Un uso regulado del tóxico

Un uso regulado del tóxico

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A regulated use of the toxic

Epaminondas Theodoridis (Atenas, Grecia)
Psicoanalista, Analista Miembro de la Escuela (AME) de la New Lacanian School (NLS) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), Responsable por le TyA en Grécia, Docente del Colegio Clínico de Atenas
Psychoanalist, Analist Member of the School (AME) of the New Lacanian School (NLS) and of the World Association of Psychoanalisis (WAP), Responsible of TyA in Greece, Teacher at the Clinical College of Athens

Resumen: La posición melancólica que frecuentemente encontramos en la psicosis ordinaria, es ilustrada por el caso clínico de un sujeto toxicómano, cuyo uso regulado de la droga le permite seguir llevando una vida de apariencia normal.
Palavras-chave: toxicomanía, psicosis ordinaria, posición melancólica.
Abstract: The melancholic position that we often find in ordinary psychosis is ilustrated by the clinical case of a drug addict whose regulated use of the drug allows him to continue to live a normal-like life.
Keywords: drug addiction, ordinary psychosis, melancholic position.

La relación entre la toxicomanía y la psicosis es un viejo debate entre los clínicos que no voy a abordar aquí. Es cierto que, en los casos graves, el uso de sustancias tóxicas por su efecto devastador borra las coordenadas subjetivas, pero propongo que el modo de uso y el rol de la droga en el funcionamiento subjetivo pueden alumbrarnos en cuanto a la estructura del sujeto. La psicosis ordinaria, introducida por Jacques-Alain Miller, es una categoría epistémica que nos puede guiar en el tratamiento de sujetos toxicómanos. Cuando no se trata de una neurosis o una psicosis desencadenada con sus fenómenos extraordinarios, delirio o alucinaciones, podemos entonces poner el diagnóstico de psicosis ordinaria. Esta es una clínica pragmática, de más-o-menos, de intensidad y de tonalidad, una clínica donde nuestros puntos de referencia son «pequeños indicios de la forclusión» (Miller, 2009, p. 49). Jacques-Alain Miller nos anima a buscar siempre «el desorden en la juntura más íntima del sentimiento de vida del sujeto» (Miller, 2009, p. 45) y desarrolla los tres registros, los tres factores externos en que este desorden puede manifestarse: externalidad social, corporal y subjetiva (Miller, 2009, p 45-47).

Entre los numerosos trabajos en el Campo Freudiano sobre la psicosis ordinaria, la problemática desarrollada por Sophie Marret-Maleval en su artículo Melancolía y psicosis ordinaria (Marret-Maleval, 2011, p. 248-257) me ayudó a hacer inteligible la lógica del caso que presento a continuación. Ella acerca el modelo de la melancolía a la psicosis ordinaria y argumenta que «la psicosis ordinaria a menudo enmascara una posición melancólica, lo que lleva a pensar el fondo melancólico de toda psicosis» (Marret-Maleval, 2011, p. 250).

 El caso clínico

Es un hombre de cuarenta años que, siguiendo el consejo de su esposa, solicita una cura para poder parar el consumo de heroína porque va a ser padre. Comenzó a drogarse con cannabis ocasionalmente con amigos y luego, justo después de la universidad, se dio a la heroína exclusivamente por vía nasal. La particularidad de su consumo, desde el principio, es la periodicidad. Se droga regularmente cada veinte días o dos meses, mientras que en el ínterin se abstiene. Sus padres nunca han sabido nada, él quería a cualquier precio mantener en sus ojos la imagen del niño amable y correcto.

Su padre, que murió hace dos años, le había encontrado un puesto en una empresa privada, sin ninguna relación con sus estudios. Allí trabaja durante doce años y por un breve período de tiempo lleva a cabo un puesto de responsable que le desagrada. Hace ese trabajo para ganarse la vida, se siente insuficiente, incapaz de ejercer el mínimo poder. Hijo único, tenía que vérselas con un Otro materno «autoritario, brutal, vulgar, de carácter explosivo, que no tenía noción de limite». Cuando era niño, su madre lo golpeaba y él se escondía o mentía para evitar el castigo. Incluso en el presente él describe a su madre como una hiena madre, intrusiva, que no para de pedir cosas para ella, «ella todavía me domina, me culpabiliza», dice. Su padre era un hombre culto, militante sindical, dinámico, pero, sobre todo, ausente de la vida familiar.

 El vacío existencial y la función de la droga

Desde la primera sesión él explica que el consumo representa una interrupción en su vida cotidiana, «una ruptura con la realidad». Se trata de hacer algo diferente para sí mismo en soledad, para aislarse de su esposa, de su trabajo, de sus amigos. Un mes después del nacimiento de su hija y dos meses después del inicio de la cura pasa al acto, se droga para romper la repetición de la vida cotidiana y para llenar el vacío que siente con la sustancia. Ese vacío, «ese agujero no se llena, ni con mi hija, ni con el amor de mi mujer, ni con mi trabajo», dice. Para este sujeto que pasa su vida en apariencia para los demás como un buen chico la paternidad es una pregunta, él no sabe qué significa ser padre, «es un camino desconocido de mí», dice.

