La especificidad de la toxicomanía

La especificidad de la toxicomanía

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The specificity of drug addiction

 Maria Wilma S. de Faria (Belo Horizonte, Brasil)
Analista Practicante de la Escola Brasileira de Psicanálise (EBP), Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Responsable por TyA en Brasil.

Resumen: El texto procura localizar qué es lo específico de la toxicomanía, diferenciándola de la adicción. Promueve una reflexión sobre el uso de la sustancia en el cuerpo, y cómo el cuerpo en su vertiente de resto está presente en la toxicomanía, de un modo diferente que en las adicciones.
Palabras clave: objeto droga, cuerpo, goce
Abstract: This paper aims to identify what is specific in drug addiction, differently from addictions. It promotes a reflection about the use of substances in the body, and how the body as a rest is present in drug addiction, differently from addictions.
Keywords: drug as an object, body, jouissance

El objeto droga

La invitación propuesta por Mauricio Tarrab* para avanzar en la especificidad de la toxicomanía nos incitó a ponernos a trabajar. Desde que nos dedicamos a la investigación en el campo de la toxicomanía, el psicoanálisis de orientación lacaniana nos enseñó a no detenernos en el objeto droga, sino en la singular relación que un sujeto establece con la misma –su forma de enlace–, y también a procurar localizar la función que la droga ocupa en la economía psíquica de cada sujeto. Sin embargo, una cuestión que nos persigue: el uso incesante, masivo, repetitivo de una sustancia en el cuerpo, la adherencia pulsional de un sujeto a una determinada droga, ¿podría ser colocada en el mismo nivel que una relación intensa de un sujeto a uno de los gadgets de nuestra cultura, como los objetos electrónicos, celulares, internet, entre otros? Un poco de cautela es necesaria al considerar en el mismo nivel la relación con objetos tan diferentes. Si no, veamos: el objeto droga, sustancia introducida en el cuerpo, sea por vía oral, nasal, inyectable, causa efectos químicos en el cuerpo, alterando la percepción, la consciencia, provocando sensaciones nuevas, llevando a veces hasta el colapso de ese cuerpo. Hay un real en juego en la relación que el toxicómano establece con la sustancia, real que muchas veces coloca a la muerte en el horizonte y como límite, lo que no se puede omitir. En la práctica clínica, especialmente en instituciones especializadas, nos encontramos con urgencias de gravedad, cuadros de intoxicación y/o de abstinencia, donde una intervención en lo real del cuerpo se vuelve también necesaria por parte de los médicos y clínicos, para que el sujeto no sucumba. El uso del crack muestra a la clínica contemporánea cuestiones donde la dimensión autística del goce lanza al sujeto a una relación circular en el límite entre la vida y la muerte. El cuerpo, en tanto desecho reducido a la dimensión de resto, nunca se colocó tan en foco como en la actualidad. Testimoniamos cada vez más un cuerpo que se presenta abandonado, donde el sujeto ha salido mucho de la escena. Al principio no hay subjetivación posible frente a ese real atravesando el cuerpo. Esa parece ser una especificidad que nos autoriza a no abandonar el significante toxicomanía. Muchas veces, el cuerpo precisa ser tratado, cuidado, hidratado, «ganar cuerpo», como los toxicómanos dicen, para que alguna dimensión de la palabra pueda aparecer. Recursos institucionales –como camas para desintoxicación o reposo, medicación, alojamiento diurno y nocturno, talleres, etc.– son estrategias clínicas que posibilitan una interposición, una distancia mínima entre el sujeto, la droga y la escena de uso, tornándose necesarias para promover una escansión temporal. En la urgencia, en la crisis, en los pasajes al acto, las palabras faltan, el silencio impera. Un intervalo se torna imprescindible para que algún contorno a este real acontezca y un esbozo de la palabra advenga. En este intervalo, si hay un encuentro con alguien capaz de alojar esos pedazos de real, dispuesto a una escucha, estando presente con su cuerpo, su deseo, ahí sí una diferencia se puede dar. El fragmento del caso que sigue ilustra esa relación con la sustancia:

«Mi nombre es crack». Esa forma bizarra de presentación me llamo la atención cuando M vino a la consulta a un servicio de salud mental. En la toxicomanía no es sólo el sujeto quien define su existencia por su condición de satisfacción, reducido a un objeto, sino, como apunta Bassols, «para ser un sujeto representado por el Otro del campo social hay que convertirse primero en un producto» (Bassols, 2011, p. 17). Ya no estamos frente a aquella antigua forma de representación: «¡Yo soy toxicómano!». M es crack, M es el producto que consume, el retrato del consumidor consumido. La clínica nos ha mostrado que hay un elemento de toxicidad inherente a las sustancias, presente en la fijación del sujeto con la droga que es incorporada. Una invitación a una invención se vuelve necesaria para regular el goce en esta degradación del cuerpo.

