Entrevista

Entrevista

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Natália Andreini (Córdoba, Argentina)
Analista Practicante de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL). Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Responsable por TyA Córdoba.
  1. ¿Cómo entiende usted la fijación de un sujeto al objeto droga?
  • «Cuando fumo marihuana, el mundo se acomoda para mí, entiendo el universo, es difícil de explicar».
  • «Puedo reírme de todo y, así, olvidarme de los problemas».
  • «Lo hago antes de entrar a la escuela para relajarme».
  • «Todo cambia de color… es más intenso».
  • «Cuando empiezo con la cocaína, no puedo para».

Elijo empezar con frases dichas por sujetos que consumen para poner en primer lugar la palabra de quienes nos consultan, y, también, para subrayar la satisfacción que conlleva. Está en juego una satisfacción, desde allí arrancamos. Es así como avenimos a la vida, arrancamos con una satisfacción y nos fijamos a ella. Eso se inscribe como una marca que sella nuestra singularidad. Para Freud, esa marca, devenida fijación, fue una piedra en el camino que llevaba a interrumpir el trayecto analítico.

Jacques Lacan, por su parte, se sirve del descubrimiento freudiano, pero cambia su ubicación en el mapa epistémico, ya que, a partir de la orientación por lo real, la fijación se encuentra desde el comienzo y traza un camino que se orienta a producir un saber hacer con eso que es una marca, un hecho de la experiencia corporal, un modo de satisfacción, de goce.

Empezar por el goce modifica sustancialmente la lectura de lo epistémico y la orientación de la cura en los tratamientos. Ahora bien, que la fijación sea al objeto droga, tal como lo plantea la pregunta, requiere de algunas precisiones más. El goce, en parte, se localiza en objetos que Lacan llama con una letra: «a», objeto «petit a». Estos tienen una dimensión subjetiva, y su denominación no dice mucho en términos de lenguaje, ni de sentido, porque, más bien, se encarnan en los relieves del cuerpo.

A medida que crecemos, dichos objetos van encontrando subrogados en otros que son de fabricación humana. Un ejemplo es el chupete, que reemplaza a la succión del pecho de la madre; con éste inauguramos un sinfín de objetos que pueden ir a ese lugar localizado de goce. El objeto petit «a» no se define en sí mismo, sino a partir de la función que cumpla. Ya sea como causa de goce, como plus de gozar, como resto u objeto de amor.

Aquellos otros producidos por la fabricación humana pueden ofrecer satisfacciones sustitutivas, o ir al lugar de una prótesis para el sujeto, y, así, compensar funciones que no están, o, también, ofertar «un más» de satisfacción y producir el borramiento de las regulaciones que están al servicio de producir un equilibrio para cada sujeto. En este último grupo ubicamos al objeto droga. Este objeto oferta una adhesión que lanza a un goce infinito. Se trata de una elección forzada, en tanto que detrás del velo que la cubre se encuentra el imperativo a gozar bajo el cual se aliena el sujeto con esta adhesión. Cuando la relación con el objeto droga interpela las ficciones que el sujeto se dio para relacionarse con los otros y darse un lugar en el mundo, deviene en una fijación difícil y peligrosa de conmover.

  1. ¿Cuál es para usted la especificidad de la toxicomanía en relación con la generalización actual de las así denominadas adicciones?

Notarán que decimos generalización, no universalización. Esto es así porque, en el último trayecto de su enseñanza, Lacan no apela a lo universal, no busca llevar las cosas al nivel de la verdad, sino al terreno del goce y su tratamiento. «Las Adicciones» se han generalizado y han dejado a las denominadas «toxicomanías» para un uso restringido.

Las adicciones, en plural, los sujetos las definen como algo que no pueden dejar de hacer, como algo de lo que no logran des-adherirse o soltar. Para nombrar esa particular relación que se entabla, elijo un neologismo utilizado por un sujeto que me consulta: él se dice «adiccionado» cuando se encuentra enredado en un hacer, y enciende un fanatismo tal que lo lleva a desinteresarse por todo lo demás. Aquello que estaba en los márgenes –encarnado por los adictos a las drogas– se movió hacia el centro y fue tomado por el mercado. Ahora –con algunos retoques cosméticos– todos tenemos derechos y hasta obligaciones de «adiccionarnos» a uno o varios objetos devenidos, así, mercancías. También entran en esta serie actividades que se pueden desempeñar como hobbys, deportes, el trabajo, los viajes, etc.