Desde niño se avergüenza de tomar la palabra por miedo al rechazo del otro. Se dice cobarde, tiene miedo de que el otro lo reprima, le pegue, es por eso que trata de ser amable o de pasar desapercibido. No tiene confianza en sí mismo, se siente inferior a los demás, «cedo en mis deseos, es el otro el que maneja las cosas», reconoce. Desde su adolescencia dos ideas vienen a él a menudo: ideas de suicidio y su temor de devenir vagabundo, indigente. Piensa en el suicidio como una manera de huir del peso de la existencia, salir del mundo, «de escapar de la banalidad de la vida cotidiana», que aplasta. Por «falta de valor y por miedo» él nunca intentó suicidarse, pero a veces, cuando su existencia se convierte en una carga y sus relaciones con los otros le pesan, recurre a la droga para romper todo lazo con el Otro. Si no se convierte en un adicto, en un vago, es porque no soporta esa degradación, que no se ajusta a la imagen ideal de buen chico que lo sostiene.

La idea de drogarse le viene principalmente, o cuando está en el trabajo en el momento de tensiones con su superior, o cuando se aburre: allí la necesidad de encontrarse solo se le impone. Son los momentos en que nada tiene sentido para él, se siente cansado de todo, no tiene ningún deseo, no siente gusto por la vida y cada día le parece ser un «cortar y pegar del anterior». Al mismo tiempo también el cuerpo se ve afectado, «me abandona, no tiene fuerza, me siento en proceso de apagarme», precisa. En estos momentos él no quiere ser molestado por nadie, lo único que quiere es «ser uno con la sustancia» y, por ende, llama a su dealer.

Ausencia subjetiva y falta radical del deseo

Es un sujeto muy lúcido sobre su posición en la vida que resume muy bien en estos términos: «No dirijo mi vida, más bien la aguanto, evito hacer las cosas, drogarse es una forma de evitar las cosas, de no hacer nada, es mi propia recreación, es romper con lo repetitivo donde me pierdo a mí mismo porque estoy ausente, allí falta el deseo». Su vida está marcada por esta falta fundamental de deseo. Él empieza algo con gran fervor y entusiasmo, pero a la menor dificultad abandona todo, por lo que «no me queda más que drogarme para castigarme, para disfrutar de mi posición de no valer nada», dice. Él sigue yendo a trabajar y ayudando a su esposa en la casa, pero esta última le reprocha ser indiferente, hacer las cosas mecánicamente como si estuviera obligado a hacerlas. Ella señala así su falta de deseo, el hecho de que él no asume subjetivamente todo lo que hace.

 La lógica del caso

Se trata, por lo tanto, de un sujeto que aparentemente tiene los rasgos de la normalidad –estudió, hizo el servicio militar, tiene un trabajo estable, creó una familia–, pero con un uso regulado y discreto de la droga. Sin embargo, las consecuencias de la forclusión del Nombre-del-Padre pueden identificarse en él. En primer lugar, hay una fijeza de sensación de vacío existencial. Está asimismo subjetivamente ausente de todo lo que hace, no encuentra sentido (externalidad subjetiva). No puede asumir su función social, ni dirigir su vida (externalidad social). Correlativamente, carece radicalmente de la dimensión del deseo y el sentimiento de la vida, le falta el atuendo fálico. No tiene ninguna consistencia física, su cuerpo lo abandona, él se «apaga» (externalidad del cuerpo).

Su relación con su madre nos muestra la separación imposible del Otro. Él se pone en el lugar del objeto del Otro quien es, esencialmente, un perseguidor. Su madre lo castigaba, lo golpeaba y él se auto-castiga «golpeándose» con la heroína. Intenta sostenerse en la existencia por una identificación imaginaria, la imagen del chico bueno, lo que le da una cierta estabilidad frágil. Esta identificación es frágil porque cuando las exigencias del Otro materno, profesional o conyugal se vuelven apremiantes y él debe responder por su posición de sujeto, entonces recurre a la droga. Al tomar la droga, rompe con la repetición de la vida cotidiana, como él afirma, pero este consumo está sujeto a otro tipo de repetición. Estas son las desconexiones periódicas del Otro. El consumo de drogas es su desesperado intento de llenar su vacío existencial y separarse del Otro, pero en vez de separarse él deviene uno con la sustancia donde se reúne con su posición de objeto. Sin acceso a la significación fálica, recurre al goce del tóxico para recuperar un poco de sentimiento de vida, es «su propia recreación».

Varias características de este caso corresponden al fondo melancólico de toda psicosis que Sophie Marret-Maleval desarrolla en su artículo. Sus ideas suicidas, el sentimiento de ser inferior a los demás, su temor de devenir vagabundo, gozar de su posición de «no valer nada» refieren a la ausencia de atuendo fálico como también a la identificación al objeto resto (Marret-Maleval, 2011, p. 256). La dimensión de la culpa y del auto castigo también están presentes.

El trabajo de la cura, que duró casi dos años, ha permitido espaciar el consumo de heroína; tomó sólo cinco veces. Nunca llegó a sus sesiones bajo el efecto de la droga. Pero, con motivo de su traslado, interrumpió su cura. Este pasaje al acto, esta «interrupción», concierne esta vez a la cura misma. ¿Estaba realmente decidido a detener su consumo? Obviamente no, y se puede decir que este uso regulado de la droga le permite, a pesar de sus grandes dificultades, continuar llevando una vida de apariencia bastante normal.

Traducción del francés: Lorena Hojman
Referencias Bibliográficas:
MARRET-MALEVAL, S. “Melancolía y psicosis ordinaria”. En La causa Freudiana, N° 78, Junio 2011, p.248-257.
MILLER, J.-A. “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”. En Quarto, Nº 94-95, enero de 2009, p. 40-51.
Epaminondas Theodoridis

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