La felicidad del surfista

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The surfer happiness

Jorge Castillo[1] (Córdoba, Argentina)

Resumen: El articulo trata sobre las diferencias clínicas entre las formas clásicas de la toxicomanía ligadas a las drogas y las nuevas adicciones ligadas a objetos tecnológicos o a intervenciones no químicas de cuerpo. Se señala respecto de estas últimas a la errancia como característica del extravío del sentido, fragmentación corporal, deslocalización del sujeto. Se ubica la referencia en el seminario XXI y la oposición entre errancia e iteración. La doble vertiente del Uno y la acción del analista en este sentido.
Palabras claves: nuevas adicciones, errancia, cuerpo, iteración, uno, acción del analista
Abstract: The article deals with the clinical differences between classical drug abuse and the new adictions to technological objets or non chemical body interventions. It notes, about these, wandering as characteristic of miscarriage of sense, body fragmentation and displaced subject. The reference is the XXI Seminar and the opposition between wandering and iteration. The double aspect of the One and the analyst action in this sense.
Keywords: new adictions, wandering, body, iteration, one, analyst action

El TyA es una red internacional y también un programa de investigación que lleva más de veinte años. En estos veinte años hemos cambiado: analistas y pacientes. Hace unos años, por ejemplo, muchos analistas preferían no atender adictos. Podían tomar ese lujo de comodidad. ¿Hoy eso sigue siendo así? ¿Es posible una práctica del psicoanálisis que excluya a los adictos? En todo caso, en aquellos años, ese “preferiría no hacerlo” de los analistas sobre atender adictos estaba en apariencia justificado. El toxicómano en tanto estereotipo es un paciente de riesgo, para sí, para terceros y para quien se haga cargo de su tratamiento. Improbables sujetos; muchas veces judicializados o institucionalizados, excluidos o autoexcluidos del sistema, delincuentes, suicidas. Sujetos que se niegan a hablar, a dar sentido a sus actos. Que ponen a prueba el método analítico tal como clásicamente lo hemos concebido. Nada de esto ha cambiado. Ese hueso, esa piedra, no ha desaparecido, sigue allí. Crece como crece una cordillera y su manifestación más evidente y sangrienta en lo social es el fenómeno del narcotráfico.

He usado de manera indistinta los términos adicto y toxicómano. Sin embargo, nos preguntamos hoy si son lo mismo. Es una pregunta que surge de la clínica ya que algo de esto se nos presenta como nuevo: las más diversas prácticas que se vuelven adictivas y que no tienen al objeto químico de por medio.

Los cyberadictos y sus infinitos subconjuntos, los nuevos ludópatas – que no se juegan la vida en la ruleta rusa sino que se hipnotizan con el tragamonedas – los adictos a los piercing, a los tatuajes, a las cirugías. Los adictos al sexo, a la pornografía. Workaholics, shopaholics. Adictos a las farmacias, a las novedades tecnológicas. Son una pléyade, una vía láctea, una marea. Aquí, los analistas nos sentimos más tranquilos. Aunque sea de manera ficticia, los nuevos adictos resultan más inofensivos. Podemos leer en el diario que una persona murió después de jugar a la computadora durante dos o tres días pero sin dudas son fenómenos marginales, extraordinarios y por eso son noticia. Aun cuando presenten rasgos similares, las nuevas adicciones se muestran menos en su costado tanático y a-social que en el costado que llamaré, apoyándome en Lacan, de errancia: extravío del sentido, fragmentación corporal, deslocalización del sujeto.

En definitiva, formular la pregunta por la función de la droga es lo que sigue orientando la clínica del TyA en la vía propuesta por Freud, de pensar a las adicciones como intento de solución.

Decía que me apoyo en Lacan para hablar de la errancia, quiero citarlo entonces, en la primera clase de su Seminario XXI, “Los no incautos yerran” (Les non dupes errent).