Otros objetos

Tenemos, por otro lado, otros objetos de la cultura, también objetos de goce, que no son sustancias accionando en el cuerpo, y, podríamos decir, son de uso externo. Estos otros objetos funcionarían como un apéndice, un accesorio, una prótesis, difiriendo de algo que es incorporado. No hay una acción necesariamente directa que haga un cortocircuito en el interior del cuerpo, causando su entorpecimiento y borradura. Ésta, posiblemente, es la gran diferencia. El uso del término adicciones, en su amplia gama y espectro, con relación a los objetos de consumo denota y concierne a las innumerables patologías del acto, como el juego, la comida, internet, así como también otras prácticas adictivas y sus compulsiones. Miller nos enseñó que vivimos en una época regida sobre la primacía de los objetos y toda suerte de excesos, donde se cruzan el discurso de la ciencia y el discurso del capitalismo. En la lógica capitalista hay un culto al consumo desregulado, los vínculos a los objetos son fugaces, fluidos y totalmente intercambiables. Hay un imperativo de ser feliz, a pesar de la creencia de que la felicidad puede ser encontrada a través de los objetos que se tiene. El acto de consumir se tornó en el orden del día. Así, el campo libidinal en su vertiente de goce también puede estar presente en las adicciones. Tenemos, en el consumo, diferentes maneras de adicciones de los sujetos a los productos ofrecidos por la cultura que también dejan a cada uno solo con su goce, intentando aliviar el malestar de vivir. Objetos de demanda que entran como pura exigencia de repetición, haciendo de la cultura un campo fértil para la intoxicación generalizada. Pero aquí, a pesar de ser frágiles, las relaciones aún se mantienen preservadas, hay algún lazo con el Otro. La repetición estaría, entonces, más próxima a las adicciones, mientras que la fijeza, más próxima a las toxicomanías.

Revisando conceptos

Retomando a Bernard Lecouer:

«El vino es un socio silencioso y conciliador, que guarda la promesa de un goce solicitado. […] La satisfacción tóxica es un goce fabricado, monótono, sin postergación; es eso que podría haber sido un goce del sí mismo. Se trata para el sujeto de ser, no importa lo que acontezca, siempre lo mismo para el Otro» (Lecoeur, 1992, p. 26).

La clínica nos enseña que hay toxicómanos que establecen una relación de fidelidad y exclusividad con una droga. No alienta a ofertarles otra sustancia, ya que en su elección buscan siempre la misma. Continúa el autor:

«La fianza del bebedor con la ingesta es tal, que cada trago representa también una palabra, una palabra reducida a su expresión más simple y más saturada: el chasquido de los dientes, el tragar de una deglución. Beber de un solo trago, el trago de una palabra. Eso sustenta una práctica de la pulsión comandada por la búsqueda de una satisfacción que las escorias de un cuerpo de goce no. Una consecuencia importante se deduce de ese proceso: el ser, o sea, esa reunión del sujeto y del cuerpo, reunión a la cual el bebedor se dedica, transformándose en un término, que no se puede calcular, por lo menos de un modo finito» (Lecoeur, 1992, p. 26).

Podemos decir, entonces, que el goce buscado, en su vertiente de plus de gozar, es siempre lo mismo. Hay otros sujetos toxicómanos, sin embargo, que toman y usan cualquier cosa que les cae en sus manos, en un aparente desplazamiento metonímico. Sin embargo, este aparente desplazamiento tampoco deja de remitir a la droga que no deja de ser la misma. «La serie de vasos no se cierra en una adicción. No se escapa, sin embargo, al registro de lo contable y del número. Sólo cuenta el vaso que falta […]» (ibidem, p. 27). Así, el vaso, la piedra, la línea de polvo que representa lo que falta, viene a promover, de alguna manera, un tratamiento, o, podríamos decir, serían recursos utilizados por un sujeto que esquiva y/o rompe la relación con la falta, el falo y el Otro. De ahí la exigencia de mantener un goce total en el cuerpo y también fuera de él, de forma dialectizable.

