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Five axioms applied to the clinic of drug addictions
Darío Galante (Buenos Aires, Argentina)
Analista Practicante de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL). Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Co-director del TyA Argentina.
Resumen: El trabajo se propone revisar cinco axiomas que Jacques-Alain Miller postula para la clínica psicoanalítica de nuestra época actual y su aplicación a la clínica de las toxicomanías.
Palabras clave: psicoanálisis, toxicomanías, hipermodernidad.
Abstract: This paper deals with five axioms that were forged by Jacques-Alain Miller to illustrate the actual psychoanalytical clinic and their application to the clinic with drug addictions.
Keywords: psychoanalisis, drug addictions, hypermodernity.
En la clínica actual el psicoanalista suele encontrarse con un sujeto desorientado. Podemos verificar en el campo de la toxicomanías que muchos pedidos de tratamiento no son más que una demanda en la que el discurso capitalista ya operó en su faceta más estragante. Frecuentemente se demandan tratamientos para moderar el consumo para, precisamente, poder seguir consumiendo.
La proliferación de objetos que el mercado ofrece produce la paradoja por la cual se promociona un goce en el que el sujeto queda atrapado en un falso dilema. Al no haber una responsabilidad orientada, surge la ansiedad, confundiendo así una práctica de goce con una elección.
A su vez se impulsa una cura al malestar contemporáneo con los métodos propios que el sistema ofrece como fantasía. Una ficción basada en la idea de que se puede abordar el sufrimiento sin pasar por el síntoma.
Debemos preguntarnos si esto es posible, es decir: ¿se puede abordar el sufrimiento sin pasar por el síntoma? Y debemos contestar que, en principio, sí. Sobre todo si partimos de la idea de que tratar un malestar no es lo mismo que transformarlo en una experiencia en la que un sujeto pueda hacer algo distinto con lo inefable.
En muchas ocasiones el psicoanalista es demandado como un especialista en toxicomanías, erigido como un representante del agente de salud. Ubicado en ese lugar suele demandársele lo mismo que a muchos otros: sentido, devenido en un objeto de uso.
El tóxico y el cuerpo
¿Qué es lo que lleva a un sujeto a querer incorporar una y otra vez un tóxico en el cuerpo? Esta pregunta es clave para entender la problemática de las toxicomanías. Es decir, que el meollo del asunto no pasa tanto por el consumo en sí, que incluso puede ser ocasional, sino por la repetición de esta práctica.
Para responder a esta pregunta, podemos orientarnos con Jacques Lacan cuando en su Seminario XIX plantea la relación desordenada que tiene el Ser hablante con su cuerpo, atribuyéndole al goce la causa de tal perturbación y al lenguaje la función de suplencia que ordena, en cada sujeto de un modo en particular, la intrusión del goce en la repetición corporal.*
Esta referencia se puede entender mejor, sobre todo en lo que atañe a la problemática de las toxicomanías, a partir de lo que plantea Jacques-Alain Miller (Miller, 2003, pág. 272) cuando destaca que lo que Lacan demuestra es que todo goce material es goce Uno, goce del cuerpo propio. Es decir que siempre es el cuerpo propio el que goza. Siguiendo este razonamiento es que podemos sostener que «uno puede drogarse con drogas, pero también con el trabajo, la pereza, la televisión. En otras palabras, esta intuición que se repite sin pensar demasiado descansa en una evidencia: el lugar propio del goce es en todos los casos el cuerpo propio, y así el goce es una dimensión esencial del cuerpo».
Podemos suponer entonces que, originariamente, está el goce del cuerpo, y luego el objeto del goce, siendo las drogas uno de esos objetos posibles.
A partir de Aún (Lacan, 1989), Lacan se dedica a mostrar que el goce es fundamentalmente Uno, poniendo el énfasis en que, primariamente, es el cuerpo propio el que goza, más allá del Otro.
El Ser y el cuerpo
Para el hombre, su falta en ser, como efecto del significante, divide su ser de su cuerpo. Por un lado se es (ser) y por otro se tiene un cuerpo (tener).
Por el hecho de poseer un cuerpo el hombre también tiene síntomas. Se tiene síntomas porque no se es un cuerpo sino porque se tiene un cuerpo. Los imprevistos que suceden en el cuerpo señalan cotidianamente que no se es un cuerpo, sino que se lo tiene.
