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Drug addictions applied to psychosis
Leonardo Scofield (Florianópolis, Brasil)
Psicoanalista, Miembro de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis (EBP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Psychoanalyst. Member of EBP and WAP.
Resumen: Este artículo aborda posibles efectos terapéuticos de las toxicomanías aplicados a desórdenes acontecidos en casos de psicosis. La lectura de tres recortes clínicos nos ayuda a localizar los modos singulares que cada ser hablante construyó con la droga para reordenar o evitar el desorden en la juntura más íntima de su sentimiento de vida. Bajo transferencia se puede tener la orientación de lo que cada uno inventa para nombrar algo del goce que incluya su exceso.
Palabras clave: toxicomanía, psicosis, goce, droga
Abstract: This paper approaches the possible therapeutic effects of drug addiction to stabilize and avoid seizures in some cases of psychosis. The singular relation with the drug shown in three different clinical snapshots helps us to locate how each parlêtre shapes his relation with the drug to avoid the seizure of the most intimate life feeling, or to rebuild the pieces of a shattered self. Transference enables to name a jouissance including its excess and can be used as a guideline to deal with each case.
Keywords: drug addiction, psychosis, jouissance, drug
Constatamos en nuestras prácticas profesionales una gran incidencia de toxicómanos cuya estructura clínica se revela psicótica. Algunos abordajes tienden a leer este hecho como una comorbilidad y proponen como tratamiento la abstinencia de la droga. El psicoanálisis lacaniano no comparte esta orientación. A partir de esta evidencia clínica –que hay una relación entre las toxicomanías y las psicosis– se nos permite suponer que hay una tentativa para el ser hablante de tratar sus sufrimientos psicóticos a través del uso de las drogas.
Tomemos prestado el término «psicoanálisis aplicado» (Lacan, 2012) para la terapéutica (Miller, 2000) como una referencia para la investigación sobre las toxicomanías aplicadas a las psicosis. Así, queremos interrogar cómo algunos seres hablantes pueden hacer un uso de las drogas como tentativa de tratamiento. Pero ¿para hacer un tratamiento de qué? De lo que Lacan señaló, a partir de las psicosis, como «un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de vida de un sujeto» (Lacan, 1958/1998, p. 565). ¿Cómo podría el uso de la droga ser aplicado para reordenar la juntura del sentimiento de vida o para evitar que esta juntura se desordene?
Este desorden es un índice del desanudamiento de los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario. Es prístino en los fenómenos elementales de la paranoia o la esquizofrenia, donde lo real retorna allí donde el significante fálico fue forcluido. El desorden puede también manifestarse por pequeñas señales de desconexión del ser hablante, entre su experiencia de goce y las restricciones que le son posibles hacer a partir de lo simbólico y lo imaginario. Por ejemplo, en psicosis sin franco desencadenamiento se puede identificar la operatividad del Nombre-del-Padre como predicado (Miller, 2008/2012, p. 409), sin, empero, que este significante desempeñe su función metafórica operando como referencia fálica. De esta manera, podemos encontrar, en estas discretas señales, índices de ruptura del nudo entre los tres registros.
Tomemos, a partir de tres viñetas clínicas, orientaciones posibles sobre la aplicabilidad terapéutica de las toxicomanías a las psicosis.
Distraerse del cuerpo
Juan, de 17 años, se vio en un video de celular haciendo un extraño movimiento con la cabeza y desencadenó un delirio persecutorio que le causó una ruptura social radical. Según él, todos sabían que él tenía un «tic», movimiento involuntario de la cabeza para estirar el cuello. Era «como dos botas rozándose», dice él, lo que le causaba la necesidad de realizar ese movimiento. La transferencia con un analista y el uso de neurolépticos aliviaron sus síntomas y le permitieron, al poco tiempo, retomar algunos de sus vínculos sociales, principalmente con algunos conocidos con quienes fumaba marihuana. En una sesión con el analista Juan precisó lo que le permitía circular con más frecuencia: «cuando me fumo uno, me distraigo de mi cuerpo, encuentro incluso que no tengo el tic cuando estoy fumado».
A condición de utilizar la substancia, el sujeto extrae de su cuerpo su atención, minimizando la imposición de un cuerpo que se goza por fuera de una posible circunscripción fálica. Es una tentativa de tratamiento que le permite no sucumbir al cuerpo, recurriendo a la marihuana y aprendiendo, bajo transferencia, a distraerse, a quitarle valor a aquello que lo invade.