A su vez, sobre la perspectiva de lo contable, podemos ver con Miller (Miller, 2011) que en la repetición de un Uno hay una «irrupción de goce inolvidable» y en ese ciclo de repeticiones a las cuales el sujeto queda ligado no hay una adicción de nada.

«Llamamos a eso adicción a fin de cualificar esa repetición de goce. La llamamos así, precisamente, porque eso no es una adición, ya que las experiencias no se adicionan. Esa repetición de goce se hace fuera de sentido. […] El goce repetitivo que se dice de la adicción sólo tiene relación con el significante Uno, con un S1. Eso quiere decir que no tiene relación con un S2 que representa el saber. Ese goce repetitivo esta fuera del saber, no pasa por el autogoce del cuerpo por la parcialidad del S1 sin el S2» (Miller, 2011).

Aprendemos con Lacan, a partir del Seminario 20, que el cuerpo está hecho para gozar y que «el goce es aquello que no sirve para nada» (Lacan, 1985, p. 11). «Hay en el parlêtre al mismo tiempo goce del cuerpo y también goce que se deporta fuera del cuerpo, goce de la palabra que Lacan identifica, con audacia y con lógica, con el goce fálico en tanto que este es disarmónico con el cuerpo. El cuerpo hablante goza, pues, en dos registros: por una parte, goza de sí mismo, se afecta de goce, se goza; por otra parte, un órgano de este cuerpo se distingue por gozar por sí mismo, condensa y aísla un goce aparte que se reparte entre los objetos a» (Miller, 2015, p. 29-30). Cuando hablamos de los toxicómanos, por lo menos los neuróticos, nos encontramos con sujetos enmudecidos, sujetos que con la droga hacen un cortocircuito, contorneando la castración y evitando lidiar con todos los embarazos que la función fálica promueve. De ahí la pertinencia de la definición clásica de Lacan, cuando nomina la droga como aquello que permite al sujeto romper el casamiento con el falo. En la tentativa de hacer uno con la droga, el toxicómano se aleja del Otro, se mantiene solo, ubicado en ese plus de gozar, refractario al otro sexo, al otro del significante, al Otro del deseo. El toxicómano se torna un paradigma de nuestra época y como cuerpo hablante se entrega al goce autoerótico.

Para no concluir

Retomando las cuestiones iniciales, parece importante preservar el significante toxicomanía para designar esta relación que el sujeto establece con un objeto droga, donde el cuerpo está colocado como lugar de goce. Apostar al significante toxicomanía nos direcciona a la escucha del parlêtre, haciendo valer la orientación lacaniana de un sujeto siempre responsable por su modo de goce y de estar en la vida. Si en la época que vivimos hay un declive de los ideales y de la autoridad, y ocurre una multiplicación de S1, la adicción a los objetos de consumo deberá ser pensada, en cada caso, cuando ésta se torna o no una toxicomanía. «Hacer pasar el goce al inconsciente, es decir a la contabilidad, es en efecto un retomado desplazamiento» (Lacan, 1970, p. 418).

Traducción del portugués: Estefanía Elizalde

NOTAS

* En ocasión del cierre del II Coloquio Internacional TyA realizado en San Pablo en septiembre de 2015.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BASSOLS, M. “Adicciones: un dormir sin sueño”, en: Pharmakon 12. Publicación de grupos e instituciones de toxicomanía y alcoholismo del campo freudiano, Buenos Aires, Grama, 2011.
LACAN, J. “Radiofonía”, en Otros escritos, Rio de Janeiro, Jorge Zahar, 1970.
LACAN, J. “El Seminario, libro 20: Aun”, Rio de Janeiro, Jorge Zahar, 1985.
LECOEUR, B. “Clínica de un casamiento feliz. Elementos para una clínica psicoanalítica del alcohólico”, en Un hombre borracho: Estudios psicoanalíticos sobre toxicomanía y alcoholismo, Belo Horizonte, Centro Minero de Toxicomanía-FHEMIG, 1992, p. 20-29.
MILLER, J.-A. “El inconsciente y el cuerpo hablante”, en Scilicet – El cuerpo hablante. Sobre el inconsciente en el siglo XXI, San Pablo, Escuela Brasilera de Psicoanálisis, 2015, p. 19-32.
MILLER, J.-A. “Curso de orientación lacaniana III, 13: El ser y el Uno”, Inédito. Clase del 23 de marzo de 2011.
Maria Wilma Faria

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