Estos imprevistos los encontramos, por ejemplo, en un sujeto que en un momento importante de su vida, al dar un discurso, siente ganas de orinar; u otro que siente que se le seca la garganta; y también en un joven que conquista muchas mujeres, pero que cuando encuentra una que sí le interesa, sistemáticamente, tartamudea.
Estos sucesos, como tantos otros –si se los sabe analizar– son acontecimientos discursivos que dejan huellas en el cuerpo, que producen síntomas. Es decir que el sujeto en análisis puede encontrar los acontecimientos que trazan sus síntomas.
El significante tiene efecto de significado y al mismo tiempo afecta a un cuerpo. El acontecimiento funda la huella de afecto, viene a ocupar el lugar del trauma como aquello que mantiene un desequilibrio permanentemente: esto es lo que llamamos acontecimiento traumático. El afecto esencial, entonces, es la marca del lenguaje sobre el cuerpo.
Diferenciamos, entonces, lo que puede ser un acontecimiento que genera angustia –por ejemplo, la observación del coito de los padres– de la marca del lenguaje sobre el cuerpo, aunque un episodio caiga justo en el lugar de lo traumático.
Esta idea –la del lenguaje como traumático– conduce a Lacan a trabajar paulatinamente sobre una idea del sujeto con un complemento corporal. Y ese complemento corporal se va construyendo en la conceptualización del objeto a.
Este objeto marca el exceso de goce que el sujeto padece en el cuerpo por el solo hecho de ser un sujeto del lenguaje. Es un objeto en el que se destacan dos vertientes. Por un lado, en términos lógicos, es un vacío, cuando se lo considera como el objeto de la pulsión, es un vacío en torno al cual gira el sujeto, su consistencia es de lógica pura. El segundo aspecto del objeto es que es una extracción corporal (Miller, 2003). Finalmente, Lacan salva esta dicotomía entre el sujeto y el objeto con el termino parlêtre.
Lo importante en este punto es marcar al síntoma como estructural en el sujeto; su aspecto contingente es lo que le va sucediendo en la vida al sujeto, lo que forma parte de la envoltura formal del síntoma, mientras que su faceta real se organiza a partir de lo que Lacan conceptualiza como no relación sexual: ¡éste es el gran trauma del parlêtre, lo que deja huellas en el cuerpo del sujeto!
Miller (Miller, 2012) señala que, a partir del seminario XX, Lacan va a trabajar el pasaje del sujeto al parlêtre, es un pasaje que tiene como consecuencia el mayor peso que cobra el cuerpo en la dirección de la cura; se pasa de este modo del significante puro (sujeto) al sujeto más el cuerpo (parlêtre).
Es en el seminario XXI, Les non dupes errent, donde Lacan va a destacar que el acontecimiento es el decir de cada uno (Lacan, 1974). Este acontecimiento no se refiere a lo simbólico, en tanto lo que sucede en la historia del sujeto, sino a lo real, a lo que se escribe mas allá del desciframiento.
Que el síntoma sea un acontecimiento de cuerpo destaca entonces que la referencia al síntoma no está en el Otro. El síntoma, desde esta perspectiva, deja de ser un significado que le viene al sujeto del Otro para pasar a ser algo que le sucede en el cuerpo en tanto Uno.
La definición del síntoma como acontecimiento de cuerpo nos permite analizar un rasgo muy presente en la práctica de las toxicomanías, que se presenta como el primer obstáculo a sortear: en dicha práctica se ingiere una substancia en el cuerpo que, en principio, no se significa como síntoma.
Los cinco axiomas
Si algo nos enseñanza la clínica de las toxicomanías es precisamente esto: el goce está en el cuerpo. Entonces el problema que se reedita una y otra vez, cuando la solución encontrada por el sujeto es el tóxico, es cómo pasar, en la transferencia, del Uno al Otro.
Esta suerte de encrucijada que constatamos cotidianamente en nuestros consultorios nos permite pensar en una serie de casos en los que la apertura al discurso del Inconciente se presenta en un horizonte de imposibilidad.
Hay muchas consultas que de algún modo quedan en esa fase en la que no hay un llamado al Otro sino que en verdad a veces solo son tibios intentos de manifestar alguna queja. Este mundo de hoy, el mundo de las adicciones, en el que todo puede convertirse en una adicción, condiciona de un modo muy particular los casos que llegan a la consulta del analista. Como planteaba al comienzo, considero que es fundamental precisar en cada consulta qué es lo que se le demanda al analista y cómo se le demanda.