Con el psicoanálisis sabemos que los sujetos habitamos el lenguaje y somos habitados por él. La lengua que hablamos se modifica, sufre cambios. Así, la denominación «adicciones», en el uso generalizado que hoy tiene, es el efecto de la inyección de esta palabra en el lenguaje que usamos, lo cual no es sin incidencias en la economía del goce. Ahora, nos preguntamos: ¿cuál sería dicha incidencia? ¿Acaso el uso generalizado de esta expresión es un intento de hacer con este fenómeno de goce, o sólo nombra una alienación? Para pensar esta alienación hoy, es necesario hacerla consonar con la mercantilización, ya que el capitalismo salvaje ofrece mercancías como un arsenal de medios para alcanzar la satisfacción, incidiendo en los modos de goce, en tanto oferta satisfacciones que no alcanzan a erradicar la falta de goce, sino, por el contrario, intensifican su frenesí. El desenfreno del goce avanza a la par de la degradación del sujeto como tal. El movimiento de generalización de las adicciones ha dejado el uso de la expresión «toxicomanía» al campo restringido del consumo de sustancias tóxicas.

Respecto de la «toxicomanía», se escuchan reacciones que van a favor de coaccionar esta satisfacción, con excusas que dicen ir a favor de la vida. El de las toxicomanías es un campo del que todos quieren excluirse y sólo se encuentran dentro como por sorpresa. Se escucha: «A mí no me va a pasar»; también: «Mi hijo está exento de eso»; o: «puedo dejar cuando quiera». Son frases que nos muestran que se trata de un imperativo difícil de subjetivar. Sólo se lo reconoce cuando se desencadenó, cuando ya es un hecho frente a nuestros ojos.

Lo siniestro –tal como lo describe Freud–, lo más propio, que es vivido como viniendo de afuera en tanto en un fuera de tiempo y lugar, va quedando como propio, y, en ocasiones, como privativo de las toxicomanías. Esto dificulta la posibilidad de reconocernos en esta verdad con la que vivimos hoy. Este privilegio depositado en el campo de las toxicomanías resuena en lecturas que se refieren a los fenómenos que irrumpen en el ámbito de lo público. Y que, por lo general son leídos y «explicados» por el consumo de sustancias. Funciona para soslayar, o cerrar, cualquier herida abierta producida por algún hecho que denuncia lo peor. Que pone en evidencia lo peor de cada quien, frente a lo cual «no queremos saber nada».

Podríamos decir que el uso de aquello que nombra a la «toxicomanía» y su campo ha quedado restringido para acarrear con lo peor. En cambio, las denominadas «adicciones» cuentan con la anuencia de la mayoría, y hasta con cierto glamur. Para ir concluyendo, diría que el mercado ha tocado a la puerta de un punto sensible de nuestra subjetividad, en esa marca estampada en el cuerpo que conmemora e inaugura, cada vez, nuestra relación con la satisfacción. Esa que nos hace singular y, paradójicamente, en donde más nos cuesta reconocernos. Esa relación nos vincula con un modo de vivir que se reitera cada vez. En ese sentido, todos somos adictos a esa marca fundamental. Desde aquella mítica, primera experiencia de satisfacción, se patentiza el carácter adictivo que se pone en juego en la relación con el goce. El ejemplo princeps es la relación con el chupete y aquello que nunca deja de estar en tanto modo de satisfacción: puede mudarse de objeto, pero la marca no cesa de incidir.

El mercado toca a esa puerta, ofertando colmar la satisfacción, comandarla con un sinfín de mercancías, con lo que, en realidad, lanza al infinito de la satisfacción frenética que antes mencioné, dislocando al sujeto portador de esa marca. El psicoanálisis invita a los sujetos a andar el camino de esa satisfacción. Un trayecto que requiere de un sujeto decidido a caminar en dirección a reconocerse en esa ralladura que lo marcó y hoy lo hace vivir. Camino, el del psicoanálisis, que devendrá en un «saber hacer» con lo más singular que nos habita, lo que nos mantiene fijados a la vida con otros. Proceso que esta operación, lejos de lanzarnos a un infinito, deja siempre un resto como saldo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
FREUD, S. “Análisis terminable e interminable”, en Obras Completas, Tomo XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1975.
FREUD, S. “Lo ominoso”, en Obras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 1975.
LACAN, J. “El seminario, Libro 10. La angustia”, Buenos Aires, Paidós, 2008.
MILLER, J.-A. “El ser y el uno”, inédito.
Natália Andreini

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