Sexo con cocaína
José, de 35 años, presenta un discreto delirio persecutorio relacionado con la herencia familiar y solicita análisis por «estrés». Pasa el día fumando marihuana «para calmarse» del «estrés» que le causan las «confusiones familiares». Lo que lo perturba, mientras tanto, es el hecho de no haber tenido más erecciones con su esposa, «justo ahora que queremos tener un hijo», precisa. En algunas relaciones extraconyugales y bajo efecto de la cocaína, dice tener un «óptimo» desempeño sexual. Pero no puede repetir esto mismo con su esposa, debido a que ésta no lo acepta. José, entonces, se lamenta: «así que yo sólo tengo sexo con cocaína»
Con la cocaína no tendrá herederos, no tendrá tampoco que vérselas con la función simbólica de ser padre, lo que evita con el síntoma de la disfunción eréctil. Es también posible leer el uso de la droga como fuga ante el hecho del problema sexual (Miller, 1989/2015, p. 7)
De «mierda» a «adicto en recuperación»
Mario es usuario de múltiples drogas desde hace décadas, con ciertos períodos de abstinencia intercalados por graves «recaídas». En una tentativa de alojar el goce de su cuerpo, disruptivo respecto del lazo social, intenta nombrarse por la relación establecida con las drogas. Bajo su efecto, se llama «una mierda». Pero no se trata de una identificación al significante dialectizable. Él precisa ser recuperado por el Otro, defecado en la escoria de las calles, destituido de la posibilidad del habla, destinado al estatuto de deyecto, de «mierda».
En cuanto «dependiente en recuperación», significante extraído de los grupos de Alcohólicos Anónimos, se mantiene vigilante de su cuerpo, de sus lazos. Este significante, a pesar de nombrarlo en relación con las drogas, le permite experimentar una suerte de falta, de pérdida a ser recuperada, relanzándolo en la perspectiva de que algo que lo represente esté en el porvenir de las relaciones, por la falta que establece con los dispositivos de salud y asistencia social. Falta ésta que, a veces, se presenta como insoportable (Laurent, 2003/2017), pasando al acto en el intento de nombrarse como una mierda. ¿Podríamos decir que es por el nombre de «adicto en recuperación» que una prótesis imaginaria puede darle a Mario una precaria identificación con un «hacer-creer compensatorio» del Nombre-del-Padre (Miller, 2008/2012, p. 410), con lo cual mantiene en orden, provisoriamente, la juntura del sentimiento de vida?
Consideraciones finales
Ciertamente, la relación de algunos sujetos con las drogas, en tanto aquello que les permite una ruptura con el goce fálico (Lacan, 1975/1981, p. 119), puede agravar su situación hacia un horizonte mortífero. Pero, tal como la literatura analítica nos enseña, y como demuestran estos pequeños recortes clínicos, es posible hacer un uso terapéutico de las drogas ante las rupturas que ocurren en casos de psicosis.
La localización del goce del cuerpo, siempre excedido de la significación, sin una prótesis fálica que lo signifique fantasmáticamente, para Juan no fue suficiente. Él necesitó un recurso a la substancia para que este goce fuese minimizado, permitiéndole, a partir de la marihuana, retomar mínimamente una ordenación en la juntura más íntima de sus sentimientos de vida. Para José, transar con la cocaína lo protege de vérselas con un goce del Otro sexo, sin poder responder con la referencia fálica de la cual está desprovisto. En el caso de Mario, la identificación con un significante que nombre para él una falta, allí donde él se nombraría, en acto, en tanto objeto, tiene una función terapéutica para erguir nuevamente un cuerpo del cual no se apropia en tanto mierda.
Para referirnos a las toxicomanías aplicadas, podemos parafrasear a Lacan al describir al psicoanálisis, sin, está claro, establecer una equivalencia entre ellas. Él dice que «cada uno sabe que el psicoanálisis tiene buenos efectos que sólo duran un cierto tiempo. Eso no impide que sea una tregua, y que es mejor que no hacer nada» (Lacan, 1975/1976). Las toxicomanías pueden también ser consideradas como una tregua. Es exactamente en este punto que los analistas, orientados por sus deseos y por el psicoanálisis puro, tienen la responsabilidad de sustentar la transferencia con los seres hablantes toxicómanos y psicóticos en un tratamiento que permita producir, más allá de la droga, un anudamiento singular entre el goce del Uno, siempre desmedido, y el Otro, siempre insuficiente.