En su seminario El lugar y el lazo, Miller plantea que «podríamos forjar principios, verdaderos axiomas (en el sentido de “evidencias indiscutidas”) que hoy encontramos en lo que yo llamaba el mundo, nuestro partenaire-mundo» (Miller, 2013, pág.82). Miller propone allí cinco axiomas que pueden darnos una orientación muy precisa de cómo llegan los sujetos hipermodernos a la consulta. Considero que estos desarrollos están especialmente indicados en los que se constata que la consulta al analista se orienta más por conseguir una alivio en el principio del placer que en asumir una responsabilidad en la posición de sujeto (Lacan, 1985, pág. 837), es decir, que son especialmente indicados para aplicarlos al caso de las toxicomanías.
Primer axioma: el deseo manipulado en el sentido de la demanda
El primer axioma consiste en reducir el deseo y falsearlo para convertirlo en demanda, determinando de este modo una oferta acorde a esta manipulación.
Doy un ejemplo de cómo se puede entender este punto. Un sujeto llega a una consulta y, luego de esbozar algo de lo que le sucede, se obtura su decir con enunciados similares a: «lo que a usted le pasa es…», «entonces debería hacer…», «porque lo que usted quiere y no puede es…». Es un procedimiento relativamente sencillo que explica en parte el auge de determinadas psicoterapias que ofrecen tratamientos «fast food»**.
De este modo se construye un deseo con el formato de la demanda. Es decir que si, por ejemplo, el sujeto está excedido de peso, se lo conduce a que quiera adelgazar, dando por sobreentendido que el deseo de un sujeto excedido en peso es adelgazar. Del mismo modo, si consume drogas se supone que, si eso no es bueno para su salud, entonces seguro que su «deseo» es dejar de consumirlas.
Con el psicoanálisis sabemos que no hay nada más engañoso que la demanda, y que no contemplar en la misma cierta obscuridad implícita en todo pedido puede llevar al tratamiento a innumerables callejones sin salida.
Segundo axioma: el derecho al goce.
Este axioma, que implica la inserción del goce en el registro del deseo, toca muy de cerca a quienes trabajamos en el campo de las toxicomanías. Es muy notable el modo en que se muestra, por ejemplo con el consumo de marihuana y todo el fenómeno asociado a la cultura cannábica. Las publicaciones, los foros, las marchas por la despenalización del consumo de marihuana apuntan a esta reivindicación del goce.
Si ponemos el acento en ese individuo contemporáneo cansado, atormentado por la inseguridad en sus múltiples formas, agobiado por la falta de certidumbres, y que llega a la noche a su casa y se enchufa al televisor a mirar lo que se le ofrece, es posible entender mejor por qué se reivindica el derecho al goce.
En este punto es importante destacar la relación existente entre el encierro en el que un individuo puede caer y el encuentro con un goce envasado y de rápido acceso. Es ingenuo pensar que lo va a dejar así como así porque eso le haría mal a su salud: es fundamentalmente desconocer el principio pulsional que rige la conducta del ser hablante. Se reivindica entonces el derecho a gozar del cuerpo, acentuado en muchas ocasiones por la escasez de goce, por la falta de satisfacción en lo cotidiano.
Tercer axioma: la palabra concebida como instrumento de bienestar
Dice Miller que esto sustrae a la palabra de su función de verdad para convertirla en una función de equilibrio psíquico, un medio de homeostasis. Este sería un principio catártico basado en la idea de que hablar hace bien, lo que en parte es cierto.
Nuestra clínica nos muestra el limite de esta idea; lo constatamos, por ejemplo, en los casos de alcoholismo. El alcohólico suele hablar, y mucho. Sin embargo, es el mejor ejemplo de que hablar no es decir, y que se puede hablar mucho para no decir nada. Se puede registrar en este punto esos casos que suelen encontrarse en los centros públicos de atención, en los que los individuos «consumen» su tiempo de atención, y, cuando se termina dicho plazo, van en busca de otro espacio en el que puedan «hablar de lo que me pasa».
