso aspirado por este vacío de sentido, sentido religioso a menudo capaz por sí mismo de hacer refluir un sobrante de goce corporal. Cantidad de impasses adictivos, como comienza a testimoniar la experiencia clínica, se benefician así del sentido religioso que puede estar a su altura y llegar a substituirlos [Sidon, 2017].
Pues, esperando su eventual redención por medio del sentido, este indiviso ávido aspira potentemente las prótesis (químicas u otras) frenéticamente renovadas que la industria pone con caridad a su disposición (más de una droga nueva por semana en el mundo). Pero del egoísmo al individualismo hay una clínica diferente, cuantitativamente y cualitativamente: entre el usuario ocasional, recreativo, y el dependiente ruinoso. Es también una clínica continuista, clínica del desenganche del lazo social, que ve devenir al recreativo en adicto con ocasión de un exabrupto experimentado por el sujeto en su experiencia: encuentro o ruptura, pérdida o ganancia, promoción o dificultad profesional… El pasaje a la mencionada dependencia no se puede más que cuantificar: pues se trata de un pasaje progresivo que reemplaza todo interés exterior, toda investidura del lazo social por el consumo.
Este consumo, sea cual fuere el grado en que se lo sitúe en términos cuantitativos, contribuye, en su medida, a una estabilización de la relación del sujeto con el Otro, aunque sea mediante una separación casi completa de este Otro. Es una estabilización mortal, pero no es más que la asíntota de una tendencia, presente ya en la borrachera común –donde el consumo contribuye a mitigar el peso en el sujeto de su relación con el Otro, es decir, con este lugar donde se enuncia para él un cierto número de frases, incluso de comandos, que determinan su existencia en tanto ser hablante, es decir, hablado desde el inicio por el Otro–. Del comando del superyó inconsciente –pero no menos feroz– a la alucinación injuriante, la clínica declina todas las modalidades posibles de este lazo con el Otro que hace del hombre, entre todas las criaturas, la más desdichada y, por ello mismo, la más creadora –aun cuando el consumo deliberado de drogas esté testimoniado entre numerosos animales–. El hombre, intoxicado por la palabra –que Lacan consideraba como un «parásito lenguajero»–, tiene más necesidad que otros, para purificar su Umwelt infestado de palabras (Von Uexküll citado por Lacan en Lituraterra) y devenir individuo como los otros (cf. el discruso de los «Anónimos»), de ciertos derivados que Freud llamaba Sorgenbrecher («quitapenas» – [Freud, 1992]). La adicción es, pues, la medida del lazo social de cada quien en la era de la ciencia.
Por lo tanto, no es tan sorprendente que, cuanto más uno se ocupa de una práctica institucional con sujetos desamarrados, más uno encuentra lo que la psiquiatría llama «comorbilidad» o «diagnóstico dual»: se trata de la presencia de trastornos que pueden manifestar un diagnóstico de psicosis, delirante o de base, con alucinaciones o de tipo delirio sistematizado, muy frecuentemente con trastornos del humor asociados, mayormente depresivos, entre los sujetos recibidos o tratados en los dispositivos de una institución especializada en adicciones. Entre los 19 pacientes recibidos en 2016 en un Centro de Tratamiento que dirijo en los límites de París (10 plazas de tratamiento a tiempo completo), 9 habían sido tratados ya en institución psiquiátrica y 9 no habían tenido un tratamiento psicotrópico singularizado –teniendo en cuenta la comorbilidad psiquiátrica a partir de la cual se realiza la hipótesis de tratamiento a seguir–. En estas condiciones, la evaluación a la cual arribamos con el usuario nos conduce a discutir con ellos, casi constantemente, la utilidad de introducir psicotrópicos de tipo antipsicótico con el añadido eventual de reguladores del humor.
Pero hace falta largos meses para llegar a esto y también un cierto número de medidas sociales y de justicia: formación, reinserción profesional, invalidez, estatuto de adulto discapacitado, protección de bienes. La duración total del tratamiento en nuestra institución, contando a menudo el paso por alguno de sus sectores (centro residencial, departamentos, terapia y centro de día), asciende en general, para llegar a una estabilización duradera y a un realojamiento satisfactorio, entre 4 y 6 años en promedio. Es el tiempo necesario para restaurar un nuevo lazo social. Es a este precio que puede moderarse, por añadidura, el síntoma social que es la adicción.