“Errer resulta de la convergencia de erreur [error] con algo que no tiene estrictamente nada que ver, y que está emparentado con ese erre del que recién les hablé, que es estrictamente la relación con el verbo iterare. ¡Y encima iterare! Porque si no fuera más que eso, no sería nada: está allí únicamente por iter, que quiere decir viaje. Es precisamente por eso que “caballero errante” es simplemente: “caballero itinerante”. Sólo que, sin embargo, errer viene de iterare, que nada tiene que ver con un viaje, pues iterare quiere decir repetir, de iterum (¡re!). Sin embargo, no nos servimos de ese iterare sino para lo que no quiere decir, o sea, itinerare, como lo demuestran los desarrollos dados al verbo errer en el sentido de errance [vagabundeo, errancia], es decir, haciendo del caballero errante un caballero itinerante.”

Lacan nos presenta una idea de la vida que es la que se tiene comúnmente, como si fuera un viaje. Un viaje que se inicia con el nacimiento y termina con la muerte. Esta es la idea que hace del hombre un viator. Un viajero, un peregrino que atraviesa este mundo en el que cada momento es distinto al otro. Un mundo en el que, como lo anunciaba Heráclito, no podemos bajar dos veces al mismo río ya que cuando lo intentamos, el río cambió y nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Como planetas vagamos por tierras en las que cada paisaje es nuevo, extraño, desconocido. Un mundo que no es más que el cuerpo propio, en tanto que el hombre corporeifica el mundo. En este punto Lacan señala la confluencia de la errancia con el error. Como Don Quijote, erramos sin dar nunca en el blanco. Es más, erramos para no dar en el blanco. Sin embargo, el soltero/la soltera que no se casa con ninguna mujer, que no es incauto de sus semblantes, que no se deja entrampar jamás termina encontrándose con el deseo en sus pesadillas.

La perspectiva del psicoanálisis es otra. Ya desde Freud, con su invento de la asociación libre, invitamos al analizante a dejarse llevar por sus pensamientos poniéndolos en palabras porque sabemos que siempre encontraremos allí un elemento constante, inmutable, insistente, inevitable. Dé las vueltas que dé, una soga no puede salirse de una argolla de acero. El itinerario se opone aquí a la iteración y en eso la etimología nos ilustra sobre la clínica pues ese es el mismo movimiento en el que la repetición pide lo nuevo para olvidar eso que permanece siempre idéntico. ¿Qué es eso? ¿Qué es lo que se itera? ¿Qué es lo que se intenta olvidar de manera apasionadamente defensiva? Es algo del orden del agujero en el cuerpo y de su borde, del conjunto vacío, de la marca que no es más que rayón en el disco. Lo disarmónico que interrumpe la canción en cada salto de púa. La chifladura sin sentido del Uno, que en el seminario XIX Lacan llamará “el campo de lo uniano” para diferenciarlo del rasgo unario. Como Jano, el dios de las puertas, el Uno tiene dos caras: una que mira al agujero y otra que mira al sentido.

La acción del analista pone en juego su propio cuerpo que en tanto objeto a es capaz de introducir una pausa allí donde los gadgets del mercado piden más y más. Hace ingresar al Uno en su calidad de bífido, separando sentido de agujero. Es esta una acción pacificadora que puede, podría detener la errancia del sujeto volviéndolo incauto de su propio real.

El discurso analítico – aún en la muy última enseñanza – produce S1 pero separándolos del S2 que ya no es más sentido esclavo sino “saber hacer”.

Conmocionar la defensa, produce una vacilación del sentido ominoso que genera la iteración pero también se ofrece como un pequeño saldo de saber. Una solución que pierde en significación y gana en satisfacción experimentada en el cuerpo como vivo y se nos presenta como una forma de relación diferente con el agujero que no implica necesariamente el surgimiento de un sentido nuevo. Entiendo que estamos allí en la vía del sínthoma. No más ambicioso que esa pequeña burbuja de vacío que inyecta la letra muda h.


[1] Miembro EOL y AMP. TyA (Córdoba, Argentina)
Jorge Castillo

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