Es importante destacar en este punto que los individuos no van al terapeuta necesariamente a efectuar un cambio en sus vidas: muchas veces van a justificar su modo de vida y sus miserias. Es primordial asimismo ubicar la repetición y la justificación asociada en algunos sujetos de por qué se drogan. En muchas ocasiones, cuando el analista insiste con el síntoma, constata una intensificación de la resistencia.
Por lo tanto, en este axioma se destaca especialmente el goce de lalangue.
Cuarto axioma: el sentido es invitado a jugar contra lo real
Dice Miller que esta es la causa por la cual actualmente se puede llegar a sostener que lo real no existe. En una epistemología en la que todo puede ser relativizado, es lo mismo ser una cosa que otra, tomar una decisión o dejar que las cosas pasen, etc. Consecuentemente, el riesgo más próximo es que un individuo puede «jugar» a «analizar» sus consumos para, precisamente, seguir consumiendo. Es decir que puede hablar, por ejemplo, una y otra vez durante años sobre su adicción a determinada sustancia para, precisamente, justificar su consumo.
En este punto le corresponde el analista forzar la idea de que hay un real, y que ese real afecta al cuerpo, debido a que la metonimia al servicio del goce es cómplice de la situación que se denuncia.
Quinto axioma: no juzguéis
En la hipermodernidad se denuncia la inexistencia de un fundamento real para juzgar al otro. Esta falta de fundamento está basada en un cambio en el rol de la autoridad.
El psicoanálisis inventado por Freud forjó sus principios y su terapéutica a partir de un exhaustivo análisis de la sociedad disciplinar, en la que el mundo estaba condicionado por el nombre del padre, cuya principal función era establecer la prohibición. En cambio, actualmente atravesamos una etapa de consensos que, si bien tienen, por supuesto, su lado positivo –porque se le da voz a cada sujeto en particular-, en un punto se torna desconcertante.
En muchos casos esa pluralidad esconde una dificultad para establecer un juicio. Se nota el problema que eso trae aparejado cuando se constituyen los colectivos humanos en los hay que llegar a un acuerdo entre las partes interesadas. A veces se suceden escenas tragicómicas. Desde lo más importante hasta lo menos importante debe ser consensuado; en algunos casos hay grupos que ¡se autodisuelven tratando de poner un horario de reunión!
Este principio –no juzgar– puede inhibir de preguntar lo que sí se tiene que preguntar. Habría que diferenciar en este punto lo que sería juzgar determinada situación, de hacer una valoración moral. Por ejemplo, se puede tomar una posición determinada sobre las consecuencias que tiene para un sujeto el consumo de una sustancia en el lazo social. No hay que confundir entonces las consecuencias éticas de una determinada posición subjetiva de lo que puede ser su valoración social y la serie de prejuicios asociados a lo que según las épocas adquiere un sentido determinado.
Es decir que el tratamiento de las toxicomanías implica, además del análisis de cada situación en particular, la toma de decisiones concomitante a ese análisis. Sobre todo en el punto en el que nos encontramos. Ya no es tan frecuente encontrar a aquel sujeto traumatizado por su falta en relación al Ideal, sino a un individuo desorientado, confundido por sus practicas de goce (Forbes, 2015).
La consulta en las que se presenta un sujeto afirmado en su ser de goce cuestiona los estándares de cualquier práctica. Estos cinco axiomas, muy presentes en la clínica de las toxicomanías, son obstáculos a considerar sobretodo en los inicios del tratamiento, debido que en algunos casos impiden llegar a un punto en el que el caso pueda comenzar a considerarse como tal. Lo que es indicativo, de algún modo, de estas nuevas presentaciones del malestar contemporáneo.
En este nuevo (des)orden simbólico que se plantea en el siglo XXI, la practica de las toxicomanías interpela al psicoanalista: ¿estará a la altura de las circunstancias o se refugiará en viejas recetas? Con Lacan aprendimos que nuestra clínica siempre debe preservar la dimensión de la sorpresa…
NOTAS
* «[…] el lenguaje funciona originariamente como suplencia del goce sexual. De ese modo ordena la intrusión del goce en la repetición corporal» (Lacan, 2012, pág. 41).
** Llamo de este modo a determinadas ofertas terapéuticas que se promocionan acentuando los logros rápidos que supuestamente conseguirían al no requerir por parte del paciente que se comprometiera con el tratamiento. Es decir, ofrecen un producto –el terapeuta–, que se «digiere» con